miércoles, 23 de septiembre de 2015

Por la buena educación

Hoy estaba yo en el metro cuando al llegar a una parada un asiento quedó libre. Fui a sentarme cuando una mujer que acababa de subir en aquella misma parada corrió (ojo, corrió) y como un rayo se sentó. Yo me acerqué a ella, me coloqué en frente y apoyé mi mano en su hombro. Tiré del mismo y ella se levantó, y no es que tuviese yo semejante fuerza como para alzarla por el hombro, sino que ella se levantó siguiendo lo extraño de la situación. Una vez cara a cara, ambos de pie, saqué de mi bolsillo una navaja de muelle. No tengo muchos conocimientos de anatomía, pero diría que le clavé la hoja a la altura del riñón. Después, con la ropa que se le empezaba a empapar, apreté su hombro y ella se sentó. Yo no quería sentarme, ya no, ya se había sentado ella, el sitio era suyo, tan solo había querido hacerle el favor de enseñarle buenos modales.
En la parada siguiente tuve que bajarme e ir a la facultad en autobús. Llegué tarde, y odio llegar tarde.

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