Es muy diferente jugar con alguien que sabe que con
alguien que no. De hecho yo empiezo la partida de forma distinta según el nivel
del adversario.
Miguel abre los ojos,
que le escuecen, y los vuelve a cerrar apretando muy fuerte porque el humo le
hace daño. Se pasa el dorso de las manos por la cara y entonces vuelve a abrir
los ojos. Ahí está Lupe, arrodillada en el suelo, con hierbas, humos y colores.
Miguel se da cuenta de que se ha quedado dormido en casa de Ceniza. Se levanta y
murmura un buenos días a Lupe. En el baño se desfoga y frente al espejo se
coloca el pelo, no le gusta dormir vestido ni salir de casa sin ducharse, y le
han tocado las dos cosas.
En la cocina ve los
restos de un banquete, platos deliciosos ahora fríos y aun así deliciosos. Juan
corta trozos de carne, los pasa por el puré de patata y después los traga con
café.
—Buenos días.
—Hola, ¿sabes si yo fui
parte de todo esto? —Miguel abarca la mesa con un dedo.
—Claro. —Juan se llena
la boca.
—¿Y sabes si le debo
dinero a alguien?
—Creo que a Carlos.
—¿Y tú qué haces aquí?
—Vine a ver a Ceniza.
¿Qué haces tú?
—La verdad es que no
lo sé, no lo recuerdo.
—¿Enserio? Porque
acaparaste a Ceniza tooda la noche. Pero no es lo que estás pensando, tan solo
os fuisteis a la ventana esa por donde entra el frío y estuvisteis hablando, no
os quité el ojo de encima.
A Miguel le extraña de
pronto no haber visto cuerpos tirados por los pasillos, pero piensa que Lupe
los habrá hecho desaparecer, como a él le despertó con el humo. ¿Qué pudo haber
sido tan importante como para haberse atrevido a hablar con Ceniza?
—¿Sabes qué actitud
tenía yo cuando hablaba con ella?
—Al principio agitado,
movías mucho las manos. Después te relajaste, a la hora o así. Tú cara
reflejaba rabia, tristeza y algo más. —Juan come un trozo de pan, toda la
situación le divierte.
Cuando alguien no sabe jugar no me interesa la
partida, no tendrá gran emoción ni aprenderé nada, por lo que hago una apertura
italiana para ganar lo antes posible o para ver la desesperación del oponente
mientras ve caer sus piezas más valiosas.
Miguel se sienta de
pronto en la acera. Le ha dado una especie de mareo repentino. Decide
analizarse. Lleva puestas unas deportivas, un pantalón vaquero y una sudadera
gris con cremallera. Tiene frío y se pregunta si no le habrá desaparecido un
abrigo en algún momento de la noche. En sus bolsillos encuentra el ticket de
compra de un libro, por el título ve que era un regalo, ese libro ya lo tiene,
de hecho le gusta mucho. También tiene las llaves, la cartera (vacía) y el envoltorio
de una chocolatina, ni rastro del teléfono móvil ni el bolígrafo que siempre
lleva encima. Por último, y tras tener que levantar el culo de la acera, encuentra
en un bolsillo trasero del pantalón un papel tintado de azul por el vaquero y
muy desgastado por el uso. La mayor parte no consigue leerla, lo que sí dice:
“Salamanca (…) estafa, drogas
(apuntar lotería) hostal o lugar de comida rápida (…) tengo que ver a ceniza”
Le sorprende mucho ver
escrito Ceniza en minúscula, es algo impensable, como escribir “sietesiete” con
su primera letra en mayúscula pese a ser un nombre propio. Sigue caminando, es
temprano y es domingo, pero la tienda en la que compró el libro probablemente
esté abierta, así que se dirige al centro.
Si el oponente sabe jugar adelanto el peón
contrario, la apertura de peón de dama. La partida no sé cómo se desarrollará
desde ese momento, pero lo que es seguro es que el adversario no alcanzará su
ventaja, si es mejor que yo, hasta bastante más avanzada la partida.
Me acerco al guardia
de seguridad.
—Buenos días. ¿Se
acuerda usted de mí?
—No.
—¿No le dije algo así
como “¿Puedo pasar con este libro que llevo?”?
