Dado
que el doctor Alejandro está de vuelta después de un mes de retiro en un
sanatorio de Guadalajara, creo que ha llegado el momento de que os hable de la
Leprosita.
Entras
en la habitación, que está en penumbra por idea de la enfermera Marga, y ves
las paredes cubiertas con inmensas estanterías repletas de libros. Desde la
entrada a la izquierda, narrativa; a la derecha, poesía; y al fondo una densa
colección de libros de psicología (Freud no, Freud está abajo). También hay una
mesa con un ordenador y una ventana que hace esquina. Por todo esto es
comprensible que a la estancia se la llamase “el estudio”, sin embargo desde
hace tres años han ido ocupando los suelos y las paredes —paredes ya cubiertas
por las estanterías, así que es la estantería la que sufre los defectos de ser
pared— todo tipo de lienzos, tablones y demás repertorio difícil de catalogar.
Y es al fondo, bajo una estantería y junto a la mesa del ordenador, donde se
encuentra la Leprosita.
Requiere
de cuidados cada dos días, has de acercarte en penumbra y despacio, en parte
por no tropezar, incluso herirte, con los bártulos y en parte por la seriedad
de la acción que vas a llevar a cabo. Verás una especie de plástico, has de
agacharte y retirarlo con cuidado ya que está metido por debajo de un tablón de
madera. Tampoco es que haya sobrante de plástico, por lo que tienes que retirar
un poco de cada lado a la vez, ten claro que debajo está la Leprosita y el
plástico no ha de tocarla nunca, eso es lo más importante. Debajo del plástico
hay dos cosas: un vaso de agua que fue incorporado por la enfermera Marisa con
la intención de humedecer la atmósfera de dentro del plástico y la Leprosita en
sí. De ésta puedes ver de primeras solo una mano y un pie; la mano izquierda
apoyada sobre la madera y el pie derecho, apoyado también en la madera cerca de
la esquina contraria. El resto son vendajes, en total tres, que antiguamente fueron
trapos y más antiguamente unas bragas, un trozo de una camiseta y un trapo que
al parecer siempre fue trapo.
Para
entender lo que hay debajo del plástico, para entenderla a ella, creo que es
recomendable decir en qué postura está debajo de las tres vendas, es una
postura corriente y si no se la ve al leer la descripción es todo culpa mía.
Culo en el suelo, mano izquierda con la palma en el suelo y los dedos mirando
en dirección contraria al tronco. Pierna izquierda estirada hasta la rodilla y
luego doblada hacia dentro, toda ella en contacto con el suelo (la parte de
detrás del muslo queda entonces hacia un lado y no hacia abajo). Pie derecho
apoyado en el suelo pero pierna doblada hacia arriba. Codo derecho apoyado en
rodilla derecha y mano colgando parcialmente. Entonces, dicho esto, diré que la
primera tela que hay que retirar es la más grande y es la que cuelga de la
cabeza hacia delante y que cae también por toda la espalda. Una vez fuera, la
segunda venda —es alargada y fina porque se compone sobretodo de la parte de debajo
de unas bragas azules con dibujitos muy divertidos de personajes infantiles de
otra época— recorre desde el hombro izquierdo hasta la mano derecha, pasando
por todo el brazo y parte de la espalda y cuya función es cuidar esa mano, la
parte más delicada de la Leprosita. La última venda, que ahora recuerdo que fue
bayeta de cocina, se encarga de cubrir cintura y pierna izquierda. Y así es
como quedan la mano izquierda y el pie derecho al aire (aire bajo un plástico
enganchado a la madera dentro de una habitación cerrada).
Bien,
pues levantado el plástico has de retirar con cuidado cada una de las tres
vendas, también, antes de ello, apartar el vaso de agua para que no se vuelque.
Entonces verás, a un lado de la madera y también bajo la mesa, un pequeño
frasco de plástico, originario de una peluquería, lleno de agua que habrás de
fumigar —coloquialmente conocido como hacer
fus fus— sobre todas las partes de la Leprosita. Como no quiero mover la
madera por temor a hacerle daño, nunca le he visto la cara ni gran parte del
pecho, así que estas rozas se las humedezco a ciegas. Finalmente llevarás los
vendajes al baño, los mojarás y se los volverás a colocar sobre las partes
anteriormente indicadas para taparla, junto con el vaso, con el plástico.
Lo
cierto es que este episodio se repetía cada dos días sin menores complicaciones
hasta que por desgracia el puente del 15 de agosto se tuvo que quedar sola más
de cuatro días ya que la enfermera Marisa y yo nos tuvimos que ausentar. A la
vuelta encontré signos horribles: la mano y el pie que quedaban sin cubrir se
habían empezado a agrietar. Al descubrirlo dediqué a esas partes un intensivo
fusfuseo. Sin embargo, días más tarde y a raíz de un despiste poco ético de
varios días, descubrí que las grietas de pie y mano se habían ensanchado y que
en la espalda empezaban a aparecer también dos finas rajas. El doctor Alejandro
no dejaba de preguntarme por la mano derecha de la Leprosita, su joya, pero
ésta seguía estando perfecta, los dedos ahí un poco cerrados, la mano en sí muy
natural. A la espalda le dediqué más agua del fumigador, pero a las otras dos
partes les apliqué agua del vaso, directamente, dejé caer gotas sobre las
rajas, de todas formas era una medida extraordinaria.
Mañana
el doctor Alejandro comprobará el estado de la Leprosita. No creo que le guste,
la verdad, al detener las aperturas de la mano la piel se disolvió en parte y
ahora los dedos parece que tuvieran branquias. Las heridas de la espalda
siguen, aunque avanzan lentamente. La mano derecha por lo menos sigue en su
buen estado. No me atrevo a girar la madera, a mirarle la cara a la Leprosita,
porque temo encontrarme un rostro que me mira con dolor o, peor, que no puede
si quiera mirarme.
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