Era la historia de un viaje. De alguien que estuvo
tan cerca de lo que no podía tener que consideró que entonces solo le quedaba
alejarse. Pero qué mal le hacen a alguien así los espacios grandes y vacíos, el
eco que no acompaña y la nieve lisa, que no es sino una cartulina grande donde
construir los recuerdos y la fantasía. El desierto no, el calor a uno no le
deja vivir ni pensar. Así que acabaron quedando solo las ciudades bulliciosas,
extranjeras, a poder ser, donde no hubiese lengua común y donde poder mantener
conversaciones incomprensibles acerca de los árboles. Y así acabó el viajero,
que nunca dejó de viajar, atado al ruido, el atronador sonido con el que cerrar
los ojos y al final poder dormir.
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