jueves, 15 de mayo de 2014

Cacógrafo

-Respira conmigo, tenemos mucho que hacer hoy- Me despertó Eva.
Tanteé aun medio dormido la mesilla de noche en busca del móvil, del cual quité la alarma que debía sonar unos minutos después. Como algunas noches hacía fresco y otras calor, había adoptado la costumbre de dormir con manta pero sin el pantalón corto del pijama, quedándome así con la camiseta y los calzoncillos. Rodé sobre la cama hasta coger los pantalones, que estaban a los pies de la misma, y, con no mucha puntería a la hora de meter las piernas, me los puse.
Entré en la cocina frotándome un ojo, en realidad ya me había hasta lavado la cara, pero quería que pareciese que aun estaba muy dormido, eso me daría minutos de ventaja en los que no se me podría gritar, lo estipulaba el código de educación, en el apartado del dormir, podría esquivar algunas preguntas con un vago “¿qué?” y, lo mejor de todo, mientras tardase años en untar una tostada, podría escuchar conversaciones catalogadas de importantes sin que tan siquiera se notase mi presencia. Me senté a la vez que Marcos y Balayo dejaban sus platos en la pila y se marchaban. Eva también estaba allí, haciendo algo en la encimera, dándome la espalda, la verdad es que no me gustaba estar solo con ella en la misma habitación, aunque yo contase con mi escudo de falso soñoliento.
-Date prisa, hoy no desayunes mucho, tenemos burro y que andar, ¿café?- Asentí con la cabeza, pero lentamente, como lo haría un dormido- ¿Con o sin azúcar?
-Sin.
-Marcos dice que es malo.
-Marcos no sabe nada.
Ella hizo unas quince cosas en un minuto y salió de la cocina dejando en el aire la frase.
-Date prisa y recoge lo que queda.
No me apetecía mucho desayunar, algunos días me despertaba y devoraba todo lo que encontrase a mi paso, otros, como aquél, sentía que no me apetecía hacerme pequeñas heridas en la boca con el pan tostado y dejarme esa sensación de sed constante con el queso, así que solo me tomé mi taza de café, sin azúcar, y antes de apurármela la elevé y susurré “por ti, Marcos”, luego me fijé en que nadie me hubiese oído.
Corrí al baño, muy bien metaforeado por un soldado que corría a cubrirse en su trinchera tras oír la sirena que amenazaba de bombas, pues una de las cosas que peor me sentaban era salir de casa sintiéndome sucio, y era lo que me propondría Eva si me cruzaba con ella. Calculé tardar dos minutos pero mi tiempo bajo el chorro de agua se extendió a siete, por suerte al salir del baño no había nadie gritándome, Eva era una de esas personas que no dejan de decir “hay que salir ya, vamos tarde” durante toda una hora.
Desnudo en la habitación, antes de vestirme, me miré en el espejo de cuerpo entero. Me miré el pecho, los músculos que empezaban a asomarse, dormidos, como fingía yo hace un rato, e hice algunas extrañas poses para que me doliesen las agujetas de los ejercicios de la noche anterior, me colgué ese dolor como una medalla. Apenas le dediqué tiempo a pensar en qué haría cuando hubiese alcanzado mi cuerpo idolatrado, nada ostentoso o desproporcionado, solo la mayor parte de músculos visibles algo marcados a causa de ejercicios que pudiese realizar yo, nada de máquinas, herramientas o productos. Me vestí, salí de la habitación y salí de la casa siguiendo el visible rastro de Eva, dejar la puerta abierta. Contemplé el amarillo que se extendía en todas direcciones desde la casa.
-Tierra seca sin llegar a ser desierto- murmuré - Tierra de hierbajos y reptiles.
