domingo, 5 de junio de 2016

El último gran acto del emperador

El emperador era joven y extremadamente poderoso, sin embargo temía, tal como le había enseñado su padre, al pueblo, pueblo que no lograba imaginar más que como la multitud de personas que llenaban la plaza situada frente al palacio en los grandes acontecimientos.
Fue por esto por lo que el emperador aceptó con entusiasmo la idea de un viajero que proponía situar una serie de cristales desde el balcón imperial hasta la plaza de tal forma que cada uno ampliase su imagen como si fuese una lupa y así cada cristal —proporcionalmente más grande— le iría convirtiendo en un gigante de cara al pueblo, que finalmente solo vería su descomunal estatura en un cristal de la altura del palacio situado frente a ellos.
El emperador apareció monstruosamente grande aquel día nublado. Llevaba puestas sus mejores prendas y la gente, después de gritar de pavor, se arrodilló hincando sus frentes en la grava. Sin embargo las nubes se apartaron y apareció el sol, el cual incidió sobre el cristal más grande, que llevó la luz hasta el siguiente y así hasta que la luz del sol, guiada por aquellas lupas, abrasó al emperador como si fuese una hormiga. Cuando la gente levantó la vista vieron a través de la lupa a su emperador bailando con el fuego y convirtiéndose en pura ceniza, no pudieron sino aplaudir llorando ante aquel bellísimo espectáculo,

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