jueves, 21 de enero de 2021

Que hable y que se callen

 Ella va ordenando sobre la repisa la figurita de la tortuga, la del tigre de bengala y la del sapo de ojos grandes. Él la mira mientras tanto. Tiene los brazos cruzados y se le nota clara la impaciencia. No está impaciente porque ella esté tardando, lo que no soporta es que ella siga colocando las figuras una y otra vez, quitándolas para limpiar el polvo y volviéndolas a poner. Ya ha pasado un tiempo, piensa él, pero ella sigue con las figuritas. Entonces se oye en el piso de arriba un grito, unos golpes y después más gritos. Es una mujer que grita hasta quemarse la garganta. Pero ella no se mueve y él, que la mira, también piensa que son cosas de otras personas y que éstas tienen que solucionar sus asuntos, o que otro los solucione en su lugar, pero no él, él tiene suficiente con su mujer que está loca.

El martes llega el psicólogo. Ella no puede salir de casa así que él ha trasladado aquí su consulta. Se encierran en el cuarto y hablan bajo. Él fuma en el salón, esperando y queriendo poder escuchar. En el fondo tiene miedo de que ella hable de él, de lo que pasó cuando llegó al piso y la encontró, teme que el psicólogo entienda mal los hechos. Así se acerca a la puerta del cuarto e intenta escuchar, pero no oye nada, hablan tan bajo que parecen una cortina de agua. Lo que sí oye es en el piso de arriba a la mujer de la otra vez gritar y después llorar. Después gritar otra vez y la voz de un hombre que le dice que se calme, que todo está bien, pero como ella vuelve a gritar él grita a su vez que se calle, que todo está bien, y ya solo se le oye a ella llorar.

Él se pregunta por qué la tortuga. Se la regaló a ella un vendedor ambulante a cambio de una limosna. Las otras figuras, el tigre y el sapo, son de un viaje que hizo ella y no fueron baratas, tiene sentido dedicarles tiempo. Pero no a una tortuga de plástico, ésta no tiene el mismo derecho a recabar la atención de ella, una atención que no tiene siquiera él.

Algunas noches llora ella, en el cuarto, y él la oye desde el sofá. Otras noches llora la mujer del piso de arriba. Él está harto, no entiende cómo ella puede seguir así, ida, sin hablar apenas. Fue una experiencia traumática, sí, ya se lo ha explicado el psicólogo, pero sigue sin entender. Al parecer ella no puede mirarle porque como le abrió la puerta al desconocido pensando que era él, ahora los asocia. Además el hecho de que él llegara no mucho más tarde y la encontrara así terminó por sumar su cara al cuerpo del agresor.

El jueves vuelve el psicólogo. Ambos se encierran y él intenta escuchar, pero no lo consigue, en el piso de arriba una mujer habla con alguien y el murmullo se vuelve tal que a él le ensordece. Se harta, abre la puerta, sube las escaleras y aporrea la puerta. Le abre el psicólogo, muy asustado al verle. Él busca algún objeto grande al alcance de la mano y le golpea hasta acallar cualquier susurro. Después sale del piso, baja las escaleras y entra en el suyo. Allí está ella, ordenando sobre la repisa la figurita de la tortuga, la del tigre de bengala y la del sapo de ojos grandes. Él le acaricia el pelo y le susurra que todo va a estar bien. Después le besa en la frente.

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