—¿Cuándo?
—Ayer.
—Ayer libraba.
—Vale, gracias. Muy
amable.
En realidad Miguel
sabe a qué hora estuvo, lo pone en el ticket. Lo único que quería saber es si
entró allí con un libro, porque siempre, por diversión, antes de ir hasta donde
están los libros le dice al de seguridad si puede pasar o le pitará la máquina
al salir. Si le hubiese dicho que sí lo llevaba, Miguel sabría ahora que
también tenía abrigo.
Sube por las escaleras
mecánicas sin que ningún recuerdo le venga a la cabeza, hasta que de pronto cae
en la cuenta de que aunque aquel lugar esté vacío, ayer fue sábado, y si fue
sábado por aquellas fechas debió haber mucha gente, gente ocupando toda la
escalera mecánica sin dejar siquiera el educado carril para la gente que quiere
subir andando. En cuanto empieza a subir por las escaleras “manuales” los vagos
recuerdos van llegando. Recorre los pasillos vacíos, pero casi puede ver a
todas las personas que había allí el día anterior, y a él, dirigiéndose directo
hacia donde está el libro, buscando por si acaso entre la gente una cabellera
de pelo largo. De pronto, cuando recuerda su búsqueda inconsciente, algo le
molesta en el pecho o en estómago, algo parecido al mareo que sintió antes.
Intenta ver qué es, podría ser el estómago, que lo tiene revuelto, pero nota
algo más, algo que parece tener forma circular.
Sale de allí
recordando todo lo referente a la compra del libro, pero nada más, está perdido…
—¡Vamos señores que
llevo el gordo!
Y entonces se ve
iluminado, entiende de pronto una parte del papel, eso de “apuntar lotería”. Se
recuerda con prisa, esquivando gente, y de pronto pasando frente a un hombre
que dice que sus boletos de lotería son de la tienda en la que todo el mundo
hace cola a todas hora porque de allí ya han salido varios premios. Se recuerda
volviendo atrás y diciéndole a aquel hombre, que fuma un puro medio apagado y
cuyo bigote se ve amarillo, que lo hace mal, que debería acercarse a la gente
de la cola a decirles que él ya había comprado sus boletos allí aquella mañana
y que se ahorrasen la cola, y el hombre diciéndole que llevaba cincuenta años
allí y que no querían comprarle porque sus boletos eran algo más caros, y él
contestándole que les dijese que eran más caros a cambio de ahorrarse la cola y
el hombre diciéndole que le dejase en paz y él sacándole el dedo de la que se
iba. De la que se iba, ¿a dónde? Ya se acuerda.
Lo curioso es que a veces, cuando juegas contra
alguien bueno, cometes un enorme desliz, dejar una pieza indefensa a su
alcance, y esa persona no la ve, porque da por hecho que se está jugando a otro
nivel, uno donde la gente no es tan imprudente.
Cogió un autobús,
llegó a un parque y de allí a un bosquecillo. Empezaba a irse el sol. De pronto
la vio, se acercó y vio que estaba con otro chico. Empezaba a marcharse cuando
decidió volver, escribió algo en el libro y se lo regaló al otro chico con el
boli marcando la página donde había escrito. Después, a la vuelta, se había
comido la chocolatina que de nada había servido.
Para terminar había
hecho algo que siempre había querido hacer, invitó a cenar a un mendigo a
cambio de que le contase su historia, y mientras lo hacía fue apuntando algunas
notas. Solo recordaba que su familia había venido de Salamanca, que le habían
estafado y que se había enganchado a alguna droga. También le preguntó algo que
quería saber desde hacía tiempo, ¿dónde cagan los mendigos? Después le regaló
su abrigo.
Abatido, Miguel repite
el mismo movimiento que anoche, apunta “ceniza” en minúscula para restarle
poder y atreverse a visitarla y va a su casa. Allí le abre Lupe.
—¿Está Ceniza?
—No.
—¿Sabe usted dar
abrazos?
Pero estas aperturas se pueden llevar a cabo si tú
eres blancas y mueves primero. Si te toca ser negras estarás en todo momento
bajo el tipo de juego que decida tu rival con su apertura.
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