El estilo musical whistdance
recuerda a muchos al jazz por aquello de nacer en las calles y trepar por los
muros. Su origen, sin embargo, es mejor; no hay de por medio cuestiones
raciales o políticas, es más, la persona del punto de mira fue un muchacho
blanco de estudios medios. Resulta que en Holanda, más concretamente en
Ámsterdam, se decretó que sería sancionado con multa el acoso callejero, esto
es, los piropos y expresiones no deseados destinados a mujeres. El chico en
cuestión vio venir a una mujer desde el otro lado del canal, y esperó a que
cruzara para lanzarle un profundo silbido. Pero antes de que éste decayera,
advirtió de la presencia de dos policías que desde ese mismo lado del canal
supervisaban el reflote de un coche que había caído al agua. Su mirada derivó
entonces al cielo y cambió la nota mientras empezaba a dar palmas moviendo los
pies al ritmo, con tan buena suerte que una pareja de turistas se detuvo para
mirarle y hasta la chica de antes se giró para ver qué era aquello que sonaba
bien y parecía querer levantarle la falda. Pero uno de los policías comenzó a caminar
hacia él, era padre de dos niñas y quería hacer todo lo posible por
adecentarles el mundo mientras estuviera de servicio. Entonces ocurrió el
milagro, el chico ya se ahogaba en su silbido cuando un músico callejero,
violinista, negro, magnífico, se le sumó con una nota leve que le permitió
coger aire y continuó junto a él sin dejar que su acompañamiento cubriese la
melodía. Unos cuantos curiosos adictos a las redes sociales se fueron
congregando junto al muchacho y junto al violinista, que tocaba desde el otro
lado de la calle, como respondiendo a preguntas hechas por pájaros. Lo más
curioso es que esta música nunca le llegó a gustar a la chica de la falda, ella
la sentía como una esponja húmeda que le restregasen contra el cuello.
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