sábado, 4 de junio de 2016

El hombre del siglo XX

“Una vez entró por la ventana un pájaro que recorrió toda la casa y ya no salió. Ahora es el hombre-pájaro y bebe café en la cocina. Tiene cara de paloma.”
Miguel Pérez Moya, s. XXI, no sabía dónde poner esto.


Aquel hombre sin duda lo merecía. Pacifista, detuvo varias guerras y encontró acuerdos que satisfacían a todas las partes, que eran muchas; médico, halló la cura a una enfermedad terrible, además de que previó la aparición de otra y la erradicó en el momento mismo del brote; y teólogo, demostró la existencia de los dioses de varias religiones menores, que resultaron ser el mismo y a la vez no, cosas de lo divino. Por todo ello fue nombrado Hombre del Siglo (el siglo XX), pero no contentas las cumbres internacionales con este nombramiento, hubo referéndums en todas las naciones del globo y el ochenta por ciento de la población mundial ratificó la decisión, se entiende que el veinte por ciento restante o bien no votó o bien era el grupo constituido por los seres más envidiosos del planeta. Y así pasaron los últimos años sin que nadie lograse ni acercarse usurparle el puesto a este Gran hombre. Pero entonces llegó el año 2.000 y el siglo cambió. Goodbye, au revoir, hasta luego siglo XX. Hubo fiestas, hubo bailes y hubo problemas en el ámbito de la informática, donde los ordenadores en ciertos programas solo cogían las dos últimas cifras de cada año y entendían que se había vuelto al año cero y reiniciaban programas y demás. Sin embargo, la gente comprendió que en el día a día nada había cambiado, así que volvieron a sus trabajos, al mercado que solo tiene kiwis como piedras y a sentarse  frente el televisor para comprobar que no, que en otras partes del mundo las cosas tampoco habían cambiado. Así se enterraron los propósitos ya no de nuevo año, sino de nuevo siglo, y el tema se olvidó. Pero había alguien que recorría las calles buscando el mejor banco para sentarse a contemplar el sol, pero no el mismo sol que miraban los demás, él fijaba su vista entornando los ojos hasta discernir el círculo que está dentro de lo brillante, la circunferencia que realmente es el sol. El hombre con más méritos del siglo XX de pronto se encontraba vacío en el siglo XXI.
Fue la casualidad la que hizo que se fuese a topar con un muchacho que acostumbraba también a sentarse y contemplar el sol. Él, como tantos otros, pensaba que lo pasado siempre fue mejor, y no solo eso, sino que irremediablemente tendía a creer en las almas, fantasmas y reencarnaciones, pues volvía una y otra vez a pensar que no le gustaban las facilidades de la vida moderna, incluso que le desagradaban, que él debió  haber nacido cincuenta o cien años antes, cuando se descubrían e inventaban aquellas cosas que limitaban la imaginación del presente. Cuando se le argumentaban todas las penalidades pasadas, él no podía sino ver una belleza romántica en ellas. Así fue, por tanto, que el hombre y el muchacho coincidieron en un banco y el pequeño terminó por decirle al otro:
—No temas este nuevo siglo, es mío y te lo regalo.

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