En la cabaña del bosque,
varios cargos importantes del ejército de Patamaní, así como dos políticos, un
periodista, un par de militares rasos y un chivato, preparaban el que acabaría
siendo el intento de golpe de estado más breve visto jamás tanto dentro como
fuera del continente. El chivato no era chivato de profesión, sino que por
fuera era otra cosa pero en el fondo era un chivato. Marcharon todos a los tres
coches y el hombre del revólver plateado, el chivato, se quedó al teléfono para
avisar al general Martínez que partían hacia su base para iniciar el asalto a
la capital, e iniciar el asalto al poder poder, y quitar del gobierno a lo
incompetentes, y restaurar las buenas costumbres, y devolverle a la patria su
renombre y blablablá... El general, en cuanto colgó al hombre del revólver
plateado, mandó a la infantería prepararse y a los técnicos cargar los tanques
de combustible y munición, mientras que el chivato, en cuanto colgó al general,
llamó a la única base militar no metida en la conspiración de la que conocía el
número: un aeródromo con un avión, tres personas y un perro. Los coches habían
partido ya y el hombre del revólver plateado cogió su motocicleta y siguió la
senda que estos abrían tomado, él se imaginaba
que los del aeródromo avisarían a otras fuerzas y juntos cortarían el
golpe de raíz, pero lo que no se imaginaba es que el hombre que le había
contestado al teléfono mandaría al único aviador del lugar coger el avión —un
montón de escombros que había participado en la última guerra en Europa y que
había sido regalado a Patamaní para decorar una rotonda o un jardín, pero no
para que lo incorporasen a sus fuerzas aéreas— y cargar contra un convoy que se
dirigía a la base del general Martínez por la carretera del sur.
El aviador detectó tres
vehículos, cayó en picado y los ametralló rompiendo todas las ventanas,
destrozando el metal, haciendo saltar las ruedas y destrozando a los
habitantes, solo una pasada hizo falta para hacer que aquellos tres vehículos
pareciesen pura chatarra.
El general Martínez no
dejaba de mirar el reloj, nervioso, sin entender cómo no estaban allí, al igual
que el técnico y el aviador, que sin separarse de la radio no entendían cómo no
había noticia alguna sobre el golpe y creían haber matado civiles. El general
que hacía rato había mandado a las tropas subir a los camiones y las había
dividido con la intención de marchar sobre la capital y otras dos ciudades
importantes, mandó una patrulla de reconocimiento por la carretera del sur.
Estos vehículos blindados dieron con tres coches accidentados y los sacaron
fuera de la carretera, también tuvieron un accidente con un motociclista,
probablemente ebrio. Al saber todo esto, el general Martínez, viendo que los
golpistas habían desaparecido, dijo a las tropas que aquello había sido un
simulacro de movimiento anti-revolucionario y los mandó a los cuarteles.
El chivato, el hombre
del revólver plateado, cuando subía por la carretera, al ver carros blindados y
entender que pese a su esfuerzo el golpe militar había empezado, en un arrebato
de desesperación se lanzó a un margen del camino dejando que la motocicleta se
estrellase contra el primero de los carros y quedase engullida por sus ruedas
de oruga. En la caída perdió también el revólver.
El Gobierno vio de
pronto que gran parte de su alto mando había desaparecido, así que mandó su
búsqueda y ejecución al ser acusados de traición. El general Martínez, temedor
de que en cualquier momento se destapase su posición en la trama, huyó en un
vuelo clandestino que pretendía salir del país. El piloto del vuelo era aquel
que habiendo salvado el país creía haber asesinado civiles. El avión en
cuestión fue derribado por el Gobierno en la frontera este de Patamaní,
advertidos por un chivatazo de que en él viajaba el alto mando.
Años después, en un
alto en el camino para comer, un niño encontró jugando un revólver muy sucio
que al limpiarse quedó plateado. Hoy en día está expuesto encima de su chimenea
y no tiene ni idea de que perteneció a uno de los mayores héroes de la patria.
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