Esa puerta, es esa puerta. Aquí las paredes son
blancas y las mesas son de ese marrón oscuro del que es la madera. No hay más,
por demás colores solo están las ropas de los que aquí estamos, por lo general
colores no llamativos. Las paredes y el suelo blancos, las mesas marrones… pero
lo verdaderamente importante es el silencio, de este lado de la puerta hay
silencio, algún crujido ocasional de la madera y los sonidos que podamos hacer
nosotros buscando una mejor postura, pero por lo demás silencio. Sin embargo,
más allá de la puerta el ruido es anárquico. Hubo una ocasión en la que una
pareja, cansada de devorarse con los ojos pero no poder hablar por el silencio
reinante, se levantaron, fueron hasta la puerta y la abrieron. Fue solo un
instante antes de que el ruido les engullese, pero en ese momento todos miramos
allí, a lo que se oye pero no se ve, y estiramos los brazos como queriendo
decir “¡cerradla!”.
Ahora la puerta está entornada, un insensato se
marchó sin cerrarla bien. Sin embargo no se oye nada, todos miramos a la puerta
como si el ruido estuviese ahí al acecho, a punto de saltar.
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