sábado, 31 de enero de 2015

Tierra a la vista.

“Dos horas y treinta y un minutos es el tiempo que falta para que ese hombre deje de parecerle divertido a aquella mujer” pensó el pajarito que aguantaba posado en el cable de alta tensión que pocos pájaros soportaban.



En otro lado de la ciudad, de un portal de un edificio antiguo de esos con apartamentos pequeños y estrechos, salía un chico mosqueado que mientras se subía el cuello de la cazadora, le soltaba a la puerta que se cerraba tras de él:
-Che, yo no soy un bumerán, si me lanzas ya no vuelvo.
Y de la que se alejaba, con la cabeza apretada entre los hombros y las manos en los bolsillos de la chaqueta, pensó tres cosas. La primera era que la chaqueta, en ese mismo instante, era la prenda más importante que llevaba puesta, en ella ocultaba la cabeza hasta donde podía, las manos, un paquete de chicles, un preservativo, el folleto de una exposición de hacía unas semanas, una chocolatina, la cartera, unos guantes de medio dedo, las llaves y era posible que dos caramelos de limón y una piruleta de las que te regalan a la mínima y que están francamente malas, pero estas dos últimas cosas estaban por confirmar. El hecho de la importancia de la chaqueta molestaría al resto de prendas, y por ello, en venganza, dejaban pasar el frío contra su piel desnuda, desnuda debajo de las prendas. Pobres pantalones vaqueros, pobre camiseta y, sobre todo, pobres calcetines, una prenda importantísima y desterrada al olvido, al asco, a hacer trapos con ellos cuando se hacen viejos, porque sin embargo los calzoncillos adquirían un valor vital en aquella sociedad, si alguien estaba desnudo y quería dejar de estarlo se ponía unos calzoncillos y adiós a la vergüenza y el pudor, o por lo menos en parte, y bueno, si eras mujer seguías teniendo dificultades para dejar de considerarte persona desnuda, pero eso ya era otro tema demasiado enrevesado. La segunda cosa en la que pensó era que le gustaba ese acento argentino enderezado con las palabras justas que a veces ponía, lo malo es que tendía a usar el “che” y la acentuación argentina en conversaciones cotidianas en las que no debía, y la culpa era de la maldita palabra, porque no había una similar en castellano, o español, y se notaba su ausencia en ciertas frases a la hora de subrayar inconscientemente algo, de darle el matiz que se merece, che. Y la tercera cosa que pensó es en cómo diablos se escribía “bumerán” porque le salía algo así como “bumerang” o, en todo caso, “búmeran”.



El pajarito estaba hasta las narices de que le llamasen pajarito, pues era un pájaro adulto, y su redondez no pretendía ser enternecedora, tan solo algo de sobrepeso.
Abajo, con casi dos horas aun para que ella se desvaneciese con indirectísimas directas, él hablaba sobre coches, sobre un coche, y su futuro laboral, que iba viento en popa y que pronto le daría para comprarse un coche, ella mientras tanto pensaba en que un buen villano debía tener un nombre genial. Un vendedor les ofreció una rosa “para los enamorados”, él la cogió sonriendo, se giró para dársela a ella pero ésta le dijo que no con un gesto de la mano, el vendedor aceptó la silenciosa devolución sin atreverse a cobrar al pobre hombre. Pasaron así unos diez minutos, en silencio, con el sonido de sus pisadas por el suelo húmedo y algo mojado como principal fuente de ruido, y la ciudad, coches y viandantes, como la segunda.



Con la cabeza y las manos aun guarnecidas en su chaqueta, Atlex Mirror observaba estupefacto el escaparate de una tienda, ésta estaba cerrada y con las luces apagadas, una lástima, porque de haber estado abierta hubiese entrado sin pensarlo un instante, no dejaba de preguntarse cuánto tiempo podría sobrevivir una tienda que se dedicaba a poner fotos de personas en platos, fuentes de cocina, soperos, tazas y hasta tenedores. Intentó pensar un chiste que fuese algo así como “te tengo muy dentro de mí”, “sí, en el esófago”, sería más correcto decir “estómago”, pero indudablemente quedaba mejor esa otra parte anatómica para el diamante en bruto sin pulir de un chiste malo como la seda. La joya de la corona era un plato completamente rosa con la cara borrosa, al haberla agrandado, de una mujer poco agraciada. Alexis Mirror, alias Atlex, se imaginó teniendo una casa decorada con el más exquisito gusto y poseyendo una vajilla de ese estilo, de seguro que uno se podría reír a gusto con la visitas.



