viernes, 31 de marzo de 2017

Volar

Estábamos allí encerrados, pero lo aceptábamos. Trabajo por comida, viendo cómo ellos mandaban, viendo cómo las alas se ensombrecían. ¿Voló alguien alguna vez? Teníamos las alas, nacíamos con ellas, pero se nos decía que no debíamos volar, que debíamos cuidarlas, protegerlas, adornaras. Ellos nos decían qué hacer y nosotros nos consolábamos pensando que había quienes se encontraban peor, los segundos. Si ellos nos utilizaban como sirvientes, a ellos les utilizaban de esclavos. Los segundos estaban obligados a hacerlo todo, siempre con piedras atadas a los pies. ¿Por qué les ataban piedras si no tenían alas como nosotros? Nosotros, que gustábamos de extender nuestras extremidades allá donde generásemos sombra por ver quién tenía las alas más largas y bonitas. Menos tú, tú no participabas de estos juegos, te alejabas y explorabas las galerías o dedicabas el tiempo a observar a los segundos. Poco a poco me fuiste desplazando a tu mundo, o más bien yo quise conocerlo. Cuanto más tiempo pasaba contigo, siempre en silencio, menos disfrutaba de a compañía de los demás. También por estar contigo me gané la enemistad de ellos, pues tú no les gustabas, no tratabas mal a los segundos ni trabajabas más por obtener hojas de colores que enredarte entre las alas. Un día me lo explicaste: nosotros no podíamos volar, nuestras grandes y bonitas alas se habían tornado inútiles, y sin embargo los segundos, si no se encontraban atados a las piedras, podían flotar con las corrientes de aire. Por eso ellos les esclavizaban, porque lo sabían todo, y por eso te odiaban a ti, porque también conocían tu conocimiento. Yo entonces quise volar, tantos años había creído que podía hacerlo que durante un instante creí que lo hacía, pero tan solo caía. En el tiempo en que me recuperé tú estuviste allí, me hacías compañía, y cuando lloré por haber perdido mi sueño, tú me mostraste tus alas: se estaban cayendo. Entonces sentí rabia. Si no podía volar al menos sí podía correr, y así me enfrenté a ellos, grité la verdad, les ataqué, pero ellos te cogieron a ti. Te cogieron y te subieron a la cumbre desde donde te lanzaron. En el aire se te terminaron de desprender las alas y tu cuerpo se sumergió en la oscuridad sin que pudiese ver tu final. Yo grité. Grité tanto que las galerías amenazaron con derrumbarse. Les quité las piedras a los segundos, les liberé, y ellos volaron sin que nadie pudiera atraparlos, mostrando solo un espectáculo de alas de madera. Y entonces, cuando nadie quedaba, cuando solo estábamos ellos y yo, el enemigo, algo emergió flotando. Algo brotó de la oscuridad. Eras tú, y volabas. Ibas rumbo a la salida y yo fui feliz. Tu cuerpo atrofiado reflejaba en la pared una sombra con inmensas alas.

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