Estos escritos hablan de la independencia de dos partes del cuerpo y debían ir acompañados de unas imágenes. Era un encargo de un estudiante de Bellas Artes, pero como no era lo que él buscaba, os lo pongo aquí. La segunda tiene dos posibles finales.
No fue un sueño. Estaba dormido, sí, pero no fue un
sueño. Yo dormía y soñaba con que dormía, pero de pronto me desperté y seguía
soñando, era extraño, de alguna forma me veía. Tenía los ojos cerrados pero en
mi cabeza veía cómo me movía. Llevé una mano al rostro y la imagen de mi cabeza
llevó una mano al rostro. No podía abrir los ojos, creía que era por acabar de
despertarme, por seguir entre sueños, pero cuando toqué mis párpados cerrados
lo que noté fue una piel lisa y suave, incluso un poco hundida, mientras que mis ojos seguían viéndome desde el otro lado de la habitación.
En aquellas fiestas el vino parecía infinito y a
él me agarraba para sentirme cómodo y para tener tema de conversación. Sin
embargo estoy seguro de que el vino no tuvo nada que ver en lo que sucedió.
Estaba sentado, bien vestido, ¡todos lo estábamos! Y la anfitriona estaba
enfrente y reía, ¡todos reíamos! Me sentía cómodo, me habían situado en un buen
lugar de la mesa, mi copa siempre estaba llena, conocía los chismes de aquellos
que me rodeaban y eso me hacía sentirme poderoso. En algún momento entre el
primer y el segundo plato le pregunté de pronto a la anfitriona si el colgante
que no dejaba de cegarme se lo había regalado su actual marido o alguno de los
dos anteriores. Nada más oír lo que acababa de decir pensé que cómo se me podía
haber ocurrido soltar semejante impertinencia, sin embargo ella enseguida mutó
su rostro y soltó una carcajada, risa a la que acompañaron todos y no pudo sino
aliviarme sobremanera. Pero lo cierto es que el haber dicho aquello me
martilleaba, por lo que fijé la vista en el plato y callé, lo que me permitió
comprobar que mis palabras no eran mías, aunque los labios sí, cuando me giré
hacia la señora de mi derecha y le pregunté si conocía la infidelidad de su
marido. No pudo haber sido el vino porque en ese mismo momento deseé callarme y
sin embargo mis labios siguieron sacando palabras a la luz, hablando de lo joven
que era la amante, que se reunían en casa de ella, que últimamente ella había
ascendido en la escala social… me llevé las manos a la boca y salí de allí con
paso apresurado, dando la misma imagen que si fuese a vomitar. No podía volver
adentro y me sentía turbado por el extraño acontecimiento, así que pedí mi
abrigo y salí a la calle confiando en que el frío me calmaría. Sin embargo
comprobé que lo que quisiera que me pasase seguía allí cuando al cruzarme con
un vagabundo tremendos insultos brotaron de mí sin que siquiera hubiera deparado
en él. Al principio le había echado la culpa a la bebida, pero ahora creía que
ésta podría ser el remedio, así que entré en una taberna, pero nada más llegar
a la barra mis labios volvieron a moverse y le describí al hombre de mi
izquierda sus feos rasgos destacando las partes anormales de los mismos.
1- Se acercaron más hombres y yo, llorando por no
poder detenerme, tirando de mi mandíbula hacia abajo con ambas manos, seguí
insultándoles, diciéndoles mentiras o verdades terribles. Varios de ellos me
sacaron a un callejón sin luz y allí me golpearon. Sin embargo mis palabras
seguían surgiendo y entonces, uno de ellos me abrió la boca, sacó mi lengua,
que se movía sinuosa como una serpiente, y la cortó.
2- También insulté a más hombres del lugar. Recibí
varios golpes y con la frente sangrando salí corriendo de allí. Solo y abatido
caí de rodillas en alguna calle desconocida, pero aun así mis labios seguían
moviéndose, gritando porquerías y secretos, propios y ajenos, por lo que al
final, llorando y suplicando que se callase, arranqué un trozo de tela y me lo
introduje en la boca hasta que ya solo se oyó un murmullo lejano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario