jueves, 21 de enero de 2021

El peor lugar del mundo

Lo cierto es que el tiempo no iba a la par. Las estaciones no se diferenciaban mucho, hacía buena temperatura y en la zona había varios ríos que se podrían bifurcar para traer el agua. Pero eso no quitaba que ese pequeño lugar, esa especie de pueblo escondido en un país del que ni sabes el nombre, fuera el peor lugar del mundo.

La gente estaba sentada en la puerta de lo que hacían las veces de casas. Estaban sentados pero si uno se caía de lado probablemente se quedase tumbado. Si uno caía hacia adelante y rodaba por la tierra de lo que se supone que es la calle no le apartarían hasta en tanto no viniesen los pájaros a comérselo. Ellos no se la comerían, aunque igual deberían, porque allí no se comía nada. Te podías alimentar de rocas, del polvo que flotaba en el aire, de la madera descolchada de los árboles. Probablemente el esfuerzo que dedicasen a obtener comida fuera equivalente a la energía que ésta les proporcionaría, después de eso podían arrastrarse de nuevo a su choza, sentarse en la puerta y morir con dignidad, porque de lo contrario morirían más allá de la choza, en medio de la nada, y morir en la nada en medio de la nada está muy feo.

Allí llegó un doctor. Pertenecía a un grupo de médicos que se dedicaba a ayudar en un campo de refugiados del país. Ellos ya se habían ido, pero aquel doctor aún quería ayudar en lo que pudiera, o igual tan solo no quería volver a casa. Cuando se topó con aquel lugar se sorprendió, no aparecía en los mapas, de hecho en su lugar había otra cosa reflejada, un bosque, una colina o algo así, alguien había preferido dibujar unos montículos de tierra en vez de comprobar si no habría algo allí de verdad, porque a los pobres pobres les habían caído toneladas de tierra encima por culpa de un garabato.

El doctor empezó a atender a aquella gente. Tenía tanto trabajo como quisiera. Usó todo lo que llevaba encima. Hasta la última grapa o bolígrafo podía encontrar una dolencia extraña que aliviar. Así que hizo todo lo posible y se marchó en busca de más medios. Pero cuando llegó a la ciudad ésta le poseyó de forma que dejó el botiquín y se puso a pensar que lo que realmente necesitaba aquella gente era dinero, que tenía que recaudar dinero porque eso sí aliviaría sus vidas. Así emprendió un trabajo de publicidad que tuvo la suerte de encontrar algún micrófono que le quiso dar voz.

Al poblado, por llamarlo de alguna manera, llegó un día un todoterreno blanco. Era un vehículo hermoso y desproporcionado, que reflejaba tanta luz que dejó ciegos a algunos de esos pobres diablos. Del vehículo angelical bajó un hombre rubio tan guapo y tan arreglado que también parecía un ángel. Bajó junto con otros dos hombres que portaban cámaras y una mujer que sujetaba bien alto un palo con un micrófono. Cuando digo que aquel aparecido iba arreglado no quiero decir que vistiese traje o algo similar, todo lo contrario, vestía botas, pantalones caquis de estilo militar, una camiseta ceñida y gafas de sol, pero estaban todas las prendas tan nuevas y limpias que le quedaban maravillosamente. Aquel señor era una estrella de cine de un país lejano, de hecho de otro continente, pero venía hoy a ayudar a aquellas gentes necesitadas. Fue filmado y fotografiado dándoles comida, entregándoles balones de fútbol y enseñándoles a jugar, impartiéndoles clase junto a una pizarra que sus ayudantes pusieron para la foto y que luego se volverían a llevar. Todo lo hizo sonriendo a cámara, era difícil repartir paquetes de comida sin mirar a quiénes se los estaba dando, pero de todas formas tampoco los habría podido ver por culpa de los focos.

Ese señor vino como se fue y las gentes se volvieron a sentar en sus puertas, pero no tardarían mucho en llegar reporteros, famosos y expertos de la caridad que les vestirían con ropa ilustrada con grandes logos de marcas de comida rápida, que les harían fotos y que les robarían de vez en cuando uno o dos niños para grabar algún documental o película realmente impactante.

Qué maravilla, se acabó levantando un parque temático. Podías ir allí y fotografiar a una mujer pariendo en medio del polvo, si tenías suerte hasta moriría en el parto. También podías ser fotografiado haciendo como que les ayudabas a descontaminar un pozo y luego lanzar en el mismo el envoltorio de plástico de la chocolatina que te fueses a comer. Ah, qué maravilla, se construyeron atracciones, aquella gente por fin tenía un trabajo limpiando y sirviendo a los turistas, barriendo los restos de tu hermano devorado por un animal traído a tu casa únicamente para enseñar a aquellos visitantes lo dura que puede ser la madre naturaleza.

Pero nosequé accionista vio pérdidas en un papel que hacía referencia a un asunto futuro y de la noche a la mañana el parque dejó de ser rentable y se cerró. Todos se fueron porque aquello había pasado de moda. Entre las atracciones ahora oxidadas y las montañas de plástico aquellas gentes volvieron despacio a las puertas de sus casas y allí se sentaron a esperar el fin del mundo.

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