10, 9, 8, 7... Coreaban los pájaros balanceándose de un lado al otro del cable en el que estaban apoyados. Eran cuatro pájaros, pero dos eran pájaros invitados por el pájaro anteriormente citado para ver el espectáculo y la otra era una pájara que había venido del pueblo a pasar unos días y  cuya responsabilidad de mostrarle cosas, procurarle alojamiento y hacer que lo pasase bien recaía en Bartolomé, que era el pájaro que disfrutaba de la pareja de ahí abajo. Contrariamente a los humanos, los pájaros de campo son más educados, intelectuales, instruidos y coquetos, mientras que los de ciudad son más sucios, maleducados, toscos y poco románticos. …6, 5, 4... Que ella se iba a deshacer de él estaba claro, la expectación provenía de que tal vez le diese por jugar y le lanzase el contenido de un vaso a la cara, le propinase una bofetada o le diese el beso más sincero que él hubiese probado, para susurrarle después al oído unas palabras en francés y desaparecer entre una nube de niebla en la estación del tren.
... 3, 2, 1...
-¿Te apetece que te invite a cenar?- Y él y los pájaros susurraron, o pensaron, a la vez, “¡Mierda!”.
Él se arrepentía de haber empleado el verbo invitar, pues ella podía tomárselo mal de alguna manera. De pronto empezaban a llegarle a la cabeza frases perfectas como “¿Te apetece tomar algo?” y  hasta que ella no contestó, en lo que tardó dos o tres segundos, él se sintió morir.
Y los pájaros se habían quejado porque ella tenía hambre, lo que producía, al haberle ofrecido él la posibilidad de comida, un incremento en el tiempo antes de que aquello acabase.



-Le pago si la toca.
-¿Pero te gustan las otras canciones que he cantado?
-Yo le doy un euro si toca esa canción.
-Venga tío, que no me la sé y tengo hambre.
-Bueno, pues siga tocando sus canciones, tal vez otro viandante le de algo, pero yo no.
-¿Y si me dices la letra y te hago una versión así guapa?
-Oh nó, por diós, que ideás.
-Venga tío.
-Es que mire, no me acuerdo apenas de la letra y solo me sé bien el estribillo, algo así como nananá nana NANANÁ, además de que quiero escuchar esa canción, solo esa, con, como mucho, su tono de voz y su falta de práctica con la guitarra como únicos cambios.
El chaval de pelo negro rizado y piel morena y seca le propinó una dura mirada, Alexis pensó que debía ser griego. Le tiró a la funda de la guitarra diez céntimos por el tiempo que le había hecho perder y se largó de allí con las manos en los bolsillos del pantalón y el cuello estirado que ya no contraído. “Tal vez” pensó “tal vez le he provocado la creación de una canción que sí será suya y con un deje de auténtico realismo”, lo malo es que este pensamiento le hizo llegar a la conclusión de que entonces no le había hecho perder el tiempo y a punto estuvo de volver por sus diez céntimos, e incluso de llevarse veinte como pago, eso sí que culminaría la rabia de aquel chico que luego sería transcrita a papel, pero tal vez, al sentir que le estaban robando, se lanzase a por Atlex, y eso era malo, pues Atlex repugnaba la violencia física y real.
La canción que quería haber escuchado le había venido a la mente como las respuestas a las preguntas de un examen, de esa manera difusa que te hace ver que están ahí pero que cuando intentas centrarlas se descomponen en nubecitas, lo que la gente denomina “tenerlo en la punta de la lengua” y lo que él denominaba “tener en la punta del punto de mira”, aunque en realidad no lo denominase así pues esa expresión se la acababa de inventar. Esa canción no era nada especial, lo que ocurría es que estuvo enganchado a ella cuando conoció a la chica de cuya casa acababa de salir cuando apareció al principio de esta historia, uniéndolas o por lo menos provocando que la una le recordase a la otra. Le había parecido buena idea terminar ese episodio con la canción que lo había empezado, pero el griego no había querido contribuir.
Al pasar por un cruce vio cuatro pájaros posados en un cable que miraban pá-bajo, y el del medio le miró (ojo que son cuatro y le mira el del medio, este pive está loco) a lo que el señorito  Mirror le gritó:
-Che, ¿conocés esa canción?- A lo que el pájaro puso mala cara, y Alexis siguió su camino.



