miércoles, 28 de mayo de 2014

él y ella

Él, como siempre que debía disculparse sin palabras, le preparó el desayuno, le susurró buenos días y la besó ligeramente en la frente, no en los labios porque no sabía si ella firmaría la tregua que él le ofrecía o habría aun un par de batallas más. Ella cumplió su papel pintando una sonrisa en un cuadro que era solo para él, tomándose el zumo de naranja antes de que se fuesen las vitaminas y terminando el café con un estaba todo delicioso, no me importaría que hicieses esto más a menudo. Pero ambos, él mientras consultaba la prensa y ella mientras se duchaba, seguían pensando en lo que había pasado, y ya no concretamente en ello, sino en lo que había pasado incluyéndolo en un contexto mucho más grande y desproporcionado. Él tuvo que leer cuatro veces el mismo artículo antes de darse cuenta si quiera de qué trataba, y ella se equivocó de champú y de toalla. Cuando salió de la ducha avisó de que había salido, así que él dobló el periódico y lo puso debajo del libro de sudokus de ella. Se cruzaron un segundo en el pasillo, ella con la toalla desde la axila hasta el muslo y él con el pijama de verano, que había sustituido a la camiseta y calzoncillos de siempre para dar una mejor imagen cuando fue a llevarle el desayuno en bandeja a la cama. Al entrar en el cuarto para vestirse, empujó la puerta, que no llegó a cerrarse sino que dejó una delgada línea, él soltó el manillar de la puerta del baño por la que iba a entrar y espió sin espiar. Ella le daba la espalda cuando se quitó la toalla, pero mientras iba de un cajón a otro sin deparar en su presencia, él la contempló, contempló sus pechos, aun provocativos, sus piernas, su vientre y sus nalgas, que se habían enfrentado bien a las arrugas y los años, contempló cómo se le pegaba el pelo en la espalda. Recordó esa escena, el pelo, aunque seco, cayéndole por la espalda, y él apartándolo para basarla por toda la columna, pensó en lo mucho que se parecía aquella mujer a la de su memoria, pensó que eran casi iguales, pero algo las diferenciaba. Una vez desnudo en el baño se sorprendió de que por primera vez no le hubiera excitado ver a su mujer desnuda.
En el coche, él bromeó con que ella se había vestido a juego con las nubes cargadas de tormenta, y acabaron teniendo una conversación agradable que ella olvidó al bajarse en la entrada del edificio donde trabajaba y él en el parking de su propio trabajo.
Ambos trabajaban delante de pantallas de ordenador, no hablaban con nadie que no fuesen sus compañeros y colaboradores, ambos tenían una brevísima pausa para comer, ambos, a pesar de no fumar, acompañaban a fuera a los que sí lo hacían para poder descansar un momento los ojos, las máquinas de café de ambos edificios proporcionaban un mejunje horroroso, en ninguno de los dos trabajos se hacían ya fiestas ni regalos por navidad, ambos conserjes eran amables, en los dos sitios había una mujer de la limpieza increíblemente parecida, gorda y malhumorada, y aun así ambos trabajos eran completamente diferentes.
Mientras trabajaban llovió mucho, a ella le gustaba escuchar las gotas, le relajaban, él sin embargo prefería verlas caer, ver la lluvia golpeando los cristales cuando caía fuerte o verla caer completamente vertical, con las gotas completamente definidas como en los comics. Mientras trabajaban y la lluvia caía, ninguno pensó en la infidelidad, nunca habían sido infieles y ni siquiera se les podía pasar por la cabeza, para ser infiel debes sentir algo fuerte y espontáneo sobre alguien, y ambos serían incapaces de ello, no con una persona en casa a la que sin lugar a dudas habían querido y a la que probablemente seguían queriendo, aunque de otra forma.
Cuando dejó de llover, él se despidió de sus compañeros una hora antes de lo normal, a nadie le importó más que el hecho de apartar la vista de las pantallas, levantar las manos y gritar hasta mañana. Cogió el coche y condujo por una autopista prácticamente vacía, rodeada de bosque y más allá del mar, se desvió en una salida poniendo el intermitente pese a no haber coches cerca, condujo tan solo un poco más antes de pararse en algo parecido a un mirador. Era una península diminuta en la que tan solo había tres árboles y cinco bancos de piedra, dos a la derecha, uno al frente y dos a la izquierda, cualquiera hubiera supuesto que el banco solitario era el mejor, estar justo enfrente del mar, sin lada a los lados y con la bruma allá al fondo, pero él escogió el primero de la derecha, era su banco, ése al que iba siempre que podía cuando dejaba de llover. Puso dos hojas de periódico y se sentó en ellas para no mojarse, después se dejó perder en la similitud de colores de la ciudad, al fondo a la derecha, el mar y el cielo, grises, blancos y azules en un cuadro de acuarela que te parece bonito pero que nunca comprarías. Apenas visibles había barcos en el puerto, tan a lo lejos que no se movían y se sumaban al cuadro, le gustaba ver los barcos, se preguntaba por qué de niño, junto a los trabajos idealizados, no había dicho que le gustaría ser marine, aunque daba igual, tampoco había dicho nada de trabajar en un ordenador y es en lo que había acabado, pese a estar considerado como un buen empleo.
El reloj le advirtió de que se había entretenido, cogió el coche y fue a la ciudad en una carretera vacía a más velocidad de la que debía. Nunca había llevado a su mujer a aquel lugar, ni le había hablado del mismo, pero no lo veía como una mentira o una traición, solo como algo suyo que no tenía por qué dejar de serlo, además seguro que ella tenía su lugar, y a él no le importaba, llevar a quien fuese a allí lo rompería todo, dejaría de ser suyo. Llegó apenas unos minutos más tarde de lo normal a recogerla y acabó con el silencio de los primeros dos minutos hablando del programa que se había caído y lo que había hecho ése y el morro que tenía aquél al irse en un día así una hora antes de lo normal.

Aquella noche, mientras cenaban, él se llevó la copa de vino a los labios y la miró a los ojos, que estaban fijos en su plato, y se dio cuenta de que ya no sentía nada.

1 comentario:

  1. Aun sigo preguntandome como es posible escribir relatos como este, con tanta seguridad y a la vez timidez, con los temas mas acertados, con el enamorado que ya no ama y jugar de esa manera con las metaforas mas conmovedoras... Leer tus relatos es un maravilloso regalo, gracias

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