Hubo una vez un reino de
los cielos, el hogar de los dioses. Allí las deidades tenían líneas de
parentesco y se encontraban jerarquizadas. Los que se encontraban más arriba
eran los más aburridos —el universo, el tiempo— porque acababan no siendo más
que aquello a lo que se dedicaban. Pero cuanto más descendías más veías que los
dioses miraban atentos a sus creaciones los humanos por ver cómo estos vencían
al aburrimiento.
Gobernar no es fácil, y
aún menos si lo haces desde la perspectiva de un dios. Así entonces hubo un
dios joven al que se le entregó un espacio de tierra para que practicase en
vista a en un futuro poder ser la adoración de una ciudad o de una clase
social. En el territorio no había nada, solo tierra parda y matojos silvestres,
pero él era un dios y enseguida pudo jugar a crear bosques, y ríos y montañas.
Entonces, cuando hubo comprendido lo básico y ya le aburrían los minerales,
decidió dar el siguiente paso, decidió crear vida más avanzada. Pero no empezó
por los seres que se arrastran o por los gamos, los cuales suelen ser los
preferidos de otros dioses novatos, sino que acudió a lo más difícil y
complejo, decidió crear un humano. En todas sus formas y condiciones lo hizo
normal, a la media de los humanos. Después, tras verle pálido, abrió las nubes
para calentarle con el sol, le construyó un lago a medida, le regaló el fuego y
fue creando para él toda una serie de fauna, para alimentarle o para que se
entretuviese. El dios quería muchísimo a su humano, le mimaba y le ponía a
prueba de tal forma que el resto de dioses no sabían si preocuparse o alegrarse.
Sin embargo llegó el
día en que un dios superior le dijo a éste que estaba listo para encargarse de
una isla más allá del océano, pero que por favor dejase aquel territorio yermo
como lo había encontrado, así que nuestro joven dios sopló, arrastrando los
árboles y el agua, hasta que solo quedó su humano, de rodillas, implorándole
sin que se le pudiese oír desde tan lejos y con una oreja tan grande. Entonces
las nubes se abrieron y de ellas salió una mano celestial, la mano se cerró en
un puño quedando solo el dedo índice apuntando inquisidor contra el humano, que
no sabía qué hacer viendo aquel dedo rodeado de luz que se le acercaba. El dedo
se acercó hasta un punto en el que solo quedaba subirse a él y ser transportado
a otro lugar, pero entonces el dedo aplastó al humano.
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