“Menudo gilipollas” pensó Bartolomé “porque los gritos de algunos pajarillos les gusten ya tenemos que cantar todos”, y después les dijo al resto de pájaros a dónde iba a ir a cenar la pareja, porque ya conocía el restaurante al que él llevaba a todas sus citas. Decidieron quedar allí y Bartolomé se fue volando con Lolita, que así se llamaba la pájara, al río.
Las madres de Lolita y Bartolomé, porque ésta, al contrario que su hijo, sí vivía en el campo, construyeron sus nidos en ramas cercanas, y al aburrirse mientras incubaban los huevos, empezaron a hablar y terminaron por hacerse muy amigas, de ahí que Bartolomé se ocupase de Lolita, un favor entre madres y un favor entre madres e hijos.
Desde la rama oculta de un espino observaban cómo se iba oscureciendo el río mientras atardecía y llegaba la noche. Bartolomé pensaba que ella, de ser humana y estar vertida, vestiría un vestido negro y rosa con un gran sombrero a juego.
Aquél no era un buen río, que se viese lleno era puro engaño, si uno lo remontaba volando, unos kilómetros arriba vería que lo que hacían era detener el río en determinados puntos para que el nivel de éste subiese, eso sí, tenía un nombre francamente genial. Su tío, Colúmbido, sí que había visto buenos ríos, había estado en la guerra como pájaro mensajero y había recorrido gran parte del continente llevando mensajes a donde ningún otro medio llegaba. Una vez le atacó un halcón enemigo mandado para derribar a su grupo, entre el cual le empezó a perseguir a él concretamente. Mientras se perseguían entre las nubes parecían dos cazas a punto de derribarse, pero de pronto, Colúmbido, haciendo gala de ese ingenio que tanto maravillaba a su sobrino, recordó que cuando los halcones se lanzan a por los roedores que van a cazar, frenan cerca del suelo de tal manera que es como si aterrizasen sobre sus presas, de tal manera que no las cazan en un vuelo continuo, así que Colúmbido, arriesgando la vida que ya peligraba por la mancha marrón que no se despegaba de su cola, se lanzó en picado, sin tan siquiera hacer amago de frenar, y ahí, en el último momento, desvió su trayectoria de tal manera que su panza pasó rozando el suelo, provocándose una seria quemadura y dejando como testigos un montón de plumas blancas, y haciendo también que el halcón se estrellase muriendo al instante. Colúmbido, al enterarse de que el mensaje que casi le cuesta la vida tan solo era el movimiento en una partida de ajedrez de un general de retaguardia que jugaba a distancia con otro situado en el frente, dejó la guerra y marchó a Sudamérica donde, y volviendo al tema de los ríos, pudo contemplar el Río de la Plata, un río que, según sus palabras, parecía mar al no verse una orilla desde la contraria, y que daba un poco miedo ir volando de una a otra.
Pero Bartolomé se fijó en que el mismo río que él miraba negando lentamente, Lolita lo observaba con serenidad y, de haber sido humana, una sonrisa.



