domingo, 29 de enero de 2017

La montaña, la cueva

Tú estás aquí, en cualquier lugar, no me importa dónde, lo importante es que quieres ir allí, justo detrás de esa montaña de aspecto inexpugnable y que, ciertamente, es inexpugnable. Pero estás de suerte, en la falda de la montaña hay una cueva que la atraviesa. Sabes que la montaña representa a una persona y que para ser alpinista debes conocerla bien como pocas veces se conoce a alguien, sin embargo tú ahora quieres relacionarte con ella, entablar amistad, flirtear, conocerla, no me importa qué, lo que ocurre es que tienes que atravesar la montaña para lo que sea que esperes, y para eso está la cueva. Lo que ocurre es que una vez entras en la cueva la descubres llena de telarañas, telarañas densas como el algodón de azúcar pero sin arañas. Tranquilos aracnofóbicos, temed claustrofóbicos. Debes pelearte a brazazos con las telarañas que no ceden y que se te pegan por todas partes. Cuando consigues liberar una extremidad descubres atrapado el resto del cuerpo. En estas condiciones es fácil rendirse, no es de extrañar que muchas veces no se alcance el otro lado de la montaña. Y es que pienso que las relaciones sociales son increíblemente tediosas, lentas y a veces incluso agobiantes, y cuando intento cambiarlo y atajar el asunto resulta que soy un tipo raro. Pues bueno, ahogaos en vuestras telarañas, yo os espero al otro lado.



(La palabra “brazazo” al parecer no existe, pero me parece una buena palabra, así que ahí se queda.)
(Mi vecino está apartando la cortina y asomando un ojo para mirarme escribir y pensar que qué estaré haciendo con esta cara y esta bata a estas horas. Me parece divertido que siendo mi vecino y manteniendo su intimidad tan cerca de la mía no vaya a leer esto que sin embargo podrán leer y leerán gente de todos lados. Está tan cerca y a la vez tan lejos… un día igual imprimo un par de cuentos y se las meto en el buzón.)

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