jueves, 22 de mayo de 2014

Estúpidos pájaros

Y así es como cerró el libro de repente, y no solo lo cerró, ya cerrado miró la portada y lo lanzó lo más lejos posible dentro de la habitación, luego vio la ventana abierta y pensó que podía levantarse, recoger el libro y regalárselo a los pájaros, sí, a los estúpidos pájaros como los que había en el libro, pero claro, éste no se merecía que se levantase a recogerlo.
Se levantó aun así, se sentó en la silla y la acercó a la mesa, después cogió una hoja en blanco del montón que siempre tenía preparado y su bolígrafo. Empezó a escribir siete veces, tachándolo todo, matando las siete vidas del gato. Luego se sintió mal pues el gato podía haberse comido a los malditos pájaros. Estúpidos pájaros.
Con la tontería acabó escribiendo sobre un gato, pero como no sabía en qué pensaban los gatos, hizo que se metiese tras un biombo y se cambiase a mujer, luego dudó si matarla. Lo que le había molestado no era la muerte que se había producido en el libro, ya hacía una hora que lo había lanzado con fuerza contra el suelo donde aún seguía, sino la genialidad, una genialidad que no podía, no debía tener quien lo había escrito, malditos pájaros.
En realidad le apetecía escribir sobre un medio vagabundo que paseaba por la calle, hacía un par de profundas reflexiones, llegaba a su sucia casa y se inyectaba heroína, perdiendo la vida a la vez que terminaba la obra, con el increíble aplauso y ojos rojos de todos los espectadores. Pero no, ya no se podía, ¿por qué? Por qué va a ser, por los pájaros, por los estúpidos pájaros.
Escribió que la mujer cogía una escopeta y acababa a perdigonazos con los pájaros de la cabeza de quien hubiese escrito aquel odioso libro, luego lo tachó.
Arrugó la hoja y no, no la tiró a la basura, la agarró aun siendo una bola, se guardó el bolígrafo en el bolsillo, cogió las llaves y salió de casa.
Anduvo hasta llegar a la avenida plagada de propaganda electoral, pero no, no le valía, carecía de la fantasiosa magia del libro que aun se encontraba en el suelo de su casa y le sobraba realidad, una realidad fétida de la que huiría todo pájaro, estúpidos pájaros.
Vio un niño sentado en la acera enfrente de la puerta de la que seguramente era su casa, y tuvo una idea.
Toma.
Y le dio la hoja de papel arrugada que contenía tachones y no ideas.
De la que volvía a casa se le ocurrió escribir sobre aquel chico que, inspirado por el que un extraño le entregare algo, corría a vivir enérgicamente su vida y cumplía sus sueños convirtiéndose en cantante o abriendo un café con su mejor amigo. Pero no, no podía ser, ante él vio el futuro de aquel niño, que perdería a ese amigo y nunca lograría ningún sueño importante, de hecho perdería la capacidad de tener sueños, nunca podría volver a soñar, nunca se sentiría realizado, nunca un extraño volvería a darle nada, nunca sería feliz.
Volvió corriendo a casa, corriendo de manera literal, pues quería intentar dejar atrás aquella capa de angustia que le acosaba. De hecho corría como los pájaros de aquel libro que dormitaba en el suelo de su casa, indiferente a que a él no le gustase. Pensar que estaba corriendo como en el libro le hizo correr aun más deprisa y luego parar, prefería la angustia que le seguía con la lengua fuera a parecerse a aquel libro, le dio ánimos su angustia y se la subió a los hombros.
Lo peor, y esto era verdad, es que volvería a casa, miraría mal el libro, lo recogería y se lo terminaría, y después… después seguiría leyendo todos los libros que publicase esa autora.

Estúpidos y malditos pájaros.

1 comentario:

  1. Hola Miguel: Por recomendación de tu madre, he entrado en tu blog para ver tus escritos y tengo que decirte que los que he leído (no he podido leerlos todos), me han parecido estupendos. Te expresas muy bien, tienes imaginación y eres muy ameno. Sigue escribiendo porque, quizá en un futuro, seas el sucesor de Gabriel García Márquez. Un beso. Iren

    ResponderEliminar