domingo, 29 de enero de 2017

El joven dios

Hubo una vez un reino de los cielos, el hogar de los dioses. Allí las deidades tenían líneas de parentesco y se encontraban jerarquizadas. Los que se encontraban más arriba eran los más aburridos —el universo, el tiempo— porque acababan no siendo más que aquello a lo que se dedicaban. Pero cuanto más descendías más veías que los dioses miraban atentos a sus creaciones los humanos por ver cómo estos vencían al aburrimiento.
Gobernar no es fácil, y aún menos si lo haces desde la perspectiva de un dios. Así entonces hubo un dios joven al que se le entregó un espacio de tierra para que practicase en vista a en un futuro poder ser la adoración de una ciudad o de una clase social. En el territorio no había nada, solo tierra parda y matojos silvestres, pero él era un dios y enseguida pudo jugar a crear bosques, y ríos y montañas. Entonces, cuando hubo comprendido lo básico y ya le aburrían los minerales, decidió dar el siguiente paso, decidió crear vida más avanzada. Pero no empezó por los seres que se arrastran o por los gamos, los cuales suelen ser los preferidos de otros dioses novatos, sino que acudió a lo más difícil y complejo, decidió crear un humano. En todas sus formas y condiciones lo hizo normal, a la media de los humanos. Después, tras verle pálido, abrió las nubes para calentarle con el sol, le construyó un lago a medida, le regaló el fuego y fue creando para él toda una serie de fauna, para alimentarle o para que se entretuviese. El dios quería muchísimo a su humano, le mimaba y le ponía a prueba de tal forma que el resto de dioses no sabían si preocuparse o alegrarse.
Sin embargo llegó el día en que un dios superior le dijo a éste que estaba listo para encargarse de una isla más allá del océano, pero que por favor dejase aquel territorio yermo como lo había encontrado, así que nuestro joven dios sopló, arrastrando los árboles y el agua, hasta que solo quedó su humano, de rodillas, implorándole sin que se le pudiese oír desde tan lejos y con una oreja tan grande. Entonces las nubes se abrieron y de ellas salió una mano celestial, la mano se cerró en un puño quedando solo el dedo índice apuntando inquisidor contra el humano, que no sabía qué hacer viendo aquel dedo rodeado de luz que se le acercaba. El dedo se acercó hasta un punto en el que solo quedaba subirse a él y ser transportado a otro lugar, pero entonces el dedo aplastó al humano.

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