El hombre entró en la habitación en la que
trabajaban los cinco pintores con sus monos blancos manchados, miró las paredes
y comentó:
—No me gusta para nada este color. Pintad otra vez
toda la habitación.
Y salió cerrando tras de sí.
Al cabo de unas horas asomó su cabeza por la puerta,
miró las paredes, negó y desapareció. Este proceso se repitió varias veces más.
Al final asomó la cabeza, levantó ligeramente las cejas y entró.
Las paredes de la habitación, tras muchas capas de
pintura y productos químicos, había perdido todo color, y esto no hacía que
fuesen blancas, ni negras, sino que parecían transparentes. Pero no es que se
viese la calle o la habitación contigua, sino que parecían una pecera en la que
flotaban todos los colores, todos.
—Perfecto —dijo el hombre—¿cuánto les debo?
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