–Muchachos marchaos, o moriréis, muchachos marchaos que ya no queda nada aquí para vosotros– Canturreaba ella  –feliz cumpleaños, hijos de la ira y el miedo.
-¿Qué quieres tomar?
-O lo más caro o lo más rico, elije tú- Así, si no estaba rico, sería su culpa.
-¿Qué te parece...?
-¿Sabías que hay una ciudad en Uruguay llamada Young?
-No, no lo sabía. Qué interesante.
-Y un lago en Estados Unidos que se llama Chargoggagoggmanchauggagoggchaubunagungamaugg
-Eso no me lo creo.
-Te lo prometo “home of the nipmuc indians”, significa “ingleses en el territorio de los Manchaug”.
-Ya, ¿carne o pescado?
-Y hablando de nativos americanos ¿sabías que esa fea costumbre de cortar cabelleras no era suya?
-¿Entonces solo era algo que se decía para desacreditarlos?
-No, no, ellos sí lo hacían, cortaban cabelleras y tal, lo que pasa es que el origen está en los ingleses, que les pagaban por cada francés muerto y necesitaban una prueba fehaciente del número de bajas provocadas.
-Menudos los ingleses, los antiguos americanos, metiendo las narices en todas partes para después cubrirse tras su taza de té de las cinco.
-¿Y sabes de dónde viene este saludo militar?- Y se puso la mano derecha extendida a un lado de la cabeza.
-No ¿de dónde?
Que conste que toda esta conversación estaba cuidadosamente ideada por ella para que el tiempo fuese pasando, les trajesen la comida y se pudiese marchar. De hecho ella ya había pedido comida para los dos en el momento en el que supuestamente iba al baño a lavarse las manos antes de sentarse a la mesa, aunque terminó por lavarse las manos de todos modos.
-De los caballeros medievales, si te fijas el movimiento actual se parece al que se realizarían al subirse la mirilla del casco, cosa que hacían cuando se encontraban dos para saludarse y hablar.
-Antes de matarse, supongo- Y eso a ella sí le hizo gracia.

En la conversación salieron a relucir otros temas como de dónde venía el “Ok”, la decoración de los árboles de navidad, el por qué se brindaba, el origen del darse la mano entre hombres y dos besos a las mujeres, el de utilizar copas de cristal como algo elegante, la expresión “se armó la marimorena”, otras tantas expresiones y el origen de los monstruos que aparecían en la Biblia, pero todos estos temas los expuso y contó ella, él, pobre, que no poseía muchos conocimiento sobre curiosidades hasta ese momento, tan solo pudo hablar de coches y de por qué los cementerios estaban situados a las afueras de las ciudades, además de un par de leyendas que incluyó como respuestas a las curiosidades de ella por no quedarse callado bebiendo vino. Cuando les trajeron la comida pedida por ella, él ni se acordaba de no haber pedido, tan solo le extrañó haber querido probar el salmón cuando lo detestaba desde niño.



Estaba empezando a conseguir tararear la escurridiza canción cuando vio a una anciana pasar con sus más rápidos pasos seguida por un muchacho de mala pinta vestido de negro. Supo, o pensó, que el chaval iba a robar a anciana, y a punto estuvo de unirse a la comitiva, pero se imaginó la escena:
La mujer, el chaval y él, él estira la mano para robarle la cartera al chaval mientras éste intenta meter la mano en el bolso, pero entonces el chaval le ve a él, se aparta y al hacerlo da un ligero tirón del bolso, entonces la mujer se gira, habiendo sentido un tirón, y se encuentra cara a cara con Atlex, que tiene cara de concentración por haber estado intentando robar, aunque no a ella, y entonces ella grita “al ladrón”, y él empieza a huir de una masa enfurecida, y aquí caben dos opciones, una es que el policía de azul le acierte con la borra, cayendo Alexis al suelo con un grito de dolor y quedando a merced de la masa, la otra es que consiga huir, pero entonces en cada nueva calle correría el peligro de que reconozcan a ese ‘peligroso fugitivo’, y en una de estas, huyendo de dos policías de azul, uno de los cuales es el que falló con la porra, estos sacarían sus revólveres y dispararían varias veces matándole.
Así que no valía la pena perder la vida por intentar salvar a la señora.



-Lolita...
-¿Sí? te noto raro desde hace un rato.
-Solo quería decirte...- Se arrimó un poco más –que si a ti también te pareciese bien...
De pronto llegó uno de los dos pájaros de aquella tarde muy exaltado y les comunicó entre lágrimas que una de las aves había sido abatida.



La cena no había estado tan mal, lo único es que en vez de servir para que él se quedase completamente enamorado, había servido para que su sentido común le hubiese ido aconsejando huir, huir mucho y rápido, y por si acaso no volver a ese, su restaurante predilecto.
Pero ahora estaban solos, o por lo menos solos en un mínimo perímetro de intimidad, cara a cara, y tantas cosas podían cambiar...



Alexis Mirror vio a un niño sentado cogiéndose las rodillas, pudiese ser que estuviese llorando, y a Atlex, muy a su pesar, no le gustaba que llorasen los niños, excepto aquella niña de Irlanda a la que le hizo una de sus mejores fotografías. Entonces se acercó y con la naturalidad de un padre, se sentó a su lado.
-Mi madre era criada, ¿cómo te llamas?
El niño le miró y soltó las rodillas, había llorado, ojitos rojos, pero debía haber parado hacía un rato.
-Stefano.
-¿Eres italiano?
-No, es que mi padre leyó un libro sobre cocina y le gustó el nombre. A mí me gustaría llamarme Pedro, o Matías.
-Matías, lo que hacía que no escuchaba ese nombre.
-¿Tú cómo te llamas?
-Alexis Mirror.
-Ala, como mola.
-Mi madre era criada y vivió muchas aventuras sin quererlo, aventuras de las de verdad. A mí me gustaría vivir aventuras, pero no aparecen de manera natural y las que provoco son más endebles. ¿Por qué llorabas?
-Porque Manolo solo puede llevar a tres personas a su casa y me ha dicho que yo me quedo fuera.
-Maldito imbécil- Susurró Atlex mientras pensaba que aquello le sonaba familiar, lejano, pero familiar. Entonces empezó a hablar con la vista perdida en la otra orilla:
-Había una vez una inmensa serpiente alada a la que todos llamaban dragón. Muchos caballeros iban a por ella con espada y un escudo que resistía el fuego para descubrir en el último momento que la criatura no lanzaba fuego, sino ácido. La derrotó un joven del que todos se burlaban por ir con arco y flechas en vez de una buena coraza y el yelmo de algún glorioso antepasado. Él no sabía que el dragón no era un dragón, llevaba el arco porque no había podido obtener una espada, ya que en aquella época solo las portaban los soldados y los nobles. Empezó a lanzar flechas que nada lograban contra las duras escamas de la serpiente, hasta que ésta abrió la boca para rociarle su ácido y una flecha se le clavó por error en la encía, de ahí empezó a borbotear ácido que se le escurrió garganta abajo a la serpiente y muriendo ésta entre horribles alaridos.
-Que guay, una serpiente con alas.
-Ya ves, doblemente peligrosa, como las cucarachas que desarrollaron alas- Veía que sus palabras le gustaban al chaval, a punto estuvo de contarle la historia del hipopótamo, pero hubiese sido un poco complicado explicarle cómo acabó un hipopótamo en un garaje -hipopótamo significa caballo de río, en griego. ¿Qué habríais hecho si Manuel no se hubiese subido a su casa?
-¿Manuel?
-Sí, tu amigo.
-Se llama Manolo, no Manuel.
-Manolo y Manuel son el mismo nombre, enserio, la próxima vez que le veas dile: Manué no te arrime a la paré que te va a llená de cal, de caal, de caal, por qué lo hiciste Manué, Manué, Manueel...- Y el niño se rió.
-Pues hubiésemos jugado al escondite o a pillarnos.
El escondite entre dos debía ser algo aburrido, a no ser... Atlex recordó a su padre. Condenado niño, le estaba haciendo aflorar toda la niñez.
-Venga, empieza a correr, te doy un poco de ventaja y después voy tras de ti- El chico salió disparado como un rayo, Alexis susurró: -Le llamaban el Niño porque nadie le vio nunca crecer- Y después salió corriendo tras él.



Bartolomé se hubiese enfadado de saber que alguien había dicho que las cucarachas o las serpientes podían volar, pero estaba demasiado triste y no estaba en el lugar adecuado. No lloraba, y no por ser pájaro, que los pájaros también lloran, sino porque estaba triste pero de otra forma, esa forma más leve pero que dura más.
-Al parecer fue un niño con un tirachinas, una piedra y buena puntería- Decía una golondrina.
-¿Os gusta Hitchcock? Eso deberíamos hacer, unirnos y atacar juntos a los hombres- Dijo el pelícano tuerto.
-Yo voto por agarrar un par de bebés, elevarlos y luego lanzarlos al río- Dijo una cigüeña.

El funeral fue sencillo, se enterró al fallecido en su parque preferido bajo un lecho de hojas marrones del otoño. Arriba, en las ramas, multitud de pájaros guardaban silencio, ninguno cantaba. Una señora que pasaba por allí comentó “malditos pájaros, esto es lo que pasa cuando se les da de comer” pero tal vez no hablaba ella, sino su ira, pues le acababan de robar el bolso.
Bartolomé se llevó a Lolita a un edificio abandonado donde estarían tranquilos y donde, tal vez, una alegría empequeñeciese la tristeza.



