martes, 18 de abril de 2017

Señorito dios

Estaba tumbado, y la pierna que colgaba se mecía despacio. Mirando al techo pensaba qué secreto estaría bien revelar a continuación. Estaría bien algo que les hiciera avanzar, pero no uno de esos que les hacen coger carrerilla y acabar pensando que dios no existe. Entonces entró Hermes.
—Señor, ¿le pillo ocupado?
—¿Sabes cuántas estrellas hay?
—Tantas como lunares tenía Penélope.
—Eso es, tantas como lunares tenía Penélope.
La pierna seguía meciéndose, las manos tras la nuca. Hermes carraspeó.
—Ah, sí. ¿Qué querías?
—Dicen de marketing que estarían bien algunas resurrecciones —consultó sus papeles—, cinco para ser exactos.
—Bien, bien. Entonces habré de levantarme —y se levantó—. Vamos a la sala de juntas.
Cuando llegaron a ésta, Hermes encendió el Disco. En él se mostraron de pronto mares y continentes que al ir girando una rueda se redujeron a ríos y montañas, y más tarde a prados, casas y gallinas.
—Ajá, el primer muerto. ¿Qué le ha pasado a ese?
Hermes consultó sus papeles.
—Parece que le han disparado.
—¿Esos cinco tipos de alrededor?
—Eso parece.
—¡Menudo abuso!
 —Si me deja, señor, tengo un recién nacido al que llevan a enterrar, que en caso de revivir creo que podría hacernos quedar muy bien en las encuestas de mayo…
—¡Tarde! Mira cómo se levanta, ¡cómo se mira! Ya verás la cara de los otros tipos cuando vuelva para vengarse. A ver, ¿qué me decías de un entierro?

—Señor.
—¿Sabes…?
—Penélope.
—¿Y…?
—Tu padre.
—¡Te las sabes todas!
—Señor, tengo nuevas de… del tipo ese.
—¿De Agustín?
—Sí.
—¡Ja! Me encanta, reconoce que es mi mejor apuesta desde hace por lo menos mil años.
—Le han vuelto a matar.
—¿Dónde esta vez?
—Sigue en la guerra.
—No me gusta que esté ahí, le matan demasiado rápido. ¿Cuántas veces van ya?
—¿En la guerra o en general?
—En la guerra.
—Cinco.
—¿Y en general?
—Pues… —Hermes consultó sus papeles y fue leyendo—. Le mató la mujer del bandido después de vengarse, su caballo le tiró por una cuesta, su caballo le lanzó a un río, su caballo saltó por un barranco con él encima, le mató para robarle un joven al que había salvado de ser robado, se le disparó el arma mientras la limpiaba, le mató el bandido después de que usted le reviviera, le mató de nuevo la mujer del bandido después de que Agustín matara a éste, se suicidó intentando descifrar el secreto de su inmortalidad… seis veces…
—Bueno, bueno, detente. Dime, ¿cuántas veces ha muerto por una causa noble?
—¿Noble-noble o esperando algo a cambio?
—Lo primero.
—Dieciséis.
—Tráemelo.

—Señor, le repito que no me parece buena idea.
—¿El qué?
—Lo de Agustín.
—¡Ahivá! Perdona, que estaba a otras cosas. No veas los piratas malayos cómo las lían, no vuelvo a jugar con su mitología. Dime, qué pasa.
—Está aquí Agustín, el pistolero.
—Bien.
—Quien usted va a mandar a ver a su padre.
—Sí.
—Para averiguar dónde está Penélope.
—Exactamente.
—Su padre es dios.
—Lo sé.
—Agustín es un humano.
—¡Pero inmortal!
—Porque usted lo permite, pero su padre se lo puede quitar.
—Ahí entra lo otro. Yo no quiero a Agustín por su puntería… que, por cierto, ¿cómo es?
—Acierta un dos por ciento de las veces.
—Bueno, que no le quiero por eso, que lo que me interesa es quién es. ¿Qué tenían en común todos los profetas de mi padre?
—¿La abstinencia?
—¡La bondad! Todos eran buena gente, o por lo menos mal afortunados, ¡y nuestro hombre es ambas cosas! Mi padre se pirra por la gente buena, es su dos por ciento de aciertos.

—¿Y bien? ¿Qué te dijo? ¡Cuenta!
—Me dijo que la mandó a las estrellas.
—¡Mentira! Las estrellas las sembré yo en su honor.
—…Me dijo que la mandó a visitarlas embarcada en un cometa. Que las viese una por una, para no olvidarte, pero de forma que no volvieses a desatender tus tareas. Me dijo que tardará mucho en volver, pero que cuando el tiempo acabe y el cosmos estalle, podréis volver a estar juntos.

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