jueves, 15 de septiembre de 2016

Mapa estelar

El mundo es grande y solo cabe duda cuando ves una de esas películas en las que se andan millas como quien vuelve a casa. Y entre tanto mundo te fuiste a esconder. Pero da igual, sabes que da igual y si no te lo digo ahora: da igual. Porque tengo un mapa que siempre me llevará a donde has estado justo antes de volver a desaparecer. Es un mapa que todos pueden ver pero que a cada uno le lleva a un destino distinto. Los Reyes llegaron a Belén, los marineros a tierra y yo, siguiendo las estrellas, hasta donde tú estés. Es casi artificial, se iluminan unas más que otras, al verlo siempre pienso en una pista de aterrizaje, o de despegue. Y por eso en Madrid jamás te podía encontrar, aquí no tenemos estrellas, están en Pandora, junto con la esperanza. Pero nada más sea de noche y tenga un lindo cielo sabré encontrarte. Y así te pude seguir tanto tiempo, encontrándome con el humo de un tren, un sitio vacío en el banco de un parque, una falda en una esquina seguida de un callejón desierto. Y así hasta que lo sientes o te avisan y corres a esconderte en una ciudad, con su contaminación lumínica y sus corazones negros. Y mientras otros al llegar a una nueva ciudad buscan el hotel, la estación de tren, la comisaría, el ayuntamiento o la catedral, yo pregunto por las tiendas de antigüedades, las mejores librerías, las peores librerías y los cafés más curiosos. Y así jugamos hasta que me detengo en una calle y creo oler tu olor, que ya no recuerdo, creo que por allí han pasado tus piernas, de las cuales recuerdo una por haberla tenido entre mis manos, y sigo el rastro, cada vez más sincero, cada vez más cálido, hasta un curioso club. En la entrada hay un portero, algo bajo y algo gordo, sin pelo. Al pasar por su lado me dice:
—¿Estás seguro, chaval?
—¿De qué? —contesto.
—Ahí, tras esa puerta, está ella, eso lo sabemos los dos. Pero aunque tú la quieras, ¿estás seguro de que ella aún te quiere a ti?

Y así me voy, abatido, pensando que caminaré hasta las afueras de la ciudad para dejar que salgas tú también y darte ventaja. Es la primera vez que un portero me parte el corazón en vez de las piernas.

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