viernes, 10 de octubre de 2014

La terraza de la montaña

El alpinista Joaquín Bjork sufrió una caída escalando el Meigito y se partió la pierna, así que llamó por el teléfono satélite a la oficina central y esta nos lo pasó inmediatamente a nosotros, el equipo de rescate. A pesar de estar listos en seis minutos y cuarenta y dos segundos, el Meigito es el llamado "Monte Vivo", por lo que no se puede acudir en helicóptero ni tener un campamento base en el mismo, aun así acudimos por medio aéreo al punto más cercano posible.
El sargento había intentado obtener del señor Bjork las coordenadas exactas de su posición, pero al no ser esto posible me encargó a mi que hablase con el alpinista para distraerlo, y que así no se centrase en el dolor de su pierna. Yo le pregunté dónde estaba.
-Apoyado en una roca, como ya le he dicho a tu superior no sé nada sobre números, con perdón pero yo vine hasta aquí para ver el mundo desde arriba, no para quedar mirándome una brújula o algo parecido- "Si lo hubieses hecho ahora sabríamos dónde buscarte" pensé.
-Dígame entonces qué ve.
-Estoy en la montaña, en la cima o cerca, y veo los picos de las montañas menores, veo solo las puntas pues estas superan el manto blanco, manto que parece salir del propio Meigito ¡Es asombroso! Debería verlo, y no me refiero a que no haya estado aquí antes, que seguro, sino a que siempre habrá ido corriendo de un lado para otro con un herido a la espalda o buscando ansiosamente a un desaparecido y no se habrá fijado en esto. El sol a estos niveles parece que no tiene fuerza y su amarillo difuso se posa sobre el manto blanco creando una capa sobre otra, y como ya le he dicho que las nubes parecen ser brazos del  Meigito, ¡da la impresión de que sol y montaña pelean como buenos titanes que son! Y ahí están el rosto de picos, brillando como oro, expectantes...
La conexión se cortó y el sargento me hizo llamar treinta y dos minutos más tarde, cuando habíamos alcanzado el nivel naranja, avisado de que se avecinaba tormenta. Nada más llamar, el señor Joaquín Bjork cogió la llamada y antes de dejarme hablar dijo:
-¡Hola de nuevo! ¿sabes que antes me has dejado hablando solo? Pero da igual, dije cosas bonitas y cosas privadas, unas se olvidan, que pena, y las otras, tras pensarlo un poco más, mejor no decirlas. Oye, aquí está empezando a hacer mucho frío, ¿que tal por allí?
-De eso quería hablarle, señor Bjork, se avecina una tormenta, nosotros intentaremos seguir ya que para esto hemos sido entrenados, pero usted tenga cuidado, protéjase si puede.
-Oh muchacho, vengo de la ciudad, estoy harto de achantarme cuando me lo ordenan, recibiré esta tormenta de frente y con ella castañetearé los dientes como cuando era niño ¿A ti no te gustaba? ¿cómo te llamas por cierto?
-Me llamo Juan, voy a cortar.
-No, por favor... siga hablando conmigo.

Hablé con Joaquín Bjork todo el tiempo que pude hasta que la ventisca cortó la señal y el equipo de rescate nos tuvimos que guarecer. Al escampar la tormenta no recibía la señal de Joaquín, por lo que apresuré al grupo a darse más prisa, pese a estar este acto en contra de los protocolos de seguridad.
Una vez llegamos al punto en el que la señal del satélite marcaba que debía estar el teléfono de Joaquín, vimos con estupor que el teléfono sí estaba entre la nieve, pero que allí no había nadie. De aquella roca sí salía en cambio un rastro, Joaquín Bjork se había arrastrado con una pierna rota en mitad de una tormenta en el nivel negro, desesperado corrí siguiendo su rastro, sin poder evitar que me saltasen las lágrimas. Las marcas en la nieve terminaban donde terminaba también la montaña. Cuando me atreví a mirar hacia abajo buscando el cadáver del alpinista solo vi un mar de nubes blancas brillando por el sol.

1 comentario:

  1. Te vengo leyendo desde que empezaste con el blog y, al leer este relato me ha parecido que has madurado enormemente como escritor.
    Lo que continúa siendo igual es el placer de leerte. Tu relato es brillante como la montaña que describes.

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