lunes, 2 de enero de 2017

Atrapa al pobre desdichado

Se repite las frases de ánimo de sus padres que son los que le han empujado casi literalmente a acudir a la fiesta. Se coloca en un rincón, muy recto, con un vaso en la mano por tener la mano ocupada. No se sienta ni se apoya contra la pared porque se fija en que la gente que lo hace enseguida se vuelve a mover y él sabe que no se va a mover y que será más claro para todos que es un pasmarote y de verdad que le asusta que le vean así o incluso que le vean de la forma que sea porque si está ahí, parado en medio de ningún lado, es porque no quiere llamar la atención, porque solo quiere repetirse las frases de su padres, pensar por qué el tiempo toma forma de humo y se mueve tan lento y por qué dios inventaría un sudor tan desagradable. Está allí porque ella le ha invitado y está tan nervioso porque ella le ha invitado. Antes la ha visto de lejos pero no se ha acercado a saludarla porque no sabría qué decirle y porque si tiene que huir casi prefiere disculparse al día siguiente por no haber podido ir. De pronto le asalta la idea de que ha sido invitado por error y de alguna forma eso le tranquiliza, se lleva el vaso un par de veces a los labios por hacer algún movimiento pero en realidad no bebe.
Entonces pasa.
La espalda de un hombre inmenso se aparta para mostrarla a ella, tan cerca de él, tan de repente. De golpe se siente colapsado y piensa si girarse, si mirar el vaso, pero la educación acaba primando y la mira, aún con el brazo sujetando el vaso en ángulo de noventa grados, una cuña de alcohol y tendones bastante artificial que es lo único que los separa. Para ocasiones como esta y muchísimas más debería existir un libro de instrucciones de la vida. Ella da un paso, porque lo tiene que hacer todo ella, y se comunican brevemente a gritos sobre el fragor de la batalla. Entonces ella le dice que la siga a bailar y en ese momento él sí bebe, bebe la mitad del vaso y siente la quemazón en tres lugares distintos dentro del cuerpo. Deja el vaso apoyado en la mesa, en una esquina para poder identificarlo luego, pero enseguida lo echa en falta cuando descubre (recuerda) que no sabe bailar y que el estar sujetando el vaso le daría la oportunidad de moverse despacio de un lado a otro con la escusa de mantener estable el tubo de plástico de contenido inflamable. Ella le mira y le sonríe y a él le encantaría sonreír pero su cara es cuero tensado y no logra ni arrugar la frente. Va notando cómo el sudor se seca y forma cristales. Se mueve lento, imitando a destiempo los pasos que hace ella, pero al menos hace creer que la está parodiando y ella ríe. Llega a pensar que es curioso lo mucho que es capaz de pensar una persona en una situación como esa: evaluar a los presentes, apreciar el color morado que prima en el ambiente, estudiarla con detalle, recordar las oraciones paternas, intentar recordar qué acaba de beber, apreciar lo rápido que se mueven los pies, preguntarse por qué le ha invitado, por qué le mira, intentar recordar su propio aspecto, preguntarse cómo es que ahora está con él, cómo es que nadie interviene en ese diminuto espacio de dos que bailan para llevársela y que él pueda volver a su lugar apartado, su copa y esta vez distraerse rumiando la rabia. Pero qué magnífico, acaba siendo él mismo el que grita algo, se da la vuelta y sale de la masa danzante. Ella le llega a alcanzar el brazo y ambos se dicen cosas que ninguno llega a oír. Entonces él le pregunta parte de todos esos porqués y es que esa no es la situación convenida y ella seguramente se ha enfadado o se lo ha tomado a mal y atraviesa la masa de gente para perderse en la luz violeta. Y quién sabe, igual luego vuelve a verle.
Pero él ya no está, ha salido lo más rápido posible sin mirar a nadie a la cara. Igual al final de la calle ha llorado de rabia. Lo más probable es que al día siguiente él no logre hacer nada y solo piense en lo ocurrido y en lo que podría hacer ahora para solucionarlo. De nuevo el libro de instrucciones para la vida. Esperemos que no cometa la estupidez de no hacer nada por no saber qué hacer y que ella haga también algo o le perdone o quién sabe qué. Lo cierto es que el pobre, pase lo que pase finalmente, no dejará de soñar con ella durante al menos seis meses.

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