El agua no salía fría,
pero estaba ausente de calor. Me gustaba que me cayese directamente sobre la
cara, con los ojos cerrados, o sobre la espalda, masajeándomela, podía
pasar así mucho tiempo, tal vez horas. Sabía que cuando saliese, me secase y me
envolviese en la toalla, una terrible ola de frío me golpearía, estar dentro de
la cortina de plástico transparente con líneas de colores era como ausentarse
de cualquier problema, de hecho allí dentro podía no pensar, y así nada
existía. Salí de la ducha, me sequé y me vestí lo más rápido posible con la
ropa que había dejado sobre la cama para evitar todo el frío posible.
Aun con la cabeza húmeda
salí a la calle dando un paso, si hubiese dado dos me hubiese caído. Frente a
mí, frente a mi casa, se abría un enorme cráter, y más allá solo esperaba un
paisaje de algún futuro caótico, todo destrozado, todo en ruinas, nada. Bordeé
el cráter como pude y eché a andar, en algún momento se me pasó por la cabeza
lo aburridas que serían las cosas a partir de ese momento. Una bolsa de
plástico, ausente de la realidad en la que vivía, vino flotando a posarse en mis
pies, yo le ofrecí una atención tal vez indebida y la recogí del suelo.
Pertenecía a alguna antigua cadena de supermercados, antigua en el sentido de
que ya no existía, pues cerca había habido uno de esos centros comerciales que el día de
antes había funcionado perfectamente, con la chica fea que no paraba de sonreír,
la chica de pendientes de aro y la chica guapa con su permanente cara de asco y
el chicle que no dejaba de mascar durante horas. Solo por curiosidad me
dirigí a donde debía estar el supermercado del que probablemente se hubiese
escapado la bolsa, curiosamente dentro de su destrucción era uno de los
edificios mejor conservados. Le faltaba el techo, todas las paredes y el hombre
que solía pedir una limosna en la puerta, pero el resto estaba igual, aunque negro y
petrificado. Ahí estaba el pescadero, con expresión de haber estado gritando
justo cuando le tocó morir, gritaba, seguramente, al mozo que colocaba los
productos provenientes de las cajas,
el cual, a su vez, le dedicaba un cuidado corte de mangas, y esta escena, como
siempre, estaba arbitrada por el carnicero, con brazos cruzados sobre el pecho,
gordo y muy muerto, como todos. En las cajas estaban petrificadas la chica fea
que aun así sonreía, la chica de los pendientes de aro y la chica guapa con cara
de asco, cuya extraña mueca me sugería que tras sus labios de piedra se podría
encontrar un chicle, lo más probable es que de piedra también.
Miré con ojos tristes a
la bolsa de plástico, no la podía apadrinar, así que la dejé en el suelo para
que flotase en busca de un nuevo dueño.
Aunque todo estaba tan
callado, con ese silbido del aire que te señala que ya solo quedas tú, se me
empezaban a acumular muchas cuestiones sobre el futuro, inmediato y no tanto, y
esas cuestiones de alguna forma eran problemas, ¿Saben lo que hago cuando no
quiero escuchar los problemas? Me doy una ducha.
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