—No te vayas a poner celosa.
Juan abrazaba a Ana por detrás
mientras le intentaba besar en la mejilla, ella alejaba el rostro imitando el
personaje que él le había construido. Así llegaron al local, donde un hombre
inmenso les pidió las entradas, él se las entregó y después comentaron en
susurros que ninguno se esperaba tanto formalismo.
—¿De qué decías que la conocías?
—Es una vieja amiga —respondió
él.
En el local había globos, mesas
redondas para los invitados con manteles y platos blancos, mesas rectangulares
con comida y camareros en las esquinas. El ambiente era una mezcla de un exceso
de etiqueta y de la idea que tendría una niña de cinco años de una fiesta de
cumpleaños.
La mesa que tenían asignada
estaba muy cerca del escenario, encima del cual había un micrófono plateado.
Cuando se sentaron había todavía asientos vacíos. Sus compañeros eran todos
hombres, todos vestidos igual, con caras simpáticas. Juan no reconoció a
ninguno, aunque sí vio un parecido entre todos ellos, morenos, pelo corto, narices
normales. Se sentaron algunos más y la luz de la sala se apagó a la vez que se
encendía un foco sobre el micrófono.
—Tengo que ir al baño, vuelvo
enseguida —le susurró Ana.
—No me dejes solo mucho tiempo.
Al escenario subió un hombre
mayor de cara larga. Entonces Juan notó movimiento a su lado y vio que se había
sentado un extraño en el sitio de Ana. Intentó indicarle que ese sitio estaba
reservado, pero el hombre, que no apartaba los ojos del anciano, le enseñó su
propia invitación, y cuando Juan insistió fue callado por un chistido de los
demás hombres de la mesa. Pensó entonces que esperaría a que Ana volviese y le
ayudase, no se sentía con fuerzas de pelear contra toda una mesa, además de que
verla allí de pie, a su lado y esperando, probablemente incitaría a la
educación del desconocido, que cedería el sitio.
Para cuando la escena había
terminado Ana aún no había vuelto pero el anciano había terminado su discurso.
Después subió a hablar una mujer mayor a la que Juan no llegaba a entender, no
es que no entendiese lo que quería decir, sino que no entendía bien sus
palabras, como si hablase en otro idioma aunque muy parecido. Finalmente salió
la protagonista de la noche, llevaba un vestido verde y les agradeció a todos
su presencia. La gente aplaudió y Juan les siguió, pero de pronto había
olvidado de qué conocía a aquella mujer, había olvidado incluso su nombre.
Las luces se encendieron y Juan
se preguntó cuánto tiempo habría pasado. Las mesas estaban casi todas vacías,
solo permanecían unos veinte hombres. De la comida quedaban las sobras y había
restos de globos y serpentinas por el suelo. La mujer de verde se bajó del
escenario y empezó a pasearse entre las mesas. Los hombres hablaban entre sí
con completa normalidad, no parecían darse cuenta de que había algo extraño.
Juan volvió la vista hacia ella y la vio acariciar los brazos de algunos,
intercambiaba palabras con otros y a dos de ellos les enderezó el rostro con
una caricia en el mentón para besarlos después.
Entonces empezó a sonar una
música y todos se levantaron de muy buen humor. Juan les siguió y quedó perdido
en mitad de la pista de baile, donde bailaban unos con otros. Una mano le tocó
el hombro y le hizo girarse y de la que se giraba la mujer de verde aprovechó para
colocar su otra mano en la cintura de él.
—Cariño, qué feliz me hace que
hayas podido venir. ¿Te lo estás pasando bien?
El no podía responder, tenía la
boca abierta y seca, se sentía perdido y con mucho calor.
—Oh, vaya, qué lástima. De entre
todos mis exnovios hay varios que se te parecen, pensé que haríais buenas
migas.
Y sin más le besó, y de la que lo
hacía Juan recordó quién era ella, los recordó a los dos de adolescentes un
verano cualquiera. Pero mientras se besaban vio en la puerta principal, al
fondo de la sala, a mucha gente saliendo. De entre ellos distinguió a Ana, que
le miraba mientras era arrastrada por los demás. Juan soltó a la mujer de verde
y corrió hacia la puerta, pero se fue chocando con todos los antiguos novios,
que eran pesados y lentos, como una densa masa negra, y cuando logró salir era
de noche y la calle estaba vacía. Juan jadeaba, empapado en sudor y con restos
de confeti adheridos a la chaqueta. De pronto se dio cuenta de que todo estaba
en silencio, se giró y vio la puerta del local cerrada. A través del cristal
logró ver el interior, había una inmensa sala en ruinas, parecía llevar años
abandonada.
Todo el mundo lo repetía, pero en el fondo nadie llegó a creerlo. Por eso todos se refugiaron aquí.
jueves, 21 de enero de 2021
El baile de las fieras
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