lunes, 20 de junio de 2016

Laura en el hospital

La ambulancia llega al hospital al medio día con las luces encendidas, Laura se ha puesto peor. Su padre le ha seguido en coche y la madre vendrá más tarde con ropa y artículos necesarios. Laura, lo primero que hace cuando ve a sus padres es pedirles que avisen a su novio Dinaí. Es una mala hora para ser ingresado y las demás visitas obligadas dejan pasar la hora de comer y  la hora de la siesta y empiezan a aparecer a eso de las seis de la tarde, dejando en el vestíbulo del hospital, cuando se encuentran con otros parientes o amigos, la molestia simulada de perder allí la tarde. El padre intenta hablar con Dinaí pero no lo consigue, por si acaso deja constancia en su casa y a sus padres. Por la gravedad de Laura le han dado una habitación para ella sola, lo que permite a los visitantes hablar en un murmullo tumultuoso y reír casi a gritos sin darse cuenta de que aunque no haya otros pacientes a los que molestar, allí está Laura. Ella mientras tanto está tumbada boca arriba, con la cabeza y el cuello apoyados en una almohada y los brazos largos y pálidos paralelos al cuerpo por fuera de las sábanas, recuerda a algo, nadie sabe a qué pero a todos les recuerda a algo. Llegan las tías de Laura, con grandes sombreros e inundando la sala con un potente olor a perfume. Laura, que tiene ojeras y los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, piensa que qué duro trámite es la familia. Lo cierto es que con remordimiento piensa que lo que le gustaría es que allí no hubiese nadie, solo silencio, eso y que en un momento, al abrir los ojos, se encontrase mirando a un Dinaí despeinado que la mirase sonriendo, con aquella sonrisa triste. Fue en aquel mismo hospital donde se conocieron, Laura volvía a estar ingresada y Dinaí, que era un bestia, se había roto un brazo y una pierna en la misma caída, de eso hacía ya mucho tiempo y Laura se preguntaba cómo es posible echar tanto de menos a alguien que conoces desde hace tanto tiempo. El último visitante, que entra durante un murmullo en el que algunos se preguntan si llegan a la última sesión de cine, es Joaquín, el payaso que se encargaba de hacer reír a Laura cuando era una niña y se encontraba en las mismas, lo malo es que esta vez no tiene que pintarse una lágrima o arrugar los labios para aparentar estar triste. Laura siente el dolor de sus padres como un muro de ladrillos, grande pero que sigue unas directrices, sin embargo el dolor de Joaquín lo siente como algo desorbitado y mutable que cubre toda la habitación, por encima del perfume y los sombreros de sus tías. Al final un médico manda salir a todos dejando solo a los padres, que se sientan cada uno al lado de Laura y le cogen una mano. Ella duerme y su respiración suena costosa, sus padres hablan con el lenguaje de las miradas. Al final ella le hace un gesto y él sale del hospital dispuesto a traer a Dinaí de la forma que sea. Lo que nadie sabe es que Dinaí lleva mucho tiempo allí, apoyado en un muro del hospital, de cuclillas, llorando enfrente de un ramo de flores destrozadas.

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