Entró en la cocina dando tumbos, retiró la silla de
la mesa y se desplomó sobre ella. Respiraba agitado, pero no como un corredor,
sino como un anciano. Cuando levantó la mano del regazo se la miró y vio lo
fuerte que temblaba. Despacio la acercó al pecho y ahí, introduciéndola por un
pliegue de la camisa, atravesó también la piel. Levantó la cara hacia el techo,
con los ojos cerrados y el gesto de quien está sintiendo muchísimo dolor, sin
embargo no emitió sonido alguno. Por los movimientos del brazo se notaba que la
mano estaba hurgando dentro del pecho y al final la sacó. Dejó lo que guardaba
el puño sobre un plato blanco que había en la mesa. Era su corazón. Con las
manos lo desmenuzó en los tres trozos claramente diferenciados, había uno muy
oscuro que se veía más viejo, otro tenía un color tranquilo y el último era de
un rojo extraño. Ya no parecía un corazón, sino varios filetes que han empezado
a pudrirse. Echó la cabeza hacia atrás y se durmió de puro agotamiento.
Por la puerta que había quedado abierta entró caminando
despacio un perro, olisqueó al hombre, se acercó a la mesa y se comió lo que había sobre el plato
sin ni siquiera rebañarlo.
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