Es divertido ver a dos personas que se quieren
desde siempre, desde que son niños. Porque, ¿cuándo saben que se quieren? Más
allá de que de repente un día se den un beso o se digan que son novios. Quizá
nunca sean conscientes, quizá tan solo sientan esas cosas que se sienten cuando
uno no piensa en ellas y que está socialmente mal visto escudriñar. Pero se me
ocurre que algún día tendrán que enfrentarse a aquello que sin querer han
formado, porque imaginemos que los niños crecen y se hacen adolescentes, en
algún momento tendrán que parar en el semáforo y ver cómo ante ellos, en el
cruce, pasa el sexo en su camión. No están obligados, pero tal vez quieran. ¿Cómo
dos personas que se han querido en lo profundo, más allá de los gestos, van a
afrontar el cuerpo de lleno aunque luego ello también les pueda llevar a lo
profundo? A pesar de quererse puede ser que lo que sientan sea igual a una
amistad de toda la vida, amistades de
esas que no suelen desviarse y que si se tocan con estos temas o bien se
destruyen o bien se constituyen como una relación muy fuerte. ¿Podría matar el
sexo la relación de dos niños cogidos de la mano que no saben si al dar un paso
tendrán que soltarse? Aunque igual podrían afrontar ciertos temas como un
juego; afrontar cada nuevo tema como un juego, vivir sin dejar nunca de ser
niños.
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