jueves, 1 de septiembre de 2016

La Leprosita

Dado que el doctor Alejandro está de vuelta después de un mes de retiro en un sanatorio de Guadalajara, creo que ha llegado el momento de que os hable de la Leprosita.
Entras en la habitación, que está en penumbra por idea de la enfermera Marga, y ves las paredes cubiertas con inmensas estanterías repletas de libros. Desde la entrada a la izquierda, narrativa; a la derecha, poesía; y al fondo una densa colección de libros de psicología (Freud no, Freud está abajo). También hay una mesa con un ordenador y una ventana que hace esquina. Por todo esto es comprensible que a la estancia se la llamase “el estudio”, sin embargo desde hace tres años han ido ocupando los suelos y las paredes —paredes ya cubiertas por las estanterías, así que es la estantería la que sufre los defectos de ser pared— todo tipo de lienzos, tablones y demás repertorio difícil de catalogar. Y es al fondo, bajo una estantería y junto a la mesa del ordenador, donde se encuentra la Leprosita.
Requiere de cuidados cada dos días, has de acercarte en penumbra y despacio, en parte por no tropezar, incluso herirte, con los bártulos y en parte por la seriedad de la acción que vas a llevar a cabo. Verás una especie de plástico, has de agacharte y retirarlo con cuidado ya que está metido por debajo de un tablón de madera. Tampoco es que haya sobrante de plástico, por lo que tienes que retirar un poco de cada lado a la vez, ten claro que debajo está la Leprosita y el plástico no ha de tocarla nunca, eso es lo más importante. Debajo del plástico hay dos cosas: un vaso de agua que fue incorporado por la enfermera Marisa con la intención de humedecer la atmósfera de dentro del plástico y la Leprosita en sí. De ésta puedes ver de primeras solo una mano y un pie; la mano izquierda apoyada sobre la madera y el pie derecho, apoyado también en la madera cerca de la esquina contraria. El resto son vendajes, en total tres, que antiguamente fueron trapos y más antiguamente unas bragas, un trozo de una camiseta y un trapo que al parecer siempre fue trapo.
Para entender lo que hay debajo del plástico, para entenderla a ella, creo que es recomendable decir en qué postura está debajo de las tres vendas, es una postura corriente y si no se la ve al leer la descripción es todo culpa mía. Culo en el suelo, mano izquierda con la palma en el suelo y los dedos mirando en dirección contraria al tronco. Pierna izquierda estirada hasta la rodilla y luego doblada hacia dentro, toda ella en contacto con el suelo (la parte de detrás del muslo queda entonces hacia un lado y no hacia abajo). Pie derecho apoyado en el suelo pero pierna doblada hacia arriba. Codo derecho apoyado en rodilla derecha y mano colgando parcialmente. Entonces, dicho esto, diré que la primera tela que hay que retirar es la más grande y es la que cuelga de la cabeza hacia delante y que cae también por toda la espalda. Una vez fuera, la segunda venda —es alargada y fina porque se compone sobretodo de la parte de debajo de unas bragas azules con dibujitos muy divertidos de personajes infantiles de otra época— recorre desde el hombro izquierdo hasta la mano derecha, pasando por todo el brazo y parte de la espalda y cuya función es cuidar esa mano, la parte más delicada de la Leprosita. La última venda, que ahora recuerdo que fue bayeta de cocina, se encarga de cubrir cintura y pierna izquierda. Y así es como quedan la mano izquierda y el pie derecho al aire (aire bajo un plástico enganchado a la madera dentro de una habitación cerrada).
Bien, pues levantado el plástico has de retirar con cuidado cada una de las tres vendas, también, antes de ello, apartar el vaso de agua para que no se vuelque. Entonces verás, a un lado de la madera y también bajo la mesa, un pequeño frasco de plástico, originario de una peluquería, lleno de agua que habrás de fumigar —coloquialmente conocido como hacer fus fus— sobre todas las partes de la Leprosita. Como no quiero mover la madera por temor a hacerle daño, nunca le he visto la cara ni gran parte del pecho, así que estas rozas se las humedezco a ciegas. Finalmente llevarás los vendajes al baño, los mojarás y se los volverás a colocar sobre las partes anteriormente indicadas para taparla, junto con el vaso, con el plástico.
Lo cierto es que este episodio se repetía cada dos días sin menores complicaciones hasta que por desgracia el puente del 15 de agosto se tuvo que quedar sola más de cuatro días ya que la enfermera Marisa y yo nos tuvimos que ausentar. A la vuelta encontré signos horribles: la mano y el pie que quedaban sin cubrir se habían empezado a agrietar. Al descubrirlo dediqué a esas partes un intensivo fusfuseo. Sin embargo, días más tarde y a raíz de un despiste poco ético de varios días, descubrí que las grietas de pie y mano se habían ensanchado y que en la espalda empezaban a aparecer también dos finas rajas. El doctor Alejandro no dejaba de preguntarme por la mano derecha de la Leprosita, su joya, pero ésta seguía estando perfecta, los dedos ahí un poco cerrados, la mano en sí muy natural. A la espalda le dediqué más agua del fumigador, pero a las otras dos partes les apliqué agua del vaso, directamente, dejé caer gotas sobre las rajas, de todas formas era una medida extraordinaria.

Mañana el doctor Alejandro comprobará el estado de la Leprosita. No creo que le guste, la verdad, al detener las aperturas de la mano la piel se disolvió en parte y ahora los dedos parece que tuvieran branquias. Las heridas de la espalda siguen, aunque avanzan lentamente. La mano derecha por lo menos sigue en su buen estado. No me atrevo a girar la madera, a mirarle la cara a la Leprosita, porque temo encontrarme un rostro que me mira con dolor o, peor, que no puede si quiera mirarme.

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