domingo, 13 de abril de 2014

Hay veces que es mejor nada que un título

-Tors, Pablito, venid ¡Eustaquio! ¡Ven aquí un momento que os quiero decir una cosa!
-¡¿Qué?!
-¡Que dejes de pescar y vengas!
-¡No estoy pescando! ¡Estoy meando!
-¡No me interesa que estés meando! ¡Termina y ven!
-¡¿Que te estoy mareando?!
No! ¡Que vengas!
-¡Espera que estoy meando!
-¡Pues termina ya de mear!
-¡Pero no lo grites! ¡Que se va a enterar todo el bosque!

-Oye.
-¿Si Pablito?
-¿Nosotros vamos haciendo algo?
-Sí sí, id sentándoos por ahí, alrededor de los restos de la hoguera.

-¿Algo más?
-Sí, Tors, poned cara de expectación y tono de voz ceremonioso.
-¿Lo del tono cómo va?
-Pues así: esto es una ceremonia
-Pero eso no parece ceremonioso, parece que estás malo de la garganta.
-Bueno, pues olvidad lo del tono, ¡Eustaquio! ¡Quieres venir ya!

-¡Que ya voy, leñe! ¡Mierda! ¡La bragueta!


-Ahora que os tengo a todos aquí...
-Todos no, faltaría Eustaquia.
-Ya lo sé, Pablito, pero Eustaquia murió hace dos semanas en aquella disputa que se convirtió en batalla contra los defensores de que la tortilla mejor sin cebolla.
-Ah, es verdad, se me había olvidado... pobrecita... malditos tortilleros- entrecerrando los ojos- merecían morir.

-Bueno, pues continúo, ha sido un viaje magnifico en el que os he ido encontrando y conociendo. Tors, a ti defendiendo aquél puente de todo aquel que quisiese cruzarlo en automóvil. Pablito, a ti robando ovejas para que los campesinos pensasen que eran los lobos, y que al ir a cazarlos, los lobos les tendiesen una emboscada, pagaban tan bien que no se cómo te viniste. Y a ti, Eustaquio, que tenías una empresa cuyo subtitulo era "constructor de casa", ya que en treinta años solo hiciste una, por cierto, ¿la terminaste?
-Sí, pero me han llamado para repararla, que se cayó el tejado.
-Bueno, pues a vosotros tres...
-¿Y Eustaquia?
-Sí, Pablito, Eustaquia, pues ella era cocinera en mi antigua casa, y cuando eché a andar, se le enganchó una esquina de la falda en mi mochila, y como era muy cumplidora no dijo ni pío, la llevé conmigo quinientos kilómetros antes de verla a mi espalda, tejiendo un jersey.
Bueno, a lo que iba, ha sido un magnifico viaje en el que habríamos dado tres vueltas a este, nuestro mundo, de no habernos perdido, pero ahora es hora de decir adiós.
-Oh no...- A Pablito se le fueron los ojos a las cenizas de la hoguera.
-Jé- Masticó Eustaquio.
-Tú a mi no me engañas- Todos miraron a Tors- Esto es por la canción que cantaba anoche la prostituta en la taberna.
-Hombre... esa palabra es muy fea.
-Es por eso ¿no?
-Bueno... es que era una canción de esas que es como filosofía bailable, como especias para el alma si te la vas a comer, como tener de repente los oídos limpios, como una canción triste que, antes de desanimarte, te llena el pecho de júbilo, como...
-¿Cómo era la canción?- Se interesó Pablito.
-Era algo así como... amor, olvido, nosequé, lalalá ¿pin? ¡alma! ¿o almas? Algo de que el cambio era bueno... y el estribillo tenía ese nananaaa, qué bonita, qué bonita ¡Por dios!
-¿Así que te vas?
-Sí, en eso consiste mi vida, muchachos, en enseñar a encontrarse a la gente y luego hacer que se pierdan, para que pongan en práctica lo aprendido.
-Te echaré de menos, oye ¿te das cuenta que en todo este tiempo no nos has dicho tu nombre?
-Nunca le diré mi nombre a quien me pueda tratar de "¡Eh tú! ¡Baja ahora mismo de ese árbol!".
-¿Y ahora cómo volveremos a casa?
-Siempre podréis no volver, seguir hacia adelante, seguir hasta donde nacen los cuentos y mueren los suspiros de amor. Sino, para volver es sencillo, solo tenéis que... izquierda, derecha, derecha, izquierda, escalar la montaña, izquierda, derecha, abajo, arriba, al centro y pá dentro.

Y así, los dos muchachos y Eustaquio, que contaba más bien como de la tercera edad, se marcharon camino abajo silbando y tarareando, bajo la atenta mirada de aquél hombre que les echaría de menos y que pensaba visitarles en navidad saliendo de pronto de un regalo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario