Venía rondándonos ya varios días.
Isabel siempre que parábamos se refugiaba entre los árboles que se encontrasen
más cerca atando los pañuelos y bufandas a sus ramas bajas para intentar hacer
una suerte de paredes. Yo le decía que no hacía falta tanto, que no nos podía
alcanzar si no salíamos del lindero del bosque o nos asomábamos a un claro. Al
principio habíamos estado asustados con aquello de que hubiésemos estado siendo
perseguidos, pero ahora solo estábamos exhaustos. Isabel ya no lloraba ni
miraba la fotografía, y viéndola así quien tenía ganas de llorar era yo. Hacía
frío, además, lo parábamos con nuestros abrigos pero como ratones de campo se las
ingeniaba para entrar por los bajos de los pantalones, por las mangas o se
quedaba colgando de la nariz. Un frío seco al que se sumaban la falta de sueño,
el cansancio, la irritación y el estar siendo perseguidos. Cuando nos
acurrucábamos, cuando Isabel me dejaba agazaparme junto a ella, lo oíamos más
allá de los árboles y sobre las copas. Era violento, sobrecogedor. Isabel
apretaba los ojos, yo solo los cerraba. Un día, sin embargo, al caer la tarde,
cuando ya habíamos decidido detenernos,
Isabel sacó la fotografía y la volvió a mirar. No tenía los ojos iluminados,
los tenía llorosos del cansancio y los labios resecos y apretados, pero al
menos había vuelto a sacar la fotografía, que sujetaba con ambas manos y
mantenía muy cerca del rostro. Sin embargo algo, tal vez un coletazo del
perseguidor, le arrancó de las manos la fotografía, que empezó a avanzar recta,
entre los árboles, a toda velocidad. Isabel corrió detrás, yo tardé en
comprender que ella no lograría alcanzarla, que estaba corriendo un riesgo
inmenso. Corrí detrás, no sabía qué rumbo había tomado pero seguí a la
fotografía que volaba en mi imaginación. En un momento creí verla, el tono de
su abrigo contra los troncos, y la seguí, seguí corriendo pese a no poder ya
más. Entonces me detuve con fuerza agarrándome a una rama, más allá de mí se
extendía la nada sin árboles. No había rastro de Isabel, solo el viento soplando
furioso.
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