miércoles, 9 de diciembre de 2015

Onírico

Cada uno en su cama, queriendo dormir pero no pudiendo, pensando en el otro, qué bonito, qué bonito… Va ella y le dice que le echa de menos, y él le responde lo mismo con inmensa originalidad. Magnífico, precioso. Y entonces ella mete un montón de amor en un sobre mágico y se lo manda, y él se lo pone junto al corazón. Se me saltan las lágrimas, ¡maravilloso, maravilloso! Y va él y le responde que ya llevan un año de estar juntos, y ella le responde que cuánto le quiere. Qué tierno, qué cálido. Y se dicen besos, y se dicen abrazos, y se recuerdan momentos, y se pican con bromas de color amarillo, y ella le dice algo de una oreja, y él le dice algo de unas manos, y ella ríe mientras, en otro mensaje, le dice tonto, le dice bobo, le dice calla. Y él (que dejará de ser “él” para pasar a ser “el”) le dice cállame, y ella que le dice cosas para que el la extrañe aún más. Y qué bueno, qué astuto, qué desternillante, y chistoso, y bello, y circunspecto, y endiabladamente comieron codornices y besaron sapos y culebras y colorín colorado cuando el unicornio tiene dos cuernos se llama bicornio. Y entonces, liberando las orejas de la almohada con las que se las había tapado, alguien grita, y los amantes callan, ella frunce el ceño, el tiembla un poquito. Un alguien, un algo, era vecino de sus habitaciones mágicas, y los mensajes, las palabras bellas, los pesados recuerdos, están pasando por encima de su cabeza, y qué horror, cómo va a dormir alguien así. Encima es que ellos querían dormir y en vez de eso se ponen a hablar, a romantizar, incluso a calentar los pies de la cama. Y él (que no el) se enfada y sale al pasillo, pero está frío, y entra a por las zapatillas, y cuando sale le espera el, que apremiado por las palabras de ella está armado, y él le insulta sin motivo, sin razón, sin fundamento, sin razón de ser, y el hace amago de golpear, pero la madre de ella, que está allí, en el mundo onírico, vestida con una bata, dice que se acabó, que basta ya, que a dormir, que no son horas. Y ella y el vuelven a los mensajes, a calentar ese fuego que va girando y quiera dios que no pare. Y él, doblemente enfadado y sin poder estar en cama ni salir al pasillo, salta por la ventana, al suelo de césped bañado de rocío. Y allí le rodean despacio una multitud de ovejas que estaban entrenando para irse a saltar por los sueños de la gente.

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