Me doy cuenta de que llevo un buen rato leyendo el
mismo párrafo, es lo que tiene este escritor, que me inspira y de cada imagen que
da a mí se me ocurre una nueva historia en la que se me va la atención dejando
la lectura aparcada por tiempo indefinido. Parpadeo varias veces para volver al
autobús y su traqueteo. En la parte delantera hay un señor con poco pelo y una
señora con bolsas de la compra, después la parte trasera del bus se eleva con
tres escalones, recordando al castillo de popa de los galeones españoles. En
mitad de la parte trasera estoy yo, con una pierna sobre la otra y un libro en
el regazo con la página marcada por el dedo gordo de mi mano derecha. También
en la parte trasera, delante de mí aunque en la otra hilera de asientos, está
una chica en la que me fijo ahora por primera vez, pues antes, sentados en la
parada, de reojo me había parecido bastante más mayor de lo que es, ¿qué
tendrá? ¿Veinticinco años? ¿Veintitrés? Tiene el pelo largo, negro y rizado,
porta una extraña bolsa, un pantalón negro y una camisa ancha negra con puntos
blancos. En la parte trasera oigo por lo menos dos voces de mujer, pero no me
giro, jamás hay que girarse en un autobús. El conductor se salta un semáforo y
entiendo que es su último turno de la noche, sin embargo el cruzarnos con un
coche de policía le hace volver a una velocidad más moderada. Suena el timbre
que indica que alguien ha solicitado parada y de detrás de mí aparecen dos
chicos mayores que yo, feos pero que intentan parecer atractivos ¿de dónde han
salido? ¿Estaría yo leyendo cuando subieron? Tal vez se tratasen de unas de
esas personas a las que no vi por enseñarles la portada de mi libro mientras
leía, que me admirasen por tan buena lectura. A los dos chicos se les suma una
adolescente de caderas desproporcionadas y una bolsa de alguna tienda de ropa.
Una voz desde mi espalda grita:
—¡Cuídate! Y tú cuídala, ¿eh? —Uno de los chicos
se gira hacia la voz aludido— Que sino averiguo dónde vives —. Ella ríe y el
sonríe forzado.
Cuando los tres bajan a la acera me doy cuenta de
que el chico no ha hecho ademán de llevarle la bolsa a su novia y me imagino a
la amiga, a la que tengo detrás, contándolo como primer punto negativo. Vuelvo
a leer un rato, me vuelvo a distraer y vuelvo a caer sobre la realidad. La
mujer de la parte delantera ya se ha bajado. Miro a la chica de mi diagonal, es
atractiva y tiene ese aire de desconocida que tanto me gusta. Me giro hacia la
ventana y veo que su reflejo me mira con curiosidad. Me quedo mirándola a
través de su reflejo, veo que abre la bolsa y saca algo oscuro ¿unos cascos de
música? Me giro y veo que tiene en las manos una gran cámara digital de las
buenas. Me ha mirado y ha sacado una cámara, así que casi inconscientemente
estiro la espalda, recoloco mi pierna izquierda sobre la derecha y junto mis
manos sobre el libro en un movimiento casual pero modélico. Sin embargo ella
sigue inclinada sobre su cámara y de esta salen ruidos, imagino que está
reproduciendo alguna grabación. Se bajan la chica de detrás en una parada y el
hombre de poco pelo en la siguiente. Miro hacia atrás y veo que todos los
asientos están desocupados, tampoco parece haber en ninguno un tesoro olvidado
como la vez que me encontré dos euros. Estamos solos, si quiere, señorita,
hágame esa foto, que no me importa y de hecho hablaré después con gran
elocuencia sobre ella, pero dese prisa, señorita, que mi parada ya llega. Nada,
sigue con su vídeo, así que me estiro y pulso el botón de parada con un ademán
muy visible, que pretende ser muy visible para ella. Me levanto y camino
despacio por el pasillo, bajo despacio los tres escalones, salgo despacio a la
calle, nada. Tiro el chicle sin sabor a una papelera y me giro hacia el autobús
en el preciso momento que soy fotografiado.
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