domingo, 19 de junio de 2016

400 entradas - Idea para un negocio

No he escrito en varios días porque esta es mi entrada número 400 y quería hacer algo especial, el problema es que buscando ese algo diferente, no he escrito nada, así que creo que haré esta entrada a modo de pequeña celebración, algo así como una comida de cumpleaños con la familia, para poder seguir escribiendo habiendo pasado el trámite que se asemeja a una roca en el camino (una roca de cuatrocientos kilos).
La verdad es que bien pensado 400 está bien, es un número redondo en el que el 4 es simpático y los 0 inocuos, sin embargo está claro que esto es una celebración un poco empañada por ese 500, que es la mitad de mil y la dosmilésima parte de un millón. Pero como cien entradas son muchas y yo por poder me podría morir en la 432 (que no es un número digno de lápida) o podría decidir que lo mío no es la escritura (que ni es mía ni es de nadie), pues celebro esto ahora.
Tengo algunas cosas escritas en papel y muchísimos cuentos inconclusos no publicados en ninguna parte, además de cuadernos y tacos de papeles con notas, sin embargo casi todo lo que he escrito está aquí, en este blog, y aunque haya de todo, cosas serias y juegos muy tontos e incluso berrinches, cuatrocientas hojas conformarían un libro de bastante tamaño, que ni siquiera es eso, porque algunas entradas son muy breves, pero otras tantas superarían el folio (¡y estoy hablando de Din A4, las hojas típicas de los libros son como la mitad de tamaño!) y la media saldría a más.
Ahora me da por recordar cuando tenía doce años o así, que leía ficción histórica (libros que generalmente tienen escenas de sexo y escandalizaban a mis padres, a mis compañeros y hasta a un profesor que tuvo que aclarar de cara a toda la clase que "eso que salía en el libro de Miguel es perfectamente normal") y empecé a desarrollar la costumbre de imaginarme escenas de un hipotético libro o historia, escenas muy detalladas perdidas en algún momento de una trama mayor en la que ni pensaba, como si estuviese leyendo un libro y me encontrase en esas hojas y ahí estuviese toda mi atención. Recuerdo que me relataba cada frase a la vez que los personajes se movían a cámara lenta en mi cabeza, porque uno no tarde tres frases en cruzar una habitación. Recuerdo incluso que la voz que lo narraba todo en mi cabeza, al llegar a una coma o un punto, lo decía también: ...entonces le miró COMA se giró y dijo... Y bueno, contaba esto para decir que esta costumbre aún la tengo aunque un poco cambiada y que recuerdo por aquella época haberle dicho a mi padre o a mi madre que aunque no escribiese (mi producción literaria por aquella época estaba a punto de comenzar o lo había hecho ya en forma de un relato escrito en algún cuaderno de clase cada tres o cuatro meses) creía que aquel ejercicio narrativo tenía que servir para algo, como quien no hace ejercicio pero al día se ve obligado a caminar muchísimo y a subir incontables escaleras.
Y bueno, que esta es mi entrada número 400 para decir que es mi entrada número 400, lo cual deja en sí misma a la entrada vacía y, por ende, aunque es una entrada, no es una entrada y seguimos en el 399 bis. Aunque creo haber roto un poco esa idea al contar cosas, que no sé muy bien qué cosas, las averiguaré al releer (cuando usted lea esto o cuando lo leas tú, si nos conocemos ya sabré qué cosas son, de hecho las habré corregido incluso purgado de tal forma que no sepa o sepas qué había), aprovecharé también para contar algo, que es la segunda parte del título de esta entrada:

Idea para un negocio.
Hace ya algún tiempo empecé a escuchar relatos leídos por sus autores (sobre todo Julio Cortázar y Eduardo Galeano) casi como si escuchase una canción, y entonces un día me compré un libro que casualmente contenía uno de esos relatos. El relato lo había escuchado tiempo atrás, mucho antes de empezar con esta práctica, y disfruté tanto reconociéndolo que lo leí en alto y acabé por grabarlo y enviarlo simulando incluso el movimiento pendular de la voz del propio autor. Me pareció muy divertido y quien lo escuchó disfrutó, así que grabé un par de relatos más.
Al parecer, si uno se informa, siempre ha pasado. Los hay que empiezan a escribir mayores o viejos, pero quienes ya desde pequeñitos se ponen a dar saltos intentando ver qué hay expuesto en el escaparate de la pastelería o de la librería, y además creen en sus letras, quieren publicar desde jóvenes o incluso sueñan con vivir de escribir ("vivir de escribir", habré pronunciado tanto esa frase a lo largo de mi vida que más que frase es ya palabra). Por lo tanto es normal que tenga un amigo que se da cabezazos contra la pantalla del ordenador tras la cual está su intento de novela, otra haya logrado publicar lo primero que ha escrito (entiéndase lo primero un poco distinto, lo primero más largo que de hecho como ella reconoce era otro de sus relatos que se alargó) y otros tantos se publiquen en Internet y se intenten difundir desesperadamente. Lo que todos compartimos es el sueño de escribir y que nos paguen por ello, también de ser reconocidos y demás pero creo que prima la idea del dinero.
Es por todo ello que até cabos y se me ocurrió la siguiente forma de ganar dinero escribiendo, forma, como es habitual en mí, que perseguía lo mismo que todos pero diciendo "yo soy diferente y desinteresado" como un gato caminando por el tejado de noche, con la cola hacia arriba. Mi idea era grabar un cuento o una parte del mismo y enviársela a quienes hubiesen contratado la semana (un euro de lunes a viernes, luego pensé si sábados y domingos leer de otros autores. Al principio pensé en dos minutos de audio por noche, siendo así diez diez céntimos el minuto, pero al ver que las historias que escribía duraban más, acababa siendo cosa de cuatro minutos por día, de lunes a viernes, a vez de cinco céntimos del minuto, una ganga, una ganga que aún así no se pagaría bajo el lema de "¡si hombre!"). Me imaginaba a quince lectores (¿escuchadores?) suscritos, lo que serían sesenta euros al mes. El problema estaba, claro, en el pago, que se me ocurría a través de alguna aplicación telefónica pero que quedaba suspendida a mi facilidad de condonar deudas.
De cualquier forma lo llevo haciendo de forma gratuita durante una semana con diez personas, que en su mayoría parecen contentas a excepción de un par que no contestan y a las que por rencor ya no les voy a enviar nada. He mejorado mi forma de leer siguiendo sus consejos y he ido adaptando las historias al ser leídas, de cualquier forma el saltar al negocio (al cobro, ¡al cobro! Que voy a parecer un ladrón pidiendo un mísero euro por una semana de trabajo) suena muy duro, especialmente porque dejar que avance la desidia y dejarlo estancado ya no sería posible.
Curiosamente, a pesar de que cueste escribir la historia, lo más difícil es grabarla, ya que acabo haciendo de media unos diez intentos y también enviarla con tantas personas suscritas.
Bueno, solo quería contároslo y hacer un telón de humo para pasar con pena y gloria las 400 entradas y poder seguir publicando tímidas entradas.
Las entradas leídas, que son inéditas, creo que acabaré por subirlas aquí, pero intentaré no avisar para que quienes paguen, si es que acaba pagando alguien, no piensen que qué tontería si pueden obtener lo mismo de forma gratuita.
Si alguien quiere suscribirse al período de prueba que me escriba: perez.moya.miguel@gmail.com

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