En realidad esas dos frases eran dos versos de un poema que presenté en la escuela, de niño, ganando el reconocimiento de mi profesora. Sonreí al recordar que el poema en su conjunto llevaba el nombre de “la Mala”, y que eso se debía a que nada más terminarlo me había enfadado con Eva y el primer borrador se había titulado “Eva, la Mala”, se me fue la sonrisa al recordar que cuando habían mecanografiado y colgado en el corcho de notificaciones mi poema, el título era “La mala”, estúpidos profesores, el título no tenía faltas, el título estaba como tenía que estar, volví a sonreír al recordar como, lleno de ira, había arrancado el poema del corcho y, como más tarde, pensando que algún envidioso lo había hecho para fastidiarme y que a eso se debía mi evidente rabia, la señorita me había regalado una bolsa de golosinas.
Marcos, sonriendo y con su cartera de cuero bajo el brazo, se llevó el coche, le dediqué una cara de asco al polvo que levantó.
Yo, sin embargo, bueno, yo y Eva o Eva y yo, cogimos los burros durante gran parte del trayecto, en el cual, cómo no, sacó algún tema puntiagudo.
-¿Qué tal llevas tu libro?
-Bien, quizá lo termine, lo mande a la imprenta y luego lo queme.
Lo que pasaba es que en su momento, el año pasado, había tenido una curiosa idea, había preguntado sobre cuáles eran sus fantasías a los chicos de mi clase y luego las había descrito con todo detalle en diferentes historias, habían tenido un éxito rotundo, todo el mundo parecía haberlas leído y a todos sorprendían. Así que un día me planteé escribir un libro compuesto de diferentes relatos eróticos, excitantes y cautivadores a un tiempo, cada cual diferente al anterior. Pero llegó un momento en el que el éxito me empezó a irritar y comencé a sentir vergüenza, a aborrecer los malditos relatos. Desconocía si Eva intentaba sacar un tema de conversación o tan solo atacar.
El resto del camino lo pasó comparándome con Balayo, como hiciera con Marcos antes de mi llegada. Qué genial era Balayo, qué maravilloso, cómo le odiaba.
Tras tener que bajarnos de los burros y andar un rato, Eva dijo:
-Aquí es.
Y lo vi, bajo una fina neblina de polvo había un hombre tumbado boca abajo, muerto. Su espalda mostraba unas diecisiete salidas de bala.
-¿Y quién es este desgraciado cosido a balazos?
-No preguntes, se un profesional, joder.
Bajamos el cuerpo, ella cogiéndolo de las piernas y yo por los brazos, hasta donde estaban los burros, después cavamos durante unos cuarenta minutos, arrojamos el cuerpo al fondo de la reciente fosa, cerramos los ojos y pronunciamos palabras sin emitir ningún ruido, cada cual su plegaria o despedida, entonces Eva sacó la bolsita de cuero, lanzó unas semillas sobre el pecho del muerto y procedimos a enterrarle.
Ya de vuelta, con Eva y su burro unos metros delante, me miré los brazos, sucios de polvo y arena, con lo limpio que había salido de casa.
Llegamos al cruce y Eva continuó por el camino correcto sin pensar o sin alterar lo que ya estuviese pensando, yo en cambio detuve mi burro y por primera vez me pregunté si el camino que había seguido ella era el correcto. Giré al animal y lo dejé mirando al camino que cortaba el de siempre. ¿A dónde iría? Al pueblo, probablemente ¿Y qué habría más allá? ¿Sería yo capaz de continuar habiendo perdido cualquier indicio de futuro?

Giré el burro y seguí a Eva, con quien llegaría a la casa rodeada de tierra que es casi desierto, donde estaban los estúpidos de Marcos y Balayo, donde estaba mi habitación, donde se encontraban mis estúpidas historias eróticas y donde, por las mañanas, podría fingir que estaba dormido.

2 comentarios:

  1. Muy bueno e inquietante

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  2. Intriga, sospecha y sobre todo, este relato goza de una oscuridad luminosa. Atrayente y atrevido. Que puede pasar despues? Supongo que ahi entra la intriga no? Enhorabuena, y gracias

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