viernes, 20 de noviembre de 2015

Mi cicatriz

Recuerdo que estaban ahí Mario y Julia, no sé si también Alicia. Creo que acababa de tocar un moco o algo parecido, y creo que les dije "soy un marciano" y ellos echaron a correr riendo mientras yo les perseguía. Lo malo es que aquel patio tenía forma de "L", y al girar venía corriendo en dirección contraria otro niño llamado Manuel (Manuel de Blas, no Manuel Rodrigo) y nos chocamos de tal forma que él se dio en la parte superior del cráneo y yo en la frente. Supongo que lloré y que fui a ver a las profesoras, a éstas se les descolocó el rostro. Le debí decir a la que me atendió que qué me había hecho, que quería verme en un espejo, y recuerdo que ella dijo que no, que no quería que yo me asustase. Miré hacia abajo, llevaba un jersey con franjas de colores, y vi que en cada fina hebra que sobresalía del jersey había una diminuta gota de sangre. Al final me llevó un segundo al baño (el de los niños, que era mixto) y entre los ojos llenos de lágrimas no distinguí bien que me había pasado, tenía el rostro lleno de sangre.
Cogimos un taxi y llegamos a un centro médico que me sería imposible ubicar, tal vez en Doctor Esquerdo. Recuerdo que ya no lloraba, creo que en el momento del baño tampoco lloraba ya pese a tener los ojos mojados, recuerdo que la profesora me sentó en los bancos de espera y que todos los allí presentes me miraron mientras la mujer decía en recepción “no es mi hijo, soy su profesora”. Inmediatamente me metieron a dentro y yo, en mi buena educación de niño ensangrentado, pensé que cómo es que entrábamos nosotros si allí había mucha gente esperando. No creo que me pusiesen anestesia, porque recuerdo la operación, recuerdo que me pusieron una especie de tela-plástico verde sobre los ojos, y que, filtrándose por ésta, me llegaba la luz amarilla del techo. Recuerdo a los médicos hablar sin que yo tuviese ni idea de qué pasaba, no recuerdo que me doliese.
El tiempo total de ausencia por mi parte fue de poco más de una hora, porque no recuerdo qué clase me salté pero llegué al aula de segundo de infantil cuando “la Teacher” (no recuerdo el nombre real de aquella mujer, simplemente era la Teacher) nos enseñaba la palabra “mouse” con el dibujo de un enorme ratón gris pegado ¿a la pizarra, la pared? Por supuesto cuando entré tuve mi merecido de protagonismo (¿algún niño me dijo en su dosis de dramatismo que pensaba que yo había muerto?) pero la clase no tardó en continuar.
El niño con el que me choqué, Manuel, era por entonces amigo exclusivo prácticamente de Miguel Treguerres, pero tras aquel suceso su madre me invitó a quedar una tarde con él. Vimos la película “El Dorado” que era su película favorita, y en un momento me preguntó, mientras ponía la película, que cuántos DVDs tenía, yo, creyendo que se refería al aparato reproductor en vez de a los discos, le dije extrañado que solo uno. Aquella misma noche me iban a quitar los seis puntos de la herida, y la madre de Manuel nos llevaba a los dos en coche hasta la entrada de Rivas, donde había quedado con mis padres (los dos, ¿por qué los dos? Supongo que porque iban a “operar” a su hijo) Pero en un momento, a mitad de la autopista, Manuel o yo nos levantamos un momento o hicimos un movimiento extraño y nos dimos un golpe, yo le dije a Ana, su madre, que me había hecho algo, ella paró el coche, me miró con aquella luz pésima y dijo que no veía nada, después, en el centro médico, le dijeron a mis padres que me había abierto los puntos y que debería seguir teniéndolos un tiempo.

Los hechos curiosos relacionados con todo este asunto son:

Manuel y yo nos hicimos mejores amigos (muy mejores amigos) hasta sexto de primaria (lo que quedaba de aquel curso más siete años) y después, al ir al instituto se separaron nuestros caminos y pasó a ser mi mejor amigo otro Manuel, Manuel Rodrigo en este caso.

Yo iba a natación, y por navidad se celebraba un día de juegos con un montón de colchonetas extrañas y demás, era divertidísimo y no me dejaron participar porque no me podía mojar los puntos, yo dije que mantendría el equilibrio sobre la gran colchoneta pero mis padres me dijeron que era demasiado fácil que me cayese, en su momento lloré, ahora veo que mi deseo era demasiado temerario (creo que hasta en el momento lo sabía, pero pensaba que ya mojados los puntos, ¿qué más daba seguir nadando?). De cualquier forma sí me dieron la bolsa de chuches que correspondía a cada niño, chuches que debí comerme con rabia mientras veía cómo se secaba mi hermano.

Recuerdo que un día jugamos a Harry Potter y yo pude ser Harry sin votos en contra por ser el único que tenía una cicatriz en la frente.

Por poco me queda una cicatriz cruzándome la ceja como a los macarras, pero al crecer todo se dispuso de tal forma que la cicatriz está bajo la ceja, es decir, que si levanto los pelitos se puede apreciar la línea blanca tan pequeña que en su momento me pareció tan larga como la luna.

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