-Respira conmigo, tenemos
mucho que hacer hoy- Me despertó Eva.
Tanteé aun medio dormido
la mesilla de noche en busca del móvil, del cual quité la alarma que debía
sonar unos minutos después. Como algunas noches hacía fresco y otras calor,
había adoptado la costumbre de dormir con manta pero sin el pantalón corto del
pijama, quedándome así con la camiseta y los calzoncillos. Rodé sobre la cama
hasta coger los pantalones, que estaban a los pies de la misma, y, con no mucha
puntería a la hora de meter las piernas, me los puse.
Entré en la cocina
frotándome un ojo, en realidad ya me había hasta lavado la cara, pero quería
que pareciese que aun estaba muy dormido, eso me daría minutos de ventaja en
los que no se me podría gritar, lo estipulaba el código de educación, en el
apartado del dormir, podría esquivar algunas preguntas con un vago “¿qué?” y,
lo mejor de todo, mientras tardase años en untar una tostada, podría escuchar
conversaciones catalogadas de importantes sin que tan siquiera se notase mi
presencia. Me senté a la vez que Marcos y Balayo dejaban sus platos en la pila
y se marchaban. Eva también estaba allí, haciendo algo en la encimera, dándome
la espalda, la verdad es que no me gustaba estar solo con ella en la misma habitación,
aunque yo contase con mi escudo de falso soñoliento.
-Date prisa, hoy no
desayunes mucho, tenemos burro y que andar, ¿café?- Asentí con la cabeza, pero
lentamente, como lo haría un dormido- ¿Con o sin azúcar?
-Sin.
-Marcos dice que es
malo.
-Marcos no sabe nada.
Ella hizo unas quince
cosas en un minuto y salió de la cocina dejando en el aire la frase.
-Date prisa y recoge lo
que queda.
No me apetecía mucho
desayunar, algunos días me despertaba y devoraba todo lo que encontrase a mi
paso, otros, como aquél, sentía que no me apetecía hacerme pequeñas heridas en
la boca con el pan tostado y dejarme esa sensación de sed constante con el
queso, así que solo me tomé mi taza de café, sin azúcar, y antes de apurármela
la elevé y susurré “por ti, Marcos”, luego me fijé en que nadie me hubiese oído.
Corrí al baño, muy bien metaforeado
por un soldado que corría a cubrirse en su trinchera tras oír la sirena que
amenazaba de bombas, pues una de las cosas que peor me sentaban era salir de
casa sintiéndome sucio, y era lo que me propondría Eva si me cruzaba con ella.
Calculé tardar dos minutos pero mi tiempo bajo el chorro de agua se extendió a
siete, por suerte al salir del baño no había nadie gritándome, Eva era una de
esas personas que no dejan de decir “hay que salir ya, vamos tarde” durante
toda una hora.
Desnudo en la
habitación, antes de vestirme, me miré en el espejo de cuerpo entero. Me miré
el pecho, los músculos que empezaban a asomarse, dormidos, como fingía yo hace
un rato, e hice algunas extrañas poses para que me doliesen las agujetas de los
ejercicios de la noche anterior, me colgué ese dolor como una medalla. Apenas
le dediqué tiempo a pensar en qué haría cuando hubiese alcanzado mi cuerpo
idolatrado, nada ostentoso o desproporcionado, solo la mayor parte de músculos visibles
algo marcados a causa de ejercicios que pudiese realizar yo, nada de máquinas,
herramientas o productos. Me vestí, salí de la habitación y salí de la casa
siguiendo el visible rastro de Eva, dejar la puerta abierta. Contemplé el amarillo
que se extendía en todas direcciones desde la casa.
-Tierra seca sin llegar
a ser desierto- murmuré - Tierra de hierbajos y reptiles.
