“Una vez entró por la ventana un pájaro que
recorrió toda la casa y ya no salió. Ahora es el hombre-pájaro y bebe café en
la cocina. Tiene cara de paloma.”
Miguel Pérez
Moya, s. XXI, no sabía dónde poner esto.
Aquel hombre sin duda lo merecía. Pacifista,
detuvo varias guerras y encontró acuerdos que satisfacían a todas las partes,
que eran muchas; médico, halló la cura a una enfermedad terrible, además de que
previó la aparición de otra y la erradicó en el momento mismo del brote; y
teólogo, demostró la existencia de los dioses de varias religiones menores, que
resultaron ser el mismo y a la vez no, cosas de lo divino. Por todo ello fue
nombrado Hombre del Siglo (el siglo XX), pero no contentas las cumbres
internacionales con este nombramiento, hubo referéndums en todas las naciones
del globo y el ochenta por ciento de la población mundial ratificó la decisión,
se entiende que el veinte por ciento restante o bien no votó o bien era el
grupo constituido por los seres más envidiosos del planeta. Y así pasaron los
últimos años sin que nadie lograse ni acercarse usurparle el puesto a este Gran
hombre. Pero entonces llegó el año 2.000 y el siglo cambió. Goodbye, au revoir,
hasta luego siglo XX. Hubo fiestas, hubo bailes y hubo problemas en el ámbito
de la informática, donde los ordenadores en ciertos programas solo cogían las
dos últimas cifras de cada año y entendían que se había vuelto al año cero y
reiniciaban programas y demás. Sin embargo, la gente comprendió que en el día a
día nada había cambiado, así que volvieron a sus trabajos, al mercado que solo
tiene kiwis como piedras y a sentarse
frente el televisor para comprobar que no, que en otras partes del mundo
las cosas tampoco habían cambiado. Así se enterraron los propósitos ya no de
nuevo año, sino de nuevo siglo, y el tema se olvidó. Pero había alguien que
recorría las calles buscando el mejor banco para sentarse a contemplar el sol,
pero no el mismo sol que miraban los demás, él fijaba su vista entornando los
ojos hasta discernir el círculo que está dentro de lo brillante, la
circunferencia que realmente es el sol. El hombre con más méritos del siglo XX
de pronto se encontraba vacío en el siglo XXI.
Fue la casualidad la que hizo que se fuese a topar
con un muchacho que acostumbraba también a sentarse y contemplar el sol. Él,
como tantos otros, pensaba que lo pasado siempre fue mejor, y no solo eso, sino
que irremediablemente tendía a creer en las almas, fantasmas y reencarnaciones,
pues volvía una y otra vez a pensar que no le gustaban las facilidades de la
vida moderna, incluso que le desagradaban, que él debió haber nacido cincuenta o cien años antes,
cuando se descubrían e inventaban aquellas cosas que limitaban la imaginación
del presente. Cuando se le argumentaban todas las penalidades pasadas, él no
podía sino ver una belleza romántica en ellas. Así fue, por tanto, que el
hombre y el muchacho coincidieron en un banco y el pequeño terminó por decirle
al otro:
—No temas este nuevo siglo, es mío y te lo regalo.
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