Los ojos de ella, los ojos de él, los labios de ella, las orejas de él, el pie de ella, el pelo de él, y el reloj que marcaba el tiempo en el que ella se marcharía sin saber si ir hacia atrás, hacia delante o quedarse quieto. Él se empezó a inclinar levemente y ella decidió no apartarse, pero entonces, cuando iba a suceder un beso que ambos querían y después el abandono, que solo ella quería para marcarse otro tanto, un niño pasó corriendo entre ellos, rompiendo toda situación y a punto estuvo de tirarla al suelo. Cuando se giraron hacia donde había ido, dispuestos a gritar, maldecir, insultar y, tal vez, agitar el puño en lo alto, otro niño, pero mucho más grande, pasó corriendo también entre ellos, y a punto estuvo de tirarle a él.



Alexis se derrumbó junto al chico, cuya espalda descansaba apoyada en un muro gris. Ambos respiraban agitados, se lo habían pasado bien, ya no recordaban a Manolo ni a la chica de cuya casa había salido Atlex al principio de la historia.
-¿Te gusta leer?
-No mucho, me mandan libros en clase, pero son aburridos.
-Eso es porque el afán didáctico de la enseñanza manda leer los clásicos consolidados como grandes por pavor a mandar lectura más amena pero menos importante en su lugar.
-¿Qué?
-Nada, no hagas caso, a veces me sale el grandullón pedante que hay en mí. Escucha- y le miró a los ojos –que jamás muera la niñez ¿me oyes? sino, cuando seas adulto, la echarás en falta sin saber siquiera qué buscas.
¿Había ya cumplido Alexis su cometido? ¿“Solucionar un problema” tachado de su lista mental? Le encantaba eso, aparecer, ayudar, solucionar y desvanecerse, de hecho por eso no cultivaba demasiadas amistades, le agotaban los problemas eternos que no desaparecían, como las faltas de identidad, problemas en el seno de una familia, problemas de la pareja que afectaban al otro... además de que no sabía consolar, Atlex lo comparaba con la gente que no puede llorar o sudar, él no sabía consolar y era una grave carencia muy sentida por él mismo, por ejemplo, a Stefano le acababa de distraer y así le había ayudado, pero no le había consolado, no había llenado su vacío, él se iba a llevar la medalla de la ayuda, pero en cuanto se fuese el niño volvería a abrazarse las rodillas solo, mientras el imbécil de su amigo no se paraba a pensar que no podía dejar a un amigo fuera de casa, o no iba nadie a la misma, o iba él solo o hablaba con su madre y le pedía por favor que pudiesen entrar cuatro en vez de tres.
Debía marcharse ya, sino corría el peligro de que el niño le empezase a importar, le preguntase a qué colegio iba y de vez en cuando se viese en la obligación de velar por él, esperándole de vez en cuando a la salida, tras el corro de madres, como una figura irreal que se desvanecería si pasaba un automóvil por delante. “Velar”, pero qué palabra más bonita.
Decidió contarle una última historia y desaparecer, como si le diese un beso a una chica para desaparecer entre una nube de niebla en la estación del tren.
-En el colegio me gustaba una chica, se llamaba Laura, y como se sentaba a mi lado en geografía, la llamaba “la chica geográfica”.- Se fijó en la cara de Stefano, “ajá, con que te gusta alguna chica, eh pillín” –Era guapa, y como todos los niños querían tener una novia y todas las chicas nos gustaban a todos, ya le había pedido salir la mitad de la clase. Yo era muy tímido y no lo había hecho, además de que tenía miedo de un no, prefería nunca saber la respuesta a que ésta fuese mala. Así que le escribía pequeñas notas muy cursis de aquellas que le gustaban a las niñas de esa edad, no sé si seguirá siendo así, y se las metía en el estuche sin que me viese, pero como era muy listo lo hacía en el recreo y nunca en la clase de geografía. Ella debió preguntar o algo, porque varios compañeros juraron ser los propietarios de las notas, pero menos mal que Laura era muy lista y supo tacharlos a todos de farsantes. Entonces me tendió una trampa, y un día, después de dejar la nota en su estuche, me di la vuelta y ahí estaba ella. No me quedó otra que decirle si quería ser mi novia y a ella no le quedó otra que decir que sí.  Fuimos la primera pareja de la clase, ganándome así la envidia de mis compañeros que babeaban preguntando si era verdad que nos habíamos visto desnudos en los baños del cole. Yo le regalé una caja de bombones y ella me regaló un sobre de unas cartas que yo coleccionaba, y nos dimos un total de tres besos, el primero en San Valentín tras susurrarle al oído “te quiero” y robárselo.
-¡Stefano, Stefano!- Sonó un grito al margen de la historia
-Es mi madre, me tengo que ir.
-Adiós chaval.
-Adiós Alexis.
-¡Espera!- Y le lanzó una chocolatina.
-¡Ya voy, mamá!- Y se fue corriendo.
-Oigo llover pero no llueve- citó Atlex –tiembla cuando oigas a las Banshee. Che, tengo que hacer recuento.
Y ahí estaba Alexis, mirando qué tenía en cada bolsillo, cuando alguien le habló:
-Maldito gilipollas, me has estropeado la ruptura.
-Discúlpeme usted, lo lamento, estoy un poco cansado de contar historias pero si quiere le ofrezco una piruleta de lo que creo que es limón.
-Lo que yo quiero es algo que recordar cuando me vaya a la cama.
-¿Muy mayor para contar ovejitas?
-A partir de cierto número me tengo que concentrar y eso me quita más el sueño.
-Suele pasar, por eso la gente se droga. No recordaba haber ido a esta exposición.
-¿Por qué perseguías al niño?
-Porque era un peligroso terrorista buscado en varios países, ¿no le ha reconocido el rostro?
-Oh, venga, no me trates de usted.
-Disculpa, la costumbre. Oye, no tendrás un cigarrillo.
-No fumo.
-Yo tampoco. ¿Y un piso vacío en alguna parte de la ciudad que no esté siendo utilizado y que puede servir para acoger a un pobrecito como yo?
-No tienes pinta de vagabundo.
-Es que verás...
-Me lo cuentas mientras damos una vuelta, que como sigas sentado te vas a helar el culo y si es verdad que no tienes casa, la palmas.

