domingo, 13 de diciembre de 2015

El hombre del traje gris

Es muy diferente jugar con alguien que sabe que con alguien que no. De hecho yo empiezo la partida de forma distinta según el nivel del adversario.

Miguel abre los ojos, que le escuecen, y los vuelve a cerrar apretando muy fuerte porque el humo le hace daño. Se pasa el dorso de las manos por la cara y entonces vuelve a abrir los ojos. Ahí está Lupe, arrodillada en el suelo, con hierbas, humos y colores. Miguel se da cuenta de que se ha quedado dormido en casa de Ceniza. Se levanta y murmura un buenos días a Lupe. En el baño se desfoga y frente al espejo se coloca el pelo, no le gusta dormir vestido ni salir de casa sin ducharse, y le han tocado las dos cosas.
En la cocina ve los restos de un banquete, platos deliciosos ahora fríos y aun así deliciosos. Juan corta trozos de carne, los pasa por el puré de patata y después los traga con café.
—Buenos días.
—Hola, ¿sabes si yo fui parte de todo esto? —Miguel abarca la mesa con un dedo.
—Claro. —Juan se llena la boca.
—¿Y sabes si le debo dinero a alguien?
—Creo que a Carlos.
—¿Y tú qué haces aquí?
—Vine a ver a Ceniza. ¿Qué haces tú?
—La verdad es que no lo sé, no lo recuerdo.
—¿Enserio? Porque acaparaste a Ceniza tooda la noche. Pero no es lo que estás pensando, tan solo os fuisteis a la ventana esa por donde entra el frío y estuvisteis hablando, no os quité el ojo de encima.
A Miguel le extraña de pronto no haber visto cuerpos tirados por los pasillos, pero piensa que Lupe los habrá hecho desaparecer, como a él le despertó con el humo. ¿Qué pudo haber sido tan importante como para haberse atrevido a hablar con Ceniza?
—¿Sabes qué actitud tenía yo cuando hablaba con ella?
—Al principio agitado, movías mucho las manos. Después te relajaste, a la hora o así. Tú cara reflejaba rabia, tristeza y algo más. —Juan come un trozo de pan, toda la situación le divierte.

Cuando alguien no sabe jugar no me interesa la partida, no tendrá gran emoción ni aprenderé nada, por lo que hago una apertura italiana para ganar lo antes posible o para ver la desesperación del oponente mientras ve caer sus piezas más valiosas.

Miguel se sienta de pronto en la acera. Le ha dado una especie de mareo repentino. Decide analizarse. Lleva puestas unas deportivas, un pantalón vaquero y una sudadera gris con cremallera. Tiene frío y se pregunta si no le habrá desaparecido un abrigo en algún momento de la noche. En sus bolsillos encuentra el ticket de compra de un libro, por el título ve que era un regalo, ese libro ya lo tiene, de hecho le gusta mucho. También tiene las llaves, la cartera (vacía) y el envoltorio de una chocolatina, ni rastro del teléfono móvil ni el bolígrafo que siempre lleva encima. Por último, y tras tener que levantar el culo de la acera, encuentra en un bolsillo trasero del pantalón un papel tintado de azul por el vaquero y muy desgastado por el uso. La mayor parte no consigue leerla, lo que sí dice:
“Salamanca (…) estafa, drogas (apuntar lotería) hostal o lugar de comida rápida (…) tengo que ver a ceniza”
Le sorprende mucho ver escrito Ceniza en minúscula, es algo impensable, como escribir “sietesiete” con su primera letra en mayúscula pese a ser un nombre propio. Sigue caminando, es temprano y es domingo, pero la tienda en la que compró el libro probablemente esté abierta, así que se dirige al centro.

Si el oponente sabe jugar adelanto el peón contrario, la apertura de peón de dama. La partida no sé cómo se desarrollará desde ese momento, pero lo que es seguro es que el adversario no alcanzará su ventaja, si es mejor que yo, hasta bastante más avanzada la partida.

