El vaho salía lentamente de mi boca, como el humo
de una intensa calada.
Odio las torturas, alguna vez he sentido
curiosidad por el tema, pero las torturas son una de las cosas que más miedo me
dan. No me pondré a hablar de ello, y no porque no fuese mi intención, sino
porque me resulta molesto.
Pero todo cambia cuando te torturas a ti mismo.
No he conocido a ningún paciente que tras haber superado
una dolorosa enfermedad, haya querido volver a experimentar los síntomas de la
misma, por dolorosos que hubiesen sido, solo para recordar.
Y quién explica ahora por qué a mi alrededor solo
hay nieve y esqueletos de árboles, y más lejos solo niebla, en todas direcciones.
Se me podría haber escapado un susurro con nombre
de mujer, pero no me lo habría perdonado, pese a que nadie pudiese escucharlo.
También podría contaros qué pasa, que ha pasado y que hubo pasado, hace tiempo,
y sobre lo que ha nevado, pero eso sería similar a pronunciar dolorosas sílabas,
y no dolorosas en el sentido de recordar y sufrir, sino un dolor tan marchito
que duele sobre la piel y bajo la misma, un dolor físico y real.
Creo que iba por donde el vaho salía lentamente de
mi boca, yo le daba el empujón para que saliese como una larga columna de humo
blanco, de pequeño era el humo de un dragón, más tarde el humo de un cigarrillo
¿Qué era entonces?
Miré a mi alrededor, blanco, la verdad es que
podría considerarse una bella visión, una ensoñación, una fantasía, una visión,
lo que al leer no se ve es el frío, un frió que no entendía de capas de ropa,
un frío de los que te hacen desear estar en cualquier lugar, cualquiera, menos
ese. Por un momento recordé una película en la que dos soldados caminan por
helado suelo ruso y uno se desploma, el otro se agacha a su lado y le dice que
menos mal que no están en un desierto, y hasta que muere le habla de lo desagradable
que es el sudor. Con aquel frío jamás hubiese pensado en sudor, y de haberlo
hecho lo habría asemejado al calor y hubiese sido una bendición. Eché a andar.
Anduve hasta que ni siquiera hubo antiguos
árboles. Anduve hasta que el cielo, el horizonte y el suelo fueron de un blanco
sucio y no se apreciaba su separación. Lo que sentí eclipsó al frío pues estaba
flotando, mirase a donde mirase veía lo que de niño me había figurado que sería
la nada, solo que lo que veía en ese
momento carecía de la luz que hacía mi imaginación irreal, ahora me encontraba
en la nada, una nada real, una nada que a la vez era profunda y a la vez
cercana. Sentí un fuerte deseo de correr hasta encontrar alguna de las últimas
y olvidadas ramas, volver a ese lugar y cavar hasta hacer un hoyo lo
suficientemente profundo para que cupiese yo, después enterrarme y morir. No es
que quisiese morir, no por ello me torturaba, pero aquel lugar me absorbía y
vaciaba, y era tan perfecto… era el lugar perfecto para morir. Pero no morí, o
por lo menos no allí, me tuve que marchar, y el doloroso recuerdo de dejar
aquellas tierras me obligó a olvidar cualquier otro sufrimiento, que me
torturasen si querían, que una mujer vestida de afiladas sílabas viniese. Me
daba igual.
Decalogue significa decálogo, y esa palabra no
tiene nada que ver con el texto, pero yo por una vez entiendo por qué lo pongo,
y claro, el que yo lo entienda significa que nadie más podrá.
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