En el taller en el
que se fabricaban cordones de hilo vivía la chica de los ojos preciosos.
Trabajaban en total cinco mujeres, de las cuales solo tienen relevancia tres
para esta historia, la jefa, la mala y la muchacha de los ojos preciosos. El
trabajo en un taller de cordones de hilo era muy duro y más laborioso de lo que
pueda parecer, era más duro aun si la jefa aprovechaba su condición de jefa
para no realizar las duras tareas con el telar y, peor aún, con las propias
manos. Ya solo quedaban cuatro para realizar el trabajo, y la mala, ejerciendo
de tal, consiguió cargar la mayor parte de su trabajo sobre los
hombros, las manos y los ojos de aquella gentil muchacha que calló y no dijo
nada. Las otras dos, viendo lo que hacía la mala y lo que no hacía la muchacha,
dividieron su trabajo en dos, limpiamente, como con un cuchillo, y sirvieron
todas aquellas tareas en bandeja de plata a los ojos de aquella chica, tan
bellos. Ella no dijo nada, lo tragó todo como tragaba las llaves que abrían
cofres llenos de tormentos. La jefa no durmió allí, las dos se acostaron tarde
por quedarse hablando y la mala durmió más y mejor que nunca, la chica de los ojos
bellos tuvo que reducir sus cuidadas ocho horas de sueño a cuatro para poder
avanzar con todos aquellos cordones de hilo, que ni siquiera pudo terminar. No
mucho más trabajo fue entregado en los sucesivos meses a aquella que callaba,
pero nada del ya otorgado se retiró. Sus ojos, agotados y brillantes,
amenazaban con apagarse. Un día le apareció un tic, sus ojos parpadeaban de manera exagerada y sus manos temblaban
ligeramente, el único pensamiento que se le pasó por la cabeza fue que quizá
eso lo perjudicase en su trabajo. Algo, tan vez azul, tal vez un azul cálido,
estalló, dentro o cerca de sus ojos, eso no lo tengo claro, y ella se levantó.
En el cuartucho en el que trabajaba vivía casi ahogada en cordones de hilo de
todos los colores, los lila eran sin duda los más bonitos, así que ella cogió
dos puñados, uno en cada mano, salió del cuarto, entró en los dormitorios y
estampó y restregó ambos amasijos en cada una de las caras de las dos, después,
cogió cinco cordones de hilo, encontró a la mala y se pasó veinte minutos intentando
asfixiarla, cuando descubrió que los cordones de hilo eran demasiado frágiles
para ello, desistió. Sacó una vieja maleta y la llenó de cordones de hilo, era
todo cuanto tenía, y se marchó para siempre de aquel taller, bueno, se marchó
de aquel taller con todos aquellos colores y con sus preciosos ojos.
Lo que llevo leído de tu blog, me gusta bastante, has hecho bien en recomendarmelo!
ResponderEliminarPD: ¿Tienes cosquillas? ;)