El blanco que rodea al radiador se ha tornado un blanco
sucio. El negro dicen que ya no es negro, que han encontrado otro color. A la
isla van llegando los desaparecidos, muertos y vivos, en barcos hechos para
suicidarse frente a las playas. Las palmeras se preparan para ser taladas y una
alondra, extranjera sin duda, canta las mañanitas a los niños mancos que
tocaron una mina y que ahora tienen una renta vitalicia de piruletas. Los
cazadores no tienen para comprarse pieles, por lo que recubren sus capas con
cáscaras de mandarina. Las mujeres les miran mal porque el olor pasa de dulzón
a desagradable, pero ellos imitan a los loros que imitan a los poetas y
conquistan sus corazones, corazones que arrancan, meten en botellas y lanzan al
mar en espera de que los reciban sus verdaderas enamoradas como pruebas de
amor. Un elefante ha edificado un reino en la zona oeste de la montaña. Es un
reino avanzado pero exageradamente elitista. El elefante ya es viejo y busca un
descendiente, pero viendo que nadie está a la altura planea una guerra civil
para morir junto con aquello que creó. También hay una niña que llora, y
llorando la niña nadie consigue seguir con sus quehaceres o sus juegos, nadie
puede acallar a la niña que suena lejos, nadie puede ni moverse.
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