jueves, 21 de enero de 2021

Hombre negro sobre mundo gris

Amin nació el menor de cuatro hermanos. Su infancia la pasó en un patio con el suelo de tierra, jugando con sus hermanos y los hijos de los vecinos. También fue algunos años a la escuela. Un edificio de cemento con techo de plástico en el que una sola profesora daba clases a todas las edades. La mujer separaba en el aula a los que merecían la pena de los que no, dejando a los segundos hacer en clase lo que quisieran, siempre y cuando no molestaran a los primeros ni se pegaran entre sí. Amin fue relegado al final, pero consiguió, lo cual era raro, volver a llamar la atención de la profesora y pasar a las primeras filas. Fue un alumno aplicado, lograba conciliar el ser buen estudiante con seguir juntándose con las malas influencias de las filas del fondo. Le sacó verdadero provecho a las clases, pero no por mucho tiempo. Un día su madre les llevó ya a trabajar a una fábrica. Lo cierto es que era una pérdida de tiempo, la empresa no necesitaba más trabajadores a excepción de días u horas sueltas, de forma que uno debía quedarse en la puerta, al sol, con un trapo atado en la cabeza dejando pasar el tiempo, a ver si salía el gerente con su camisa blanca de manga corta y gritaba que necesitaba a alguien.

Visto desde nuestra perspectiva Amin y su familia eran pobres, pero desde la suya no. No tenían casi nada, pero tampoco pensaban que lo necesitaran. Fue el aburrimiento y no la necesidad lo que impulsó a Amin a cruzar el mar junto con su hermano y unos amigos suyos. Lo hicieron en una balsa rudimentaria. Desde su punto de vista era una aventura, pero una noche, ya en el agua, sin ver tierra, la luna ni estrellas, fue consciente de que ahí mismo podía morir, en lo fácil que sería que la balsa se volcase y estuvieran muertos antes de dos horas, con altas posibilidades de que no se encontrasen ni los cuerpos. Esa experiencia le cambió, de la noche a la mañana, literalmente, se endureció y se le apretaron los labios. Al llegar a la costa ya apresaron a varios y los demás se dispersaron. Estaba solo en un país extranjero que le era muy hostil, del que no sabía nada y al que en realidad no había querido venir, pero volver a casa expulsado se le hacía impensable, si retornaba no podía ser así.

El poco dinero que llevaba se le había acabado a los dos días. Durmió varias noches en la calle como nunca podía haberse imaginado, pasando un frío que debió marcarle casi tanto como el naufragio imaginado. Acabó en la capital y allí conoció a un hombre que le daba trabajo a cambio de alojamiento. El alojamiento en sí era un piso de dos habitaciones y un baño que compartía con siete personas. El trabajo le ocupaba prácticamente todo el día y se les había olvidado en la negociación incluir algo de dinero o comida. Dios, qué hambre pasó. Venía de malas condiciones en un país pobre, pero no recordaba haberse sentido nunca tan desdichado.

Su debilitamiento a causa de no comer le llevó a tener un accidente laboral, de manera que le echaron y se quedó también sin casa. En parte fue una liberación. Por suerte ahora eran los meses cálidos y no era tan desagradable dormir en la calle. Así, sentado en el banco de una plaza, una mañana sin mucha afluencia se le acercó un hombre vestido de Spiderman. Éste le contó que era famoso, que vendía muñecos y camisetas, que la gente venía para hacerse fotos con él y ganaba mucho, de forma que ahora quería abrir otra sucursal. De esta manera se vio Amin vestido de Batman, piel negra bajo antifaz negro.

No ganaba mucho y la mayor parte se lo daba a Spiderman, pero tenía una habitación y comía bien. Era feliz a su modo. Pero este apuro de felicidad duró lo que un hombre tardó en insultarle y darle una patada al sombrero donde se lanzaban las monedas. El hombre sufrió una inesperada paliza por parte de Batman y la policía se llevó al vigilante nocturno.

Así acabó Amin, con su traje de faena, en un despacho de abogados. Se lo habían recomendado, eran malos pero baratos y él se enfrentaba a un delito de lesiones. Fue allí, en la consulta, donde un pequeño de un matrimonio argentino sin papeles se le acercó y preguntó:
—¿Hace cuánto no luchás?

Amin había estado pensando en aprovechar la condena para volver, para que el viaje le saliese gratis y poder colgar la capa de murciélago, pero cuando pasó ante el abogado le vino la imagen de la determinación que sintió en las playas de aquel país. Al pasar al despacho no preguntó por el delito, sino en cómo obtener papeles y poder volver a casa con la cabeza bien alta.

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