Martín mira al cielo como cada noche buscando la
estrella más brillante. Se encuentra en el pueblo, sentado en lo que queda del
tejado de la Casa Vacía. Pronto vendrá Paula. Mientras mira el cielo estrellado
no deja de repetirse «Si parpadea es una estrella, si no es un planeta». Y así
de pronto ve algo, algo iluminado en el cielo que se mueve, ¿una estrella
fugaz? En ese momento Paula, silenciosa como la muerte, se sienta junto a él.
Ambos miran el cielo, a la bola de fuego que no puede ser sino un meteorito.
Durante un momento parece no moverse, pero eso solo quiere decir que se dirige
directo hacia ellos. Entonces, por si acaso, se dan la mano y piden un deseo
(de protección), por ese miedo que no es miedo pero crispa la piel. En cuestión
de segundos el silencio pasa a ser un sonido que hace vibrar las tejas. El
sonido es bravo y lo que se les echa encima es un avión que va directo hacia el
pueblo, como si lo hubiese elegido como objetivo.
El pueblo ahora sigue igual a excepción del cráter
alargado que dejó la panza del avión, ya que éste no se estrelló, sino que de
alguna forma es como que se arrastró por el suelo perdiendo las alas contra la
primera fila de casas. Víctimas en el pueblo solo hubo las familias de las
casas donde chocaron las alas, de la tripulación del vuelo no se salvó nadie.
Las causas del accidente no se conocen, o más bien
no se conocen frente a los medios, los cuales no hacen demasiado por averiguarlas
ya que ahora las noticias son otras. El motivo fue que al avión le explotó un
motor y todos los problemas derivados de este hecho, lo que no se sabe tan bien
es por qué explotó. El problema que seguía preocupando al Ministerio, a la
empresa aérea y a los vecinos empezó a dilucidarse cuando descubrieron que algo
se había metido en el motor. Pegadas al metal, carbonizadas y fundidas, se
hallaron plumas de pájaro. Esto resultó difícil de explicar pero la versión que
se dio (del Ministerio) fue que por alguna corriente de aire un pájaro de gran
tamaño habría ascendido hasta semejantes alturas para ser absorbido después por
el motor. Pero ese problema era ridículo en comparación con el siguiente: al
fondo del mismo motor se habían hallado huesos humanos. La explicación (de nuevo
del Ministerio) fue que debía haber algún paracaidista por aquellos lares pese
a ser aquella una altura elevadísima para practicar la actividad; también se
rondó la idea de que los huesos no fueran sino de un pasajero que habría salido
despedido del tronco de la nave para meterse en la turbina.
«Nadie quiere pensar —pensaba Martín— que el motor
se tragó un ángel.»
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