Este relato debe su forma y su tema a una temática que me fue dada, yo no tuve nada que ver.
—Cuénteme lo sucedido.
—Ya se lo conté a su compañero.
Yo solo volvía del bosque cuando vi algo extraño en la casa de mi vecina. Es
una señora mayor, sabe usted, y sin embargo estaba todo revuelto. Era muy
extraño, me dio mala espina, sabe. Una vez en la puerta ya no pude entrar, me
dieron nauseas cuando lo vi. Estaba todo destrozado y en el suelo los restos de
la muchacha. Con tanta sangre que había se le había teñido el vestido de rojo.
—Leo aquí que en su declaración
dijo que a usted y sus dos hermanos les persiguió un hombre armado con un hacha
pero, y corríjame si me equivoco, que no parecía querer llegar a hacerles daño.
—Efectivamente, así fue.
—Perdóneme, pero no entiendo,
¿cómo que parecía no querer hacerles daño? ¿Acaso no arremetió con un hacha
contra la puerta de la casa de su hermano pequeño y rompió una ventana de la
casa de su otro hermano?
—Sí, así fue.
—¿No le parece peligroso que
entren en su casa con un hacha?
—Sí.
—¿Entonces?
—Déjeme a ver si me explico.
Llamó a la casa de mi hermano, sí. Hablaron sin que le llegara a abrir y cuando
el tipo le dijo que lo hiciera y mi hermano se negó pues el loco este la
emprendió a hachazos contra la puerta. Pero para cuando pudo pasar siguió
dándole a los restos de la madera, como dándole tiempo, mientras él saltaba por
la ventana del baño. Luego fue corriendo al otro lado de la calle donde vive mi
otro hermano. Vale, pues en este rato en que el mediano tardó en abrirle, el
loco pudo haber ido a por el pequeño, ¿entiende?, sin embargo ni corrió ni
nada, fue caminando hasta la puerta, riéndose y como bailando.
—¿Y qué pasó después?
—Pues lo que ya he declarado. Mi
hermano el mediano sufrió un robo hará dos veranos, así que su puerta es mejor,
parece de madera pero está como blindada por dentro, así que el loco no podía
entrar por ahí, por lo que se lió a porrazos contra la ventana de la cocina,
que es la única que no tiene barrotes porque en principio es más pequeña. Mis
hermanos me llamaron a mí, que llamé a la policía, y les recomendé no se
enfrentaran al tipo este, así que salieron por la puerta de atrás y corrieron
hasta mi casa.
—¿Sabe si sus hermanos han echado
en falta algo, si sufrieron algún robo?
—Nada, nada, el psicópata ese
solo quería asustarles, es un tipo peligroso y a mí lo que me asusta es que aún
no le hayan cogido ustedes.
—Cuénteme agente.
—Madre soltera, caucásica, nos
llama al volver a casa del supermercado. Dice que era una gestión rápida y por
eso dejó a sus hijos solos en casa. Al llegar se encontró el espectáculo, todos
muertos, o al menos eso es lo que creía ella. Al llegar nosotros hemos
encontrado al pequeño de los siete escondido en el reloj de suelo, en el salón.
—¿Ha dicho algo?
—Nada, está en estado de shock.
—¿Tenemos algo?
—La puerta no muestra señales de
violencia, así que o conocían al agresor o éste se ganó su confianza. Las
heridas son de arma blanca y se ve que fueron infringidas por alguien sin mucho
conocimiento.
—O por placer.
—¿Cómo dice?
—¿Pueden deberse a alguien que se
quería recrear?
—Sí, podría ser. Es extraño, pero
podría.
A la vuelta del cole Juan para en
un parque. Sus amigos se van y él se queda en los columpios. En un momento dado
ve que un hombre le mira desde el otro lado de la calle. Tiene las manos
metidas en los bolsillos del abrigo. A Juan le da miedo y decide volver ya.
Mira frecuentemente hacia atrás y ve que el hombre le sigue. Al doblar una
esquina echa a correr y no se detiene hasta llegar a casa. Allí encuentra a su
madre en la cocina.
—¡Que viene el lobo, que viene el
lobo!
Pero nadie le creyó porque todos
saben que Juan nunca dice la verdad.
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