Él se levantó y empezaron a caminar. Entre ellos había una curiosa separación, pues no era la de las personas que no se conocen ni la de las personas que sí se conocen, y, por supuesto, tampoco era la separación de los que se quieren, ni la de los que se han peleado ni la de los que son tímidos.
-...Y esta mañana me he marchado de la casa.
-Joder, vaya historia ¿Y no le puedes decir que vas a pasar esta noche en el sofá y que mañana ya buscarás algo?
-Claro que podría, pero el que no quiere hacerlo soy yo, si me la encuentro algún día y me habla le preguntaré “Disculpe, ¿quién es usted?”.
-Un poco cruel.
-Es posible que se le humedezcan los ojos.
-¿Y no te das cuenta de que en realidad todo esto es culpa tuya?
-Sí, pero es más cómodo si no pienso en ello. ¿Te imaginas que “ello” se escribiese “elllo”?
-Bueno, supongo que ya iba mínimamente avisada con tu teatrero “te aviso de que suelo hacer daño a la gente”- Qué audaz, pensó Atlex, es la quinta vez que esquiva mis cambios de tema.
-¿Y quién era tu galán?
-El hijo de un socio de mi padre. ¿Quién era el niño?
-Un cocinero italiano llamado Stefano, ¿por qué te parecía dulce cortar con él?
-Es difícil de explicar, ¿no tienes familia?
-Sí, tengo un hermano en la India, mi padre no sé si está vivo y mi madre era criada, ¿haces lo mismo con todos?
-Sí, ¿qué más da que sea criada?
-Es que lo he leído hace poco y me gusta- Y dejó de jugar a las respuestas y preguntas.
-¿Cómo es que lo has leído?-
Él estaba cansado, así que en vez de empezar con acercamientos y adivinanzas lo contó directamente:
-Mi madre y el último hombre para el que trabajó se enamoraron y se casaron, él era escritor y empezó a escribir sobre ella al quedarse absorto por lo que contaba sobre su vida. Yo me negué a leer el libro, pero hace poco, en un aniversario de la muerte de mi madre, la eché tantísimo de menos que decidí leerme el libro por ver si eso me hacía sentirla más cerca. Ahí descubrí que había sido criada.

