Se levantó una mañana, como es normal, y no volvió.
No volvió no porque no quisiera, sino porque no se lo planteó. Tan solo salió
de casa, recorrió la calle y quiso ir a la ciudad caminando, pero en el camino
se perdió y le pareció una tontería intentar ubicarse. Tan solo siguió campo a
través, atravesando autopistas con pasos de cebra, encontrando el amor (en
sueños) en cualquier lugar. Alimentándose de tierra y agua fresca de riachuelos
procedentes de los desagües de las fábricas. A veces, mientras no dejaba de
caminar, temía aburrirse, pero así, mientras pensaba en cómo no aburrirse, no
se aburrió, por lo que alcanzó la máxima abstracción, y sus piernas se
volvieron troncos de árbol y sus brazos
aletas de pingüino. Le creció barba y se le cayó sola. Cuando la piel quemada
le dolía se metía para adentro turnándose un rato con el esqueleto (ahora
exoesqueleto) y los músculos quedaban tendidos en la cuerda de tender la ropa.
Y así, caminando, llegó hasta el principio, a donde llegan siempre los pasos, a
pensar en aquella persona recordada al ver un halcón en el cielo, a pensar en
una ciudad extranjera por el olor de un bizcocho para el desayuno. El problema
es que vio su casa por detrás, por el otro lado, y no reconociéndola siguió
hasta recorrer la calle, para luego intentar llegar hasta la ciudad andando y
se volvió a perder, solo que esta vez en la otra dirección de la
carretera.
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