Me acerco al guardia de seguridad.
—Buenos días. ¿Se acuerda usted de mí?
—No.
—¿No le dije algo así como “¿Puedo pasar con este libro que llevo?”?
—¿Cuándo?
—Ayer.
—Ayer libraba.
—Vale, gracias. Muy amable.
En realidad Miguel sabe a qué hora estuvo, lo pone en el ticket. Lo único que quería saber es si entró allí con un libro, porque siempre, por diversión, antes de ir hasta donde están los libros le dice al de seguridad si puede pasar o le pitará la máquina al salir. Si le hubiese dicho que sí lo llevaba, Miguel sabría ahora que también tenía abrigo.
Sube por las escaleras mecánicas sin que ningún recuerdo le venga a la cabeza, hasta que de pronto cae en la cuenta de que aunque aquel lugar esté vacío, ayer fue sábado, y si fue sábado por aquellas fechas debió haber mucha gente, gente ocupando toda la escalera mecánica sin dejar siquiera el educado carril para la gente que quiere subir andando. En cuanto empieza a subir por las escaleras “manuales” los vagos recuerdos van llegando. Recorre los pasillos vacíos, pero casi puede ver a todas las personas que había allí el día anterior, y a él, dirigiéndose directo hacia donde está el libro, buscando por si acaso entre la gente una cabellera de pelo largo. De pronto, cuando recuerda su búsqueda inconsciente, algo le molesta en el pecho o en estómago, algo parecido al mareo que sintió antes. Intenta ver qué es, podría ser el estómago, que lo tiene revuelto, pero nota algo más, algo que parece tener forma circular.
Sale de allí recordando todo lo referente a la compra del libro, pero nada más, está perdido…
—¡Vamos señores que llevo el gordo!
Y entonces se ve iluminado, entiende de pronto una parte del papel, eso de “apuntar lotería”. Se recuerda con prisa, esquivando gente, y de pronto pasando frente a un hombre que dice que sus boletos de lotería son de la tienda en la que todo el mundo hace cola a todas hora porque de allí ya han salido varios premios. Se recuerda volviendo atrás y diciéndole a aquel hombre, que fuma un puro medio apagado y cuyo bigote se ve amarillo, que lo hace mal, que debería acercarse a la gente de la cola a decirles que él ya había comprado sus boletos allí aquella mañana y que se ahorrasen la cola, y el hombre diciéndole que llevaba cincuenta años allí y que no querían comprarle porque sus boletos eran algo más caros, y él contestándole que les dijese que eran más caros a cambio de ahorrarse la cola y el hombre diciéndole que le dejase en paz y él sacándole el dedo de la que se iba. De la que se iba, ¿a dónde? Ya se acuerda.

Lo curioso es que a veces, cuando juegas contra alguien bueno, cometes un enorme desliz, dejar una pieza indefensa a su alcance, y esa persona no la ve, porque da por hecho que se está jugando a otro nivel, uno donde la gente no es tan imprudente.

Cogió un autobús, llegó a un parque y de allí a un bosquecillo. Empezaba a irse el sol. De pronto la vio, se acercó y vio que estaba con otro chico. Empezaba a marcharse cuando decidió volver, escribió algo en el libro y se lo regaló al otro chico con el boli marcando la página donde había escrito. Después, a la vuelta, se había comido la chocolatina que de nada había servido.
Para terminar había hecho algo que siempre había querido hacer, invitó a cenar a un mendigo a cambio de que le contase su historia, y mientras lo hacía fue apuntando algunas notas. Solo recordaba que su familia había venido de Salamanca, que le habían estafado y que se había enganchado a alguna droga. También le preguntó algo que quería saber desde hacía tiempo, ¿dónde cagan los mendigos? Después le regaló su abrigo.
Abatido, Miguel repite el mismo movimiento que anoche, apunta “ceniza” en minúscula para restarle poder y atreverse a visitarla y va a su casa. Allí le abre Lupe.
—¿Está Ceniza?
—No.
—¿Sabe usted dar abrazos?


Pero estas aperturas se pueden llevar a cabo si tú eres blancas y mueves primero. Si te toca ser negras estarás en todo momento bajo el tipo de juego que decida tu rival con su apertura.

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