jueves, 24 de septiembre de 2015

De las estrellas

Los dos estaban tumbados boca arriba en la cima de aquella colina mullida por el césped. El cielo nocturno mostraba una cantidad considerable de estrellas a pesar de que no se habían alejado demasiado de la ciudad. Él parpadeó y de repente le rodeó la luz amarilla de un recuerdo:
Sentados juntos, ella agachaba la cabeza para escribir y su pelo caía sobre el brazo de él. A la tercera vez ella se daba cuenta y le pedía perdón, él le decía que no importaba, que le hacía cosquillas, pero lo decía en un susurro y no sabía si ella llegaba a oírle.
La luz del recuerdo se difuminó y aparecieron frente a él las estrellas ahora más luminosas. Sin girar la cabeza estiró el brazo buscando el pelo de ella con suavidad, al no encontrarlo movió el brazo en movimientos más bruscos, pero su mano solo palpaba hierba húmeda. Ella debía estar tumbada más lejos de lo que él creía. Parpadeó dos veces y le sobrevino otro recuerdo:
Un grito unánime de los alumnos seguía al comentario del profesor de que aquel viernes no habría clase. Ella se alegraba porque podría coger un autobús ese mismo día al pueblo donde vivían sus padres, de pronto su rostro se encogía al ver que no llegaría a coger el último bús y tendría que esperar al día siguiente. Él de pronto le decía que si quería podía llevarla en coche, a ella se le iluminaba el rostro…

—¿Estás ahí?
—Claro, ¿dónde iba a estar?
—Creía que estabas aquí cerca, pero no te encuentro.
—Estoy aquí, tonto —y la mano de ella le revolvió el pelo. Claro, en esa dirección él no había buscado.
—¿Sabes? Me estaba acordando de…
—¿De qué?
—Da igual. ¿Te gusta este sitio?
—Me encanta, ha sido genial que me trajeses, enserio. Aquí todas deben caer rendidas, ¿eh? —Él oyó algo parecido a una risa.
—Este sitio es mío, y quería compartirlo contigo.
—Si este sitio es tuyo no debiste de haberme traído.
Él iba a responder, pero le rodeó la luz amarilla de otro recuerdo:
Estaba atardeciendo, hacía calor y llevaban bajadas las ventanillas. Ella asomaba los pies por la suya y cantaba con énfasis la canción que sonaba en la radio. Él todavía tenía puestas las gafas de sol y no dejaba de mirarla de reojo en cada oportunidad. Ella cantaba con los ojos cerrados, balanceando los pies… Ella le señalaba su casa pero le pedía si podía quedarse más tiempo antes de volver, él le preguntaba a dónde quería ir… Hablaban contemplando las estrellas de un verdadero cielo estrellado tumbados sobre el capó, se acababan durmiendo y al despertar con el amanecer ambos no pararon de estornudar.
—¿Sabes? —Dijo él— tu pelo no me molestaba, me hacía cosquillas, era suave.
—¿De qué hablas?
—No importa.
—No, dime de qué hablabas.
—Hablaba de las estrellas.

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