jueves, 8 de septiembre de 2016

La serpiente metálica

Después de mucho pensar he llegado a la conclusión de que los huevos son las ambulancias.
El otro día entré en una guarida. No sabía exactamente dónde entraba, no lo recordaba, pero al parecer ya había estado allí muchas veces, en palabras de mi acompañante. Túneles angostos, laberínticos, con un sinfín de bifurcaciones, y la gente, inconsciente y loca, atravesando unos dientes de metal —no sé si naturales o creados por el hombre, de cualquier forma una clara advertencia de que no había que seguir por allí— para internarse más y más abajo entre las paredes de piedra blanca. Al principio sentí emoción por la aventura, después miedo y mi acompañante me tuvo que sujetar y guiar, finalmente todas aquellas luces, colocadas por manos humanas que ya debieron explorar aquello hace mucho, me cegaron y dejaron confuso, completamente a merced de quien me llevaba. Entonces bajamos al último nivel, más oscuro, donde la gente se congregaba junto a lo que parecía el cauce seco de un río negro. De pronto se oyó el ruido, sonó como un roce de metales que más tarde ligué a los colmillos escondidos de la bestia. El terror fue total, una serpiente blanca, inmensa y muy rápida salió del otro extremo de la cueva por donde desaparecía el cauce seco y enseguida se encontró sobre todo éste. Caí al suelo aferrándome a las piernas de mi acompañante, con aquella cabeza tan cerca, esos ojos de un amarillo muerto. Pensaba que abriría la boca y saltaría sobre la gente —todos unos locos, no se movían, no huían en desbandada— sin embargo de pronto pareció morir. Creía que algo le había herido sin que yo lo hubiese podido apreciar, pues de pronto su piel se abrió por un lado, a lo largo de toda ésta surgieron grandes heridas de las que empezó a brotar gente viva —que alegría sentí en este momento; iluso, iluso, iluso—, sin embargo, cuando apenas habían terminado y yo me preguntaba dónde estaban los vítores, los aplausos, la gente allí congregada avanzó y todo el mundo, con prisas incluso, se perdieron dentro de las luminosas tripas de la serpiente, que de inmediato —mi acompañante tiraba de mí y yo lloraba de pánico— curó sus heridas y desapareció por la abertura en la roca contraria a la que usó para aparecer, otra vez rápida y de nuevo emitiendo aquel chillido.
No es de extrañar que la relación con mi acompañante se viera afectada y que buscase otras formas de viajar. Sin embargo no tardé en comprobar que la ciudad estaba infestada de crías o larvas de aquellas serpientes del subsuelo. Grandes y verdes en la periferia —se entiende que habrá más comida— y azules y más pequeñas por las calles, sin que los padres huyesen con sus hijos, sin que apareciese el ejército, sin nada, solo aquellas bestias con la boca a un lado que comen con cuenta gotas y solo a veces expulsan personas vivas por entre las tripas (imagino que se debe a algún tipo de indigestión).
Una vez uno entiende que la gente está loca o ávida de suicidio tiende a serenarse, sin embargo no dejaba de preguntarme cómo lograban las serpientes blancas del subsuelo hacer pulular por la superficie aquellos gusanos verdes. La respuesta se me presentó un día en un atasco. Presencié, en medio del caos, a una mujer que sangraba por la cara y un brazo tras haber colisionado con otro vehículo. La recogieron en lo que para mí siempre había sido una ambulancia y sentí paz, sin embargo, días más tarde, presencié a un gusano verde deteniéndose a regurgitar a aquella misma señora.
Las ambulancias eran los huevos que se convertían en gusanos verdes y estos en serpientes blancas, pero, ¿cómo empezaba el ciclo? Estuve mucho tiempo atendiendo a las entradas de las grutas del subsuelo y jamás vi allí ningún hecho revelador.
No fue sino hasta un tiempo después, habiendo descubierto que algunas de estas serpientes también salen a la luz, aunque con el cuerpo cambiado, como compuesto de grandes escamas en vez de tener la piel lisa y uniforme, que descubrí el origen de todo. Había dos serpientes dirigiéndose la una hacia la otra, muy deprisa (todo esto lo presencié después, en los telediarios) y al estar a la misma altura estallaron. Más tarde, cuando las cámaras volvieron a grabar, aquello estaba repleto de huevos que se tragaron algunas personas y se esparcieron por toda la ciudad, para pavor mío y de quienes pueden apreciar estos terrores que deambulan entre nosotros.

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