En la casa siempre hay café
reciente. Descansa sobre el fuego, o junto a él, y se huele en todas las
habitaciones. Hay un jardín donde siempre hace fresco y las ramas se mecen
despacio. Es un lugar tranquilo, el silencio se altera en pocos momentos, por
ejemplo cuando se enciende la televisión a las nueve de la noche y permanece
encendida solo una hora, o cuando se oye la puerta del garaje abrirse, o cuando
se habla en susurros. Se habla en susurros por lo general, cuando el café
hierve es fácil que no se oigan unos a otros. También se escucha el vibrar
ocasional de los teléfonos, porque están todos en silencio.
Ahora un dedo recorre la pantalla
del móvil una y otra vez. Pasa de un menú a otro y luego vuelve, no está
buscando nada en concreto pero va dejando sobre la pantalla, sin darse cuenta,
un dibujo de líneas que avanzan en una dirección y después otras en la
contraria que las borran. Alguien podría exponer un cuadro así, las marcas de
un dedo en la pantalla, el marco podría hacerse con la suciedad encontrada en
el bolsillo.
Al final, y solo por forzarse a
hacer algo, el dedo abre una aplicación, escribe unas palabras y la dueña del
dedo sale de casa porque de pronto tiene algo que hacer. Antes de salir de
casa, y solo por tradición, bebe los restos de la penúltima cafetera, que
descansan templados en un vaso de cristal sobre la encimera.
Hace el frío justo como para
poder estar en la calle pero que te duelan las manos y las tengas rojas. La
dueña de éstas, que por lo demás se ha puesto la capucha, las intenta ocultar
en los bolsillos del vaquero, en los de la chaqueta, dentro de las mangas, lo
que sea con tal de que no vean la luz hasta la primavera, como hijas que aún no
han sido presentadas en sociedad. Sin embargo tiene que estas sacándolas todo el
rato para contestar mensajes que le zumban el bolsillo. Siempre al terminar de
escribir sale de la aplicación y el dedo sigue dibujando sobre la pantalla,
pasando de un menú a otro, hasta que finalmente lo guarda.
Hay un pequeño centro comercial.
Parece un intento de centro comercial o una cría de éste. Tal vez sea un centro
comercial adolescente porque está desproporcionado: tiene una fachada enorme,
pocas tiendas, un tiovivo, un supermercado que parece una tienda de
ultramarinos venida a más, un local que fusiona todos los tipos de bares,
restaurantes, clubs y tiendas de comida rápida, un cajero sin sucursal bancaria
y algunos de estos locales vacíos que parecen tener inconsistencia porque no
aguantan un negocio más de dos meses. En Navidad, cuando se ponen las luces, se
sobrecargan la fachada delantera y el tiovivo, el resto de paredes exteriores
quedan tan pobremente iluminadas que parecen faros en la costa. Junto al centro
comercial hay una gasolinera que por el contrario emite una luz tan verde y
brillante que dirías que se trata de una reacción nuclear. De verdad, es tan
brillante hasta en plena noche que el resto de gasolineras tuvieron que cerrar,
porque todos los conductores se veían atraídos por ésta. Y luego, entre la
gasolinera y el centro comercial hay un parking, de estos que tienen una fila
de carritos de la compra enganchados, solo que aquí el enganche se rompió hace
tiempo y ahora los carritos campan a sus anchas por el parking, mecidos por el
viento y ocupando las plazas de los coches, los cuales prefieren aparcar en la
gasolinera.
Cuando la chica llega al parking
tiene las manos tan frías que le duelen. Le espera una amiga que está apoyada
en una barra de metal, se lo puede permitir porque va mejor abrigada. Se
saludan sin tocarse y comentan sobre si ir a comprar algo de comer o beber, por
hacer algo, pero la duda sobre si ir al supermercado o a la gasolinera acaba
por hacer que no se muevan. Hablan de cosas varias, de un chico circunstancial,
de una anécdota sobre la tía de una de las dos, de un examen. Sacan los
móviles, contestan a algunos mensajes, se enseñan fotos la una a la otra, se
hacen una foto, la suben. A la chica que está de pie en realidad no le gusta la
foto que se han hecho, no le gusta cómo sale su nariz, pero no dice nada. La
nariz le duele y le moquea. En ese momento piensa en la luz cálida de jardín su
jardín a ciertas horas de la tarde y en el olor a café recién hecho, y justo en
ese momento una brisa de aire helada se le mete en los ojos y se los llena de
lágrimas. No están mucho más tiempo, la que estaba apoyada sobre la barra de
metal dice de pronto que tiene que ir a casa a cenar y se marcha.
Cuando entra se da cuenta del frío que tenía. Sabía lo de las mejillas, la nariz, las manos, los dedos de los pies y hasta los párpados, pero ahora nota el frío en el resto del cuerpo. Va a su cuarto a cambiarse de ropa, pero cuando se quita los vaqueros se toca los muslos y los nota tan fríos que hace una pausa para apoyarse en el radiador. Apoya las piernas, los glúteos y las manos. Más que calentarle, el radiador le quema, sin calentar por ello la piel, nota el frío y el calor a la vez, sin que ninguno cambie, pero aun así aguanta apoyada. En un momento mira hacia abajo y le hace gracia ver sus piernas desde esa posición. Le llaman la atención las bragas que lleva puestas, son sencillas de un violeta muy artificial. Se hace preguntas del tipo a quién se le ocurriría buscar un tono tan estridente para unas bragas sencillas, en qué momento se inventaría ese color, si las flores de alguna planta tendrán también ese color. Después oye que la llaman a cenar, se termina de cambiar, se suena la nariz y grita ¡ya voy!
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