martes, 24 de noviembre de 2015

Marta es una estación

Como un fumador el tabaco, como un bebedor la bebida, así se necesitaban. Yo a ella la conocí cuando fue necesario o intervino la casualidad, pero él era amigo mío y de hecho, a través de lo me contaba, a ella llegué a conocerla de una forma que le hubiese asustado.
Podías preguntarles si tenían una relación y su respuesta sería que entre ellos había algo, pero que no sabrían bien qué era. A ella le gustaba decirle que le esperaba en el Retiro, sin aclarar hora ni lugar, y él ya sabía que estaría leyendo en algún banco y que había que jugar a encontrarla, a las horas del mediodía o del principio de la tarde, porque noviembre era frío y para ellos siempre era noviembre. Jugaban a muchas cosas, pero sobre todo jugaban a besarse diferente, procurando que nunca sus besos se volviesen monótonos y reacios a darse. A él le gustaba tocarla, en cualquier parte del cuerpo y bajo o sobre la ropa, daba igual, pero le gustaba sentirla, porque todo en ella tenía algo diferente a las demás personas. A ella le gustaba esperar a que en algún momento de la conversación él desapareciese, sus ojos se apagasen y empezase a hablar, simplemente hablar, como hacía él, en ese monólogo tan extraño del que salían palabras maravillosas que al volver a casa, si se acordaba, ella apuntaba en un cuaderno del que jamás le habló.

Un día él, que se llamaba Javier, me pidió salir a dar una vuelta, y pese a ser domingo, muchas cosas por hacer y un transporte público horroroso, le dije que me cambiaba de ropa y salía. La verdad es que pensaba que acababan de romper y me correspondía ser diana de miserias, ataques y mocos, tarea que aceptaría dignamente sin pedir jamás nada a cambio. Lo bueno de vernos en persona sería que solo tendría que escucharle para poder ayudar sin tener que abrir la boca, y jamás haciéndole ver las incongruencias que dijese en el momento. Pero sin embargo me encontré con un él decaído al que no le había pasado nada.
Me contó que le asustaba algo, un fantasma que le había producido el pensar y que ahora anidaba detrás de los ojos, en su punto muerto. Me dijo que sentía algo por Marta, la chica, su chica, y que aunque eso era algo obvio se había empezado a preguntar que dónde residía lo que sentía y de qué naturaleza era, y ahí había tenido miedo, porque pudiendo analizar todo lo que había sentido antes de Marta incluso al principio de Marta, ahora se encontraba con que Marta estaba cuando no la pensaba y dónde no estaba, ahora Marta era un tercer pulmón, me dijo, algo capaz de empañarle los ojos y dolerle el pecho. A punto estuve de bromear recogiendo antiguas bromas nuestras, que no hay mariposas en el estómago, sino gases, que si había mariposas qué faena que me las he comido. Pero él me dijo que pensar en ella podía robarle el calor del cuerpo y hacerle sentirse cansado, que le dolía no sabía dónde, que solo estando con ella podía olvidarse de aquella mierda, que solo escuchándola hablar despreocupada podía ser feliz. Habíamos recorrido medio Madrid bajo la atenta mirada del frío cuando se echó a llorar.
Los fantasmas de Javi me preocupaban solo en parte, porque mi vida en aquel momento estaba tan desordenada que me cansaba el solo ponerme a pensar en cómo resolverla. Pero la verdad es que mientras yo hacía lo que fuera que hiciese, Javier lloraba de rabia sin saber por qué, sufriendo por algo de lo que solo nos podría hablar un psicoanalista. Al final me dijo que lo suyo con Marta estaba acabado, que había muerto, y yo cometí el error de preguntarle que por qué lo decía, si se les veía tan bien. Él se enfadó conmigo y solo algo de alcohol le hizo perdonarme. Me contó que un día la vio sentada, con el libro en el regazo, y un hombre de pie, enfrente, hablando con ella, y solo con verles así, sin que ninguno girase la vista hacia donde estaba él para y le sonriesen, se dio la vuelta y se marchó para enviar media hora después un mensaje diciendo que aquel día no podría ir, a lo que ella le contestó que no pasaba nada, que no se preocupase, y entonces, por primera vez, él sintió celos, se la imaginó acostándose con aquel hombre y lanzó con fuerza el teléfono contra la cama.
Ella seguía con sus juegos o adivinanzas, pero a él ahora le cansaban, no las entendía, le pedía la respuesta. Y eso a ella le decepcionó, el que él ahora le preguntase que qué quería decir, que quedaban a tal hora, que estaba muy ocupado, que en toda la semana no podrían verse, pero que si quería podían hablar por mensajes.
Al final, después de un mes sin verse, él dejó de escribirle y responder a sus llamadas y mensajes, se escondió y evitó lugares de encuentro fácil, y ella, desesperada al principio y triste después, vino a hablar conmigo y me pidió un favor. Yo fui a ver a un ojeroso y mal vestido Javier y le di un abrazo, lo siento tío, pero ella te ha dejado.

Como en una película y creyendo olvidarse de noviembre marchándose a donde hubiese nieve, Javier huyó a las montañas del norte, a un pueblo de cincuenta y siete habitantes. Ningún abrigo puede calentarte cuando el frío viene de dentro. Fui a verle dos veces, y ambas se mostró festivo, extrañamente contento, pero aquello era una farsa, lo sabía yo, lo sabía él, lo sabía Madrid, pero no lo sabía ella, que le iba olvidando con la progresión de una tortuga, a medida que cada pareja nueva le curaba una herida distinta.

Llegó el verano, un verano literal, abrasador en la capital. Yo dejé a la chica con la que estaba, porque el verano destroza relaciones y crea unas nuevas, efímeras. Y recibí soltero a un Javier que parecía haber decrecido un metro. Le presenté a un total de cinco mujeres, se acostó con cuatro y dos creyeron quedarse enamoradas de él, pero Javier parecía pasar sobre ellas como quien pasa sobre una almohada, y cuando le pregunté que qué coño hacía me dijo que ninguna era Marta, y no solo eso, sino que ni siquiera se le parecían. Entonces decidí contarle la amarga, extraña, erosionada y salpicante verdad, Marta se iba a casar.

Javier volvió a huir, y cuando volvió había enfermado de motu proprio. Me muero por ella, me dijo, pero no me muero por amor.

1 comentario:

  1. Manuel se va a alegrar muchísimo. Tu has hecho tus deberes. Y a mi me ha parecido Bizzy.

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