Recuerdo
que estaban ahí Mario y Julia, no sé si también Alicia. Creo que acababa de
tocar un moco o algo parecido, y creo que les dije "soy un marciano"
y ellos echaron a correr riendo mientras yo les perseguía. Lo malo es que aquel
patio tenía forma de "L", y al girar venía corriendo en dirección
contraria otro niño llamado Manuel (Manuel de Blas, no Manuel Rodrigo) y nos
chocamos de tal forma que él se dio en la parte superior del cráneo y yo en la
frente. Supongo que lloré y que fui a ver a las profesoras, a éstas se les
descolocó el rostro. Le debí decir a la que me atendió que qué me había hecho,
que quería verme en un espejo, y recuerdo que ella dijo que no, que no quería
que yo me asustase. Miré hacia abajo, llevaba un jersey con franjas de colores,
y vi que en cada fina hebra que sobresalía del jersey había una diminuta gota
de sangre. Al final me llevó un segundo al baño (el de los niños, que era
mixto) y entre los ojos llenos de lágrimas no distinguí bien que me había
pasado, tenía el rostro lleno de sangre.
Cogimos un taxi y llegamos a un centro médico que me sería imposible
ubicar, tal vez en Doctor Esquerdo. Recuerdo que ya no lloraba, creo que en el
momento del baño tampoco lloraba ya pese a tener los ojos mojados, recuerdo que
la profesora me sentó en los bancos de espera y que todos los allí presentes me
miraron mientras la mujer decía en recepción “no es mi hijo, soy su profesora”.
Inmediatamente me metieron a dentro y yo, en mi buena educación de niño
ensangrentado, pensé que cómo es que entrábamos nosotros si allí había mucha
gente esperando. No creo que me pusiesen anestesia, porque recuerdo la
operación, recuerdo que me pusieron una especie de tela-plástico verde sobre
los ojos, y que, filtrándose por ésta, me llegaba la luz amarilla del techo.
Recuerdo a los médicos hablar sin que yo tuviese ni idea de qué pasaba, no
recuerdo que me doliese.
El tiempo total de ausencia por mi parte fue de poco más de una hora,
porque no recuerdo qué clase me salté pero llegué al aula de segundo de
infantil cuando “la Teacher” (no recuerdo el nombre real de aquella mujer,
simplemente era la Teacher) nos enseñaba la palabra “mouse” con el dibujo de un
enorme ratón gris pegado ¿a la pizarra, la pared? Por supuesto cuando entré tuve
mi merecido de protagonismo (¿algún niño me dijo en su dosis de dramatismo que
pensaba que yo había muerto?) pero la clase no tardó en continuar.
El niño con el que me choqué, Manuel, era por entonces amigo exclusivo
prácticamente de Miguel Treguerres, pero tras aquel suceso su madre me invitó a
quedar una tarde con él. Vimos la película “El Dorado” que era su película
favorita, y en un momento me preguntó, mientras ponía la película, que cuántos
DVDs tenía, yo, creyendo que se refería al aparato reproductor en vez de a los
discos, le dije extrañado que solo uno. Aquella misma noche me iban a quitar
los seis puntos de la herida, y la madre de Manuel nos llevaba a los dos en
coche hasta la entrada de Rivas, donde había quedado con mis padres (los dos,
¿por qué los dos? Supongo que porque iban a “operar” a su hijo) Pero en un momento,
a mitad de la autopista, Manuel o yo nos levantamos un momento o hicimos un
movimiento extraño y nos dimos un golpe, yo le dije a Ana, su madre, que me
había hecho algo, ella paró el coche, me miró con aquella luz pésima y dijo que
no veía nada, después, en el centro médico, le dijeron a mis padres que me
había abierto los puntos y que debería seguir teniéndolos un tiempo.
Los hechos curiosos
relacionados con todo este asunto son:
Manuel y yo nos
hicimos mejores amigos (muy mejores amigos) hasta sexto de primaria (lo que
quedaba de aquel curso más siete años) y después, al ir al instituto se
separaron nuestros caminos y pasó a ser mi mejor amigo otro Manuel, Manuel
Rodrigo en este caso.
Yo iba a natación,
y por navidad se celebraba un día de juegos con un montón de colchonetas
extrañas y demás, era divertidísimo y no me dejaron participar porque no me
podía mojar los puntos, yo dije que mantendría el equilibrio sobre la gran
colchoneta pero mis padres me dijeron que era demasiado fácil que me cayese, en
su momento lloré, ahora veo que mi deseo era demasiado temerario (creo que
hasta en el momento lo sabía, pero pensaba que ya mojados los puntos, ¿qué más
daba seguir nadando?). De cualquier forma sí me dieron la bolsa de chuches que
correspondía a cada niño, chuches que debí comerme con rabia mientras veía cómo
se secaba mi hermano.
Recuerdo que un día
jugamos a Harry Potter y yo pude ser Harry sin votos en contra por ser el único
que tenía una cicatriz en la frente.
Por poco me queda
una cicatriz cruzándome la ceja como a los macarras, pero al crecer todo se
dispuso de tal forma que la cicatriz está bajo
la ceja, es decir, que si levanto los pelitos se puede apreciar la línea blanca
tan pequeña que en su momento me pareció tan larga como la luna.
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