En realidad esas dos frases
eran dos versos de un poema que presenté en la escuela, de niño, ganando el
reconocimiento de mi profesora. Sonreí al recordar que el poema en su conjunto
llevaba el nombre de “la Mala”, y que eso se debía a que nada más terminarlo me
había enfadado con Eva y el primer borrador se había titulado “Eva, la Mala”, se me fue la sonrisa al
recordar que cuando habían mecanografiado y colgado en el corcho de
notificaciones mi poema, el título era “La mala”, estúpidos profesores, el
título no tenía faltas, el título estaba como tenía que estar, volví a sonreír
al recordar como, lleno de ira, había arrancado el poema del corcho y, como más
tarde, pensando que algún envidioso lo había hecho para fastidiarme y que a eso
se debía mi evidente rabia, la señorita me había regalado una bolsa de golosinas.
Marcos, sonriendo y con
su cartera de cuero bajo el brazo, se llevó el coche, le dediqué una cara de
asco al polvo que levantó.
Yo, sin embargo, bueno,
yo y Eva o Eva y yo, cogimos los burros durante gran parte del trayecto, en el
cual, cómo no, sacó algún tema puntiagudo.
-¿Qué tal llevas tu
libro?
-Bien, quizá lo termine,
lo mande a la imprenta y luego lo queme.
Lo que pasaba es que en
su momento, el año pasado, había tenido una curiosa idea, había preguntado sobre
cuáles eran sus fantasías a los chicos de mi clase y luego las había descrito
con todo detalle en diferentes historias, habían tenido un éxito rotundo, todo
el mundo parecía haberlas leído y a todos sorprendían. Así que un día me
planteé escribir un libro compuesto de diferentes relatos eróticos, excitantes
y cautivadores a un tiempo, cada cual diferente al anterior. Pero llegó un
momento en el que el éxito me empezó a irritar y comencé a sentir vergüenza, a
aborrecer los malditos relatos. Desconocía si Eva intentaba sacar un tema de
conversación o tan solo atacar.
El resto del camino lo
pasó comparándome con Balayo, como hiciera con Marcos antes de mi llegada. Qué
genial era Balayo, qué maravilloso, cómo le odiaba.
Tras tener que bajarnos
de los burros y andar un rato, Eva dijo:
-Aquí es.
Y lo vi, bajo una fina
neblina de polvo había un hombre tumbado boca abajo, muerto. Su espalda
mostraba unas diecisiete salidas de bala.
-¿Y quién es este
desgraciado cosido a balazos?
-No preguntes, se un
profesional, joder.
Bajamos el cuerpo, ella
cogiéndolo de las piernas y yo por los brazos, hasta donde estaban los burros,
después cavamos durante unos cuarenta minutos, arrojamos el cuerpo al fondo de
la reciente fosa, cerramos los ojos y pronunciamos palabras sin emitir ningún
ruido, cada cual su plegaria o despedida, entonces Eva sacó la bolsita de
cuero, lanzó unas semillas sobre el pecho del muerto y procedimos a enterrarle.
Ya de vuelta, con Eva y
su burro unos metros delante, me miré los brazos, sucios de polvo y arena, con
lo limpio que había salido de casa.
Llegamos al cruce y Eva
continuó por el camino correcto sin pensar o sin alterar lo que ya estuviese
pensando, yo en cambio detuve mi burro y por primera vez me pregunté si el
camino que había seguido ella era el correcto. Giré al animal y lo dejé mirando
al camino que cortaba el de siempre. ¿A dónde iría? Al pueblo, probablemente ¿Y
qué habría más allá? ¿Sería yo capaz de continuar habiendo perdido cualquier
indicio de futuro?
Giré el burro y seguí a
Eva, con quien llegaría a la casa rodeada de tierra que es casi desierto, donde
estaban los estúpidos de Marcos y Balayo, donde estaba mi habitación, donde se
encontraban mis estúpidas historias eróticas y donde, por las mañanas, podría
fingir que estaba dormido.
Muy bueno e inquietante
ResponderEliminarIntriga, sospecha y sobre todo, este relato goza de una oscuridad luminosa. Atrayente y atrevido. Que puede pasar despues? Supongo que ahi entra la intriga no? Enhorabuena, y gracias
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