Violeta regaba con cuidado, una a una, todas las flores de
la tienda. En algún momento se distrajo mirando el cielo a través del cristal
del escaparate, cuando volvió en sí se percató del hombre viejo que atravesaba
el callejón de enfrente y de los tres chicos que le seguían. De pronto éstos
empezaron a correr y se abalanzaron sobre el anciano, él se llevó las dos manos
al bolsillo derecho de atrás del pantalón mientras recibía algunos golpes, se
le caían las gafas y las manos de los ladrones sacaban de sus bolsillos
delanteros la cartera, las llaves y el teléfono móvil. La escena duró apenas un
instante, después los chicos huyeron y Violeta corrió a socorrer al anciano. Le
ayudó a levantarse y le devolvió sus gafas. Pudo ver, además, que en el
bolsillo trasero izquierdo llevaba un pequeño cuaderno. Violeta le preguntó al
hombre que por qué se había llevado las manos a aquel bolsillo y él contestó,
mientras limpiaba las gafas con la camisa:
—Porque no quería que me robasen las ideas.
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