Y así
es como cerró el libro de repente, y no solo lo cerró, ya cerrado miró la
portada y lo lanzó lo más lejos posible dentro de la habitación, luego vio la
ventana abierta y pensó que podía levantarse, recoger el libro y regalárselo a
los pájaros, sí, a los estúpidos pájaros como los que había en el libro, pero
claro, éste no se merecía que se levantase a recogerlo.
Se
levantó aun así, se sentó en la silla y la acercó a la mesa, después cogió una
hoja en blanco del montón que siempre tenía preparado y su bolígrafo. Empezó a
escribir siete veces, tachándolo todo, matando las siete vidas del gato. Luego
se sintió mal pues el gato podía haberse comido a los malditos pájaros.
Estúpidos pájaros.
Con la
tontería acabó escribiendo sobre un gato, pero como no sabía en qué pensaban
los gatos, hizo que se metiese tras un biombo y se cambiase a mujer, luego dudó
si matarla. Lo que le había molestado no era la muerte que se había producido
en el libro, ya hacía una hora que lo había lanzado con fuerza contra el suelo donde aún
seguía, sino la genialidad, una genialidad que no podía, no debía tener quien
lo había escrito, malditos pájaros.
En
realidad le apetecía escribir sobre un medio vagabundo que paseaba por la
calle, hacía un par de profundas reflexiones, llegaba a su sucia casa y se
inyectaba heroína, perdiendo la vida a la vez que terminaba la obra, con el increíble
aplauso y ojos rojos de todos los espectadores. Pero no, ya no se podía, ¿por
qué? Por qué va a ser, por los pájaros, por los estúpidos pájaros.
Escribió
que la mujer cogía una escopeta y acababa a perdigonazos con los pájaros de la
cabeza de quien hubiese escrito aquel odioso libro, luego lo tachó.
Arrugó
la hoja y no, no la tiró a la basura, la agarró aun siendo una bola, se guardó
el bolígrafo en el bolsillo, cogió las llaves y salió de casa.
Anduvo
hasta llegar a la avenida plagada de propaganda electoral, pero no, no le
valía, carecía de la fantasiosa magia del libro que aun se encontraba en el
suelo de su casa y le sobraba realidad, una realidad fétida de la que huiría
todo pájaro, estúpidos pájaros.
Vio un
niño sentado en la acera enfrente de la puerta de la que seguramente era su
casa, y tuvo una idea.
—Toma.
Y le
dio la hoja de papel arrugada que contenía tachones y no ideas.
De la
que volvía a casa se le ocurrió escribir sobre aquel chico que, inspirado por el
que un extraño le entregare algo, corría a vivir enérgicamente su vida y
cumplía sus sueños convirtiéndose en cantante o abriendo un café con su mejor
amigo. Pero no, no podía ser, ante él vio el futuro de aquel niño, que perdería
a ese amigo y nunca lograría ningún sueño importante, de hecho perdería la
capacidad de tener sueños, nunca podría volver a soñar, nunca se sentiría
realizado, nunca un extraño volvería a darle nada, nunca sería feliz.
Volvió
corriendo a casa, corriendo de manera literal, pues quería intentar dejar atrás
aquella capa de angustia que le acosaba. De hecho corría como los pájaros de
aquel libro que dormitaba en el suelo de su casa, indiferente a que a él no le
gustase. Pensar que estaba corriendo como en el libro le hizo correr aun más
deprisa y luego parar, prefería la angustia que le seguía con la lengua fuera a
parecerse a aquel libro, le dio ánimos su angustia y se la subió a los hombros.
Lo
peor, y esto era verdad, es que volvería a casa, miraría mal el libro, lo
recogería y se lo terminaría, y después… después seguiría leyendo todos los
libros que publicase esa autora.
Estúpidos
y malditos pájaros.
Hola Miguel: Por recomendación de tu madre, he entrado en tu blog para ver tus escritos y tengo que decirte que los que he leído (no he podido leerlos todos), me han parecido estupendos. Te expresas muy bien, tienes imaginación y eres muy ameno. Sigue escribiendo porque, quizá en un futuro, seas el sucesor de Gabriel García Márquez. Un beso. Iren
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