miércoles, 22 de octubre de 2014

farolas

Definitivamente el tema de conversación de aquella noche eran las farolas, oh no, por dios, no conversación cotidiana entre dos o más personas, sino conversación unidireccional dentro de mi cabeza, eso a lo que la gente cotidiana llama pensamientos por no tener una asamblea de ancianos ahí metida.  Bien, farolas, farolas amarillas, blancas, de carretera, apenas útiles, de las que no te dejan dormir si no bajas la persiana... ¿De qué estaba yo hablando? Ah, sí, farolas.
Una vez que andaba yo bebido pero no borracho saqué mi libreta, hecha con una plegada cuatro veces, y escribí algo (también llevo siempre un boli en el bolsillo que defiendo diciendo "¡siempre voy armado!"), aunque recuerdo lo que escribí y por qué pues no estaba borracho sino bebido, fue más divertido leerlo al día siguiente, decía así:
"Las farolas son ojos que a veces chirrían (...) las farolas están encargadas por el gobierno para vigilarnos", la parte intermedia hablaba sobre escaleras, así que no viene al caso.
Toda buena historia de terror tiene una calle desierta con farolas ¿por qué? porque sin farolas no se vería nada y menuda gracia tendría que el malo matase al matado sin que éste tuviese miedo pues no pudiese ver. El miedo viene por poder ver y no ver, si no puedes ver y no ves, tan solo tienes cuidado de andar despacio y con los brazos estirados para no darte un buen golpe, ¿y quien nos ayuda a no pegarnos golpes? nuestras amigas las farolas.
De pequeño fuimos varios veranos a un camping en Pirineos con mi madre y todas las veces, excepto la última, salimos después de comer en vez de por la mañana que hubiese sido lo más lógico, entonces, como se nos echaba la noche encima en pleno viaje, parábamos en algún motel u hotelillo y allí pasábamos la noche. No se por qué exactamente salió el tema pero mi madre dijo una vez que no le gustaba conducir de noche, pero mencionó que había gente que lo prefería, y a mi por qué respondió que porque debido a la luz artificial se veía mejor, me imaginé una carretera con un haz de luz amarilla, luz que provenía de farolas.
Podría hablar mucho más sobre farolas, pues es un tema verdaderamente interesante, quizá no sean protagonistas en casi ninguna historia, pero son necesarias para casi cualquier plano nocturno. Ah, y las farolas le gustan a P., que yo lo sé.
Así que, para terminar, hablaré de lo que se me ha ocurrido al leer una historia de las siete sombras de la arena (que no tiene nada que ver con la mujer que temía frotarse el rostro creyéndolo de arena o del hombre hecho de arena de aquella historia que escribía en las clases de francés, las siete sombras de la arena es una escritora que yo conozco). En esta historia se hablaba en parte de una farola que parpadeaba y de los muchos motivos que la podían impulsar a ello ¿pretendía transmitir un mensaje? ¿se moría y eso era su último adiós? ¿estaba demostrando su ira contra los viandantes? ¿estaba feliz y quería comunicarlo? Bien, pues vamos a suponer que era esto último ¡Ay, farola! ¡Qué feliz! y quería transmitirlo, así que parpadeaba eufórica, arriesgando sus propias pilas o cableado por no tener cuerdas vocales con las que cantar, y entonces ocurrió algo curiosísimo, las farolas vecinas la empezaron a imitar también, y entonces toda la calle de farolas amarillas empezaron a parpadear, y momentos después, todas las de la ciudad, una ciudad intermitente.

1 comentario:

  1. Las farolas son inmortales. Mientras nosotros pasamos por éste mundo sin más, ellas permanecen. Conocen algunos de nuestros primeros besos, borracheras, risas, momentos de tristezas, conspiraciones políticas... si ellas se dignaran a hablarnos, un nuevo orden mundial se establecería, puesto ellas son filósofas, guardianas de las gran sabiduría. Siempre mío, siempre tuya...

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