Las agujas del reloj pesaban, parecían indicar que
el tiempo pasaba despacio, pero en realidad señalaban que transcurría más
deprisa de lo normal. Se acercaba la medianoche.
Boiler Darko corría por las calles oscuras, su
ritmo era bastante deficiente pues llevaba corriendo mucho rato ya, se acercaba
la medianoche, y su rostro parecía un tomate recién lavado, rojo bajo las
farolas y brillante por el sudor. Necesitaba encontrar una historia, todas las
que se le habían ido ocurrido ese día eran despreciables, y las pocas dignas
eran demasiado largas como para hacer un pequeño relato con ellas. Necesitaba
encontrar una historia, necesitaba hacerlo antes de medianoche, y a la
medianoche ya se la oía tararear un par de calles más allá.
Boiler Darko ya no sabía qué era real y qué no,
sus ojos y su imaginación le mostraban parpadeantes y borrosas visiones. Abrió
una puerta y vio un conejo erguido sobre dos patas, midiendo unos dos metros,
con americana, vio también a su mujer conejo, que con las patas en el rostro
sollozaba en silencio, un niño conejo le abrazaba la pata a su madre, frente a
los tres, en el suelo, se encontraba el cadáver de algún conejo perteneciente a
la familia, frito a tiros. Era una buena historia, pero demasiado larga para
poder contarla en el poco tiempo que quedaba, Boiler vio a dos hombres, uno
vestido de arlequín y a otro vestido de mariachi, con guitarra colgada en la
espalda, hablando sobre temas de droga, algo que costaría demasiado hilar para
poder formar un relato. Abrió otra puerta de golpe y vio a una familia de
farolas que acababan de bendecir la mesa y se disponían a cenar, el padre
farola le gritó que se marchara hecho una furia.
Cuando Boiler Darko llegó a la plaza, dispuesto a
pedirle alguna historia al poeta amargado, cayó al suelo muerto, la medianoche
había llegado.
Lo que no sabía el señor Darko es que yo le había
seguido en todo momento y había ido recogiendo migas de su trabajo, lo que pasó
fue lo siguiente:
El mariachi necesitaba una nueva canción que poder
cantar, pero el poeta seguía amargado y se negaba a colaborar, por lo que tuvo
que acudir a su amigo el arlequín para que le suministrase algo de mikeina. La
farola era el camello por excelencia, todas las transacciones se realizaban
bajo su luz, y cuando vio aparecer al conejo, que había seguido al arlequín,
quien también realizaba los números de magia como el del sombrero y conejo,
para asegurarse de que no tomaba drogas, le disparó. Podía despistar ver a las
farolas en familia y habiendo acabado de bendecir, pero ¿qué familia que se
precie cena a las doce de la noche?
Pobre Boiler Darko, ahora la plaza en la que murió
lleva su nombre. Se podría pensar que tras verle morir por no cumplir los
plazos de sus escritos habría yo aprendido la lección, bien, pues por las horas
que son yo ya sería fiambre desde hace dos horas, maldita medianoche, malditas
farolas.
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