Pasó un rato en el que ninguno habló, al igual que él no sabía consolar, ella no sabía romper silencios, así que le tocó a él, que le contó que de no encontrar dónde dormir, iría a casa del marido de su madre, que siempre, o por respeto o por verdadero afecto, le daba hospitalidad, pese a que Atlex siempre se hubiese portado horriblemente mal con él.
-¿Te gusta leer?- Y ella no contestó de la misma, sino que habló como midiendo cada palabra.
-Me gusta leer sobre mujeres que corren aventuras, me hacen mucha gracia las novelas eróticas escritas por hombres y aborrezco los clásicos- “Se llevaría bien con Stefano”.
Ella pensó que él debía ser relojero, pues no conseguía calcular el tiempo que faltaba para marcharse, como si él hubiese conseguido estropear su reloj interno de alguna forma.
-¿Y qué música te gusta?



-Lolita, te quiero, desde que éramos pajarines.
-¡Pero Bartolomé!
-No, solo dime si tú sientes lo mismo.
Y él fue a besarla pero ella separó su pico en el último instante.
-Lo siento, Bartolomé- Dijo con la cabeza gacha, y se fue volando.



-Mira que eres curiosa.
-Anda, contesta, yo te he contado lo mío...
-Pues a ver, dos, a los veinte y veintiún años, la primera se fue sin más, dejándome desolado, y a la segunda le di yo de lado, provocando su marcha, para sentir su ausencia justamente después, una ausencia que no quemaba como la primera, sino más puramente triste, no agua salada sino agua clara.
-Qué tierno.
-Te encantan los finales tristes, eres el anticristo del amor.
-Calla, mira eso.
“Eso” era una pareja besándose a la entrada de un callejón con tal pasión que cualquiera diría que se iban a quitar la ropa allí mismo, entornando los ojos Atlex descubrió que él era el griego.
-¡Eh! Yo a ese le conozco, es amigo mío. ¡Cómo te va, tío! ¡Qué tal tu nueva canción!

Dos calles más allá vieron a una chica con una larga trenza negra y ropas anchas que fotografiaba a los viandantes con una polaroid. Atlex se acercó y le pidió que le dejase hacer una foto por un euro, y ella, que nunca dejaba su cámara a nadie, al ver no se qué en su mirada, le pidió dos euros. Alexis volvió y dijo:
-No sonrías.
-¿Por qué?
-Porque la mayor parte del tiempo estás seria, si sonríes ahora le habré hecho la foto a algo irreal, algo falso.
-¿Y si no quiero que tengas una foto mía?
-Te prometo que estará en mi poder menos de veinticuatro horas.
Y ahí, cuando ella iba a protestar, él hizo la foto, retratándola en una pose muy suya.
Atlex Mirror devolvió la cámara y a continuación se despidió, esta vez era un chico quien la dejaba a ella con la palabra en los labios.
¿Dónde estaría ese reloj que tenía que haber sonado hacía ya un rato?
Mientras él se alejaba, pensó que ella era una nave espacial, es decir, una tripulación que salía a un entorno hostil de donde podrían regresar sanos, pero con altas probabilidades de muerte.
Mientras él se alejaba ella pensó que Atlex era un barco a la deriva, navegando esperando encontrar un puerto, sin saber a dónde iban y con un vigía anhelante de gritar “¡Tierra a la vista!”.

Stefano se fue a la cama, o por lo menos a su habitación, porque era posible que andase trasteando hasta altas horas de la noche. Sintió de pronto un frío intenso y observó con horror como alguien se había dejado la ventana abierta, se acercó y allí vio, en el alfeizar, a un pájaro que le miraba con ojos muy abiertos.
-¿Quieres ser mi mascota?- Preguntó Stefano.
“Sí, hijo, sí” pensó Bartolomé.




Años más tarde, Atlex Mirror abrió un cajón y de debajo de muchos papeles sacó un plato rosa con la cara de ella. “Pero qué genial” pensó “me tenía que haber hecho toda una cubertería con su cara”.

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