martes, 13 de septiembre de 2016

El pentágono

Ha llovido y el viento ahora tira fresco. Mi madre ha quitado el riego, el conductor del autobús ha limpiado el cristal y el cartero me ha entregado una carta mojada. Ésta no daba buenas noticias, por no dar no daba apenas ni palabras. Y es que hay personas que no se pueden permitir tener unos pilares como las demás, o es que esos pilares las rehúyen. Yo no soy un hombre de pilares y eso que he dedicado la mitad de mi vida a falsear datos y calendarios para conseguirlos. Yo soy un hombre de pentágonos.
Imagínate en medio de un pentágono (cielo blanco, suelo blanco, horizonte blanco) con los lados como pequeños muros de piedra. En cada una de esas cinco puntas hay personas o cosas, y no te puedes engañar, no son personas cualquiera, son esos cinco puntos que intentan sustituir (aunque ahora veremos que no) los pilares de la gente corriente —si alguien tiene problemas a la hora de imaginar pilares que piense en Venecia—. El problema es que esas personas no están ahí para servirte, lo más probable es que si quiera sepan que están ahí, por lo que frecuentemente se levantarán de su taburete asignado y empezarán a andar, a explorar ese blanco que está en todas partes como una nada o un infinito y ese muro de piedra. No es probable que estas personas se vean entre sí, ni que muestren especial interés por ti, allá tan lejos y encima tras un muro, un muro bajo pero un muro.
Ahora volved a imaginar el pentágono teniendo en cuenta que cada punta se desplaza según el movimiento de cada persona. Como se suele empezar explorando poco y en círculos eso harán las puntas, realizarán pequeñas circunferencias sobre sí mismas y la piedra del muro sonará y tú, con tan poca cosa, ya sentirás un ligero dolor de cabeza y una frente perlada de sudor.
Y entonces la cosa se desatará. Suele haber una persona que se sienta, una o dos personas, dejando sus respectivas esquinas quietas, pero otras caminarán, hacia ti o hacia fuera, y se llevarán consigo los muros que pueden crecer o decrecer y se llevarán tu salud y se llevarán su pico hasta que la piedra, que todo sea dicho: es elástica, se rompa.
Un pentágono con un lado estirado y roto. La persona que se ha marchado lo más probable es que lo haya hecho sin mala intención, pero ahora verás como esa ansia, esa necesidad de cerrar el muro permitirá que la nada blanca sea atravesada por cientos o decenas de personas aparentemente conocidas que se acercarán en un murmullo terrible y entrarán sin problemas por la brecha del muro. Durante un instante no pasará nada, igual hasta sientes una repentina alegría, pero pronto te empezarás a sentir incómodo, notarás que algo falla, que algo no está bien y que esa gente no debería estar allí desplazándote del centro hasta que compruebes que tu propio banco y lo que lo rodea está innegablemente tomado. Entonces te marcharás, tal vez despacio, hasta salir del muro de piedra. Y lo seguirás haciendo porque no te gustará esa forma tan alejada de la geometría, y lo seguirás haciendo mientras piensas que es como si la gente caminase por las acercas mientras que a ti te toca nadar por los